Se viven tiempos difíciles, de “caras largas” y actitudes hostiles, en los que lo común es llegar a un lugar y prescindir del saludo, de la cortesía con el extraño que presta un servicio o el que va solicitándolo; cada vez es más raro hallar un rostro amigable, sonriente, dispuesto a ayudar.
Tampoco faltan los que mienten, siembran odio, riegan chisme, dedican su energía a hacer mal, entorpecer o frenar a los que en situaciones adversas se atreven aún a soñar, a intentar hacer algo diferente cuando debiera ser esto lo que se promueva en cualquier instancia.
Cambiar el discurso de: no hay materiales para lo que pides, por el: vamos a intentarlo con lo que poseemos, aunque en el camino sea necesario modificar la intención original.
En la Cuba actual, la mayoría debemos lidiar con la distancia de un familiar, un amigo, una pareja que se fue en busca de un futuro que prometía ser mejor, dejando soledad, hijos que van a pasar por etapas importantes sin sus padres; abuelos que ya no disfrutan de sus nietos y ahora dependen del vecino que “pase a darles una vuelta”, a lo que se suma la muerte que la Covid-19 trajo consigo, junto a desigualdades que se acentúan.
Comentarios que rondan por lo general en los se acabó, no hay, no pude comprar, entre otros, que aluden a la carencia de productos, en su mayoría alimentos, textiles, calzado; resultado de una crisis que no es exclusiva a nuestro país, pues las grandes economías igual se han visto alcanzadas.
Vivimos en Formaciones Económicas Sociales (FES) que se sostienen en un modo de producción sobre el que se erige la superestructura, integrada por el aparato estatal y las formas de la conciencia social que son: arte, política, religión, ciencia, todo lo que el ser humano hace a través de sus ideas.
Esto describe que el hombre piensa según la manera en la que vive y refiere el carácter primario de la materia. Ese instinto de satisfacer las necesidades básicas (vivienda, comida…) para después dedicarse a diferentes cuestiones.
Pero la conciencia es activa, las personas a través de sus pensamientos pueden transformar la realidad objetiva, lograr estadios mayores en la producción. A nivel individual, cuando alguien laboralmente obtuvo un puesto y salario superior, incrementa su calidad de vida.
Lo que explica el hecho de que no se puede llegar a la eficiencia en la obtención de bienes materiales sin que el pensamiento científico avance. Se impone un cambio de mentalidades en el que el centro esté en las posibilidades para solucionar y no en los problemas existentes.
Quizás debamos hacer igual que los bebés, empezar con pasos pequeños, dejar de usar esa pobre excusa de que hoy me siento mal, como justificación a un mal trato, una descortesía. Romper esta inercia requiere del empeño común en un propósito compartido.
Tratemos de volver a normalizar los buenos días, preguntar al compañero por la familia, dedicar una sonrisa al niño que vimos camino al círculo, acariciar a un animal, agradecer al vendedor, saludar al vecino, acciones que no requieren dinero, pero pueden marcar una diferencia para los involucrados que agradecen un buen gesto.
Así, cuando llegue el momento de la reunión, la toma de decisiones, de enfrentar el trabajo, se hará con otro espíritu, uno que deje ver la esperanza de que es posible, que con nuestro esfuerzo podamos mejorar la base económica, ser prósperos, felices.
No existen los caminos rápidos en este empeño, se requiere del esfuerzo diario, la ética en lo que se haga, responsabilidad con el rol que nos toca; conocer los derechos, deberes, hacer uso correcto de la palabra y aprovechar cada espacio, no para discutir y simplemente señalar lo mal hecho, también para proponer soluciones viables.
Tenemos la tradición mambisa, la herencia africana que es pura resistencia, una historia llena de heroicidades, corresponde ahora hacer los honores y dejar esa estela en el intento de cambiar todo lo que debe ser cambiado.