Comencemos con algo básico. No somos perfectos, no lo sabemos todo, y tampoco tenemos la verdad en nuestras manos. A ello debemos añadir para seguir en esta línea, que sin importar qué o cuáles preceptos se sigan, nunca estos deben primar sobre las opiniones de los interlocutores o incluso de terceros.
Cada quien es libre de defender sus preceptos, su idiosincrasia, los valores en los que cree, con los que se forjó o creció como ser humano. Por ende, para respetar una opinión ajena, no debe nublar el juicio el respaldo o impulso que existan tras las ideas que rijan nuestros pensares.
En fin, que se debe ser elegante al discrepar, al discutir.
Quise comenzar por algunas normas elementales de la integridad y la ética, pues en no pocas ocasiones, y de forma más marcada después de los acontecimientos sucedidos en la isla –denominados caprichosamente como M-11-7– a todo el que sostuvo un criterio sólido, de revolución y de bien público, le sobrevino un aluvión de críticas, porfías… y hasta amenazas en las redes sociales si vamos a contarlas todas. Sí, también a nosotros, a los de la prensa.
No es menos cierto que tras las protestas generadas –y financiadas por nuestros “amigables vecinos”– muchos de aquellos que bailan al son del momento se llenaron de “valor” y mostraron lo que quizás fueran sus verdaderos colores.
Conocidos, amistades, socios del dominó de una vida entera y hasta familias lazaron improperios de todo tipo desde la orilla vecina hasta la nuestra, y mostraron una violencia innecesaria que tristemente acabó en incomprensiones, enemistades y lazos rotos para siempre.
Todo porque supuestamente los de allá pretendían y alardeaban de tener “la verdad” en la palma de sus manos. Lo he dicho, la verdad absoluta no existe, mucho menos cuando esa verdad es ciega. Ya se ha hablado del tema y ahondar más en ello sería como intentar llenar un saco roto.
Hay, por otro lado, quienes han optado por no debatir de forma directa y solo sumarse a “ciber turbas” frenéticas en busca de la sangre de quienes tiempo atrás llamaron hermanos.
A modo personal intercambié con algunos sobre la base del respeto, pero estos solo fueron minoría frente a la jauría con agresividad ofuscada que se me vino encima.
Y, quizás por aquello de que “a palabras necias oídos sordos” según el refranero popular, opté entonces por bloquear a los “amigos” de otrora.
A pesar de que esos días grises quedaron atrás, y que afortunadamente solo fueron falsos corajes, continúan aún las manifestaciones de ira a través de la red de redes para nosotros “los zurdos”. Siempre bajo el mismo modus operandi del chantaje, la manipulación, el odio, la mentira y la amenaza.
Importante acotar una frase acuñada por el célebre político mexicano Benito Juárez, al decir que: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
Recordemos entonces a los promotores y seguidores de doctrinas macabras, que incitar o provocar la violencia – de cualquier índole– es una calle de doble sentido, y que transitarla cuando se pierde la razón puede traer malas consecuencias igualmente para los incitadores. Evitemos ese camino.
Cada opinión o criterio debe respetarse, y de no estar de acuerdo, seamos civilizados al respecto y busquemos los mecanismos y argumentos óptimos para expresar insatisfacciones, dudas, sugerencias, sentimientos o simplemente el desacuerdo final.
Creo que es tiempo de meditar y buscar la paz interior. Abramos un espacio, tiempo y lugar para la diversidad. Las verdades y problemas pueden decirse a camisa quitada y sin medias tintas, pero siendo consecuentes con el prójimo.
Invitémonos al diálogo sano, a despojarnos de resentimientos y a la búsqueda de soluciones comunes. Ha sido triste observar y sentir en carne propia cómo se quebraron tantos años de fraternidades. Lo más importante y necesario de estos tiempos de crisis y agobios, es preservar la paz, la sensibilidad, la solidaridad, el amor y la esperanza.