Eran pasadas las tres de la tarde, su rostro denotaba cansancio y no hacía ningún esfuerzo por ocultarlo; los gestos, el tono de la voz y sus palabras transformaban el agotamiento en maltrato a los clientes que atendía al punto que justo frente a mí, como si yo no estuviera allí, en diálogo con sus compañeras que la requirieron por sus constantes quejas expresó: “a esta hora lo que le tengo es odio a la gente”.
Aquella trabajadora agobiada por su jornada, estaba siendo cualquier cosa, menos eficiente, no tenía premura en minimizar la espera de los que permanecíamos en la cola; si la energía que dedicaba a su discurso quejumbroso la hubiese canalizado en concentración, es muy probable que multiplicara la agilidad del servicio.
La eficacia se define como “alcanzar las metas establecidas”, pero en este caso la entidad abona un salario para que esa persona realice la documentación que los usuarios requieren, en aras de acceder al conjunto de prestaciones que ofrecen, aunque constituye un lastre para la eficiencia, que presupone cumplir con los objetivos previstos empleando la menor cantidad de recursos dentro de los que están, por supuesto, los humanos.
El desaprovechamiento de la jornada laboral si en la prestación de servicios es nociva en las entidades productivas es fatal: en estos momentos en que el incremento salarial urge respaldarlo con generación de bienes no es un lujo que pueda darse la maltrecha economía cubana, aunque nunca debió de permitirse.
Pero no es un secreto que mucha morosidad e indolencia hay dentro de los elementos que nos alejan de la deseada prosperidad como nación. Un haragán en un colectivo daña los propósitos y merma la efectividad de lo que hacen. No siempre las administraciones y los propios trabajadores tienen la lucidez y valentía para identificarlos, incrementar la exigencia y establecer los límites que hagan imposible el remoloneo cuando otros ponen empeño y consagración en materializar alguna tarea.
En lo personal creo utópico el hacer más con menos, pero sí he visto sobradas pruebas de cuánto más puede crearse desde la óptima utilización de lo existente, tanto de los recursos materiales como humanos. Cuando se trata de servicios, la afabilidad, buen trato y prontitud en ofrecer las explicaciones, incluso cuando no hay ofertas, evitan descontento en la población.
Otro problema es que no recurrimos todas las veces a las alternativas que permiten gestar soluciones en escenarios adversos, porque en condiciones idóneas es fácil hacerlo; pero la falta de inventiva, la incapacidad, la burocracia, la ineptitud, son aliados de la pereza, entonces apelamos a la justificación, sin intentar buscar respuestas válidas.
Negar el valor del ahorro como fuente de riqueza es tan absurdo como permitir el despilfarro; aferrarnos a lo tradicional sin explorar lo novedoso o descartar la experiencia por anticuado, son también barreras que frenan el desarrollo.
Hay que combinar, innovar y no cejar en que cada quien haga su aporte a los sueños conjuntos que atesoramos como país; los obstáculos que sorteamos muchas veces se anidan en nosotros mismos que vemos la paja en el ojo ajeno pero nos resistimos a formar parte del cambio que demanda voluntad, aceptación del error y modificación de las conductas.
La eficiencia y eficacia individual son las que permitirán estructurarlas socialmente y que seamos efectivos para lograr la plena realización de la meta final, con un gasto mínimo de recursos.
Si a las carencias materiales sumamos la indolencia dificultamos el tránsito hacia la solución y esa variable subjetiva tiene que desaparecer de la ecuación. La Tarea Ordenamiento, entre otras cosas, busca consolidar al trabajo como necesidad, pero crear empleos para asegurar ingresos sin que se reviertan en bienes y servicios sería alejarnos de tal propósito.