La Ermita, ese hotel que parece flotar en las alturas de Viñales, se transforma bajo la caricia de un día nublado. El cielo gris, lejos de opacar el paisaje, realza los tonos verdes que se extienden como un manto infinito por el valle. Las palmas reales, imponentes y serenas, parecen saludar al visitante con un baile lento impulsado por la brisa húmeda.
La llovizna dibuja delicadas líneas sobre los ventanales del hotel, añadiendo un toque de melancolía al entorno, pero sin robarle su encanto. Desde la terraza, las nubes bajas descienden juguetonas, abrazando los mogotes como si quisieran quedarse allí para siempre. Es un espectáculo casi íntimo, donde la naturaleza se presenta con una calma que invita a la introspección.
El silencio es interrumpido solo por el golpeteo suave de las gotas sobre las hojas y el canto distante de un sinsonte que parece no temer al clima. La piscina, vacía pero brillante, refleja el cielo plomizo, convirtiéndose en un espejo que dialoga con la inmensidad del paisaje.
En días como este, el Hotel La Ermita en la provincia Pinar del Río se siente más cercano a su nombre: un refugio para el alma. La combinación del entorno y la atmósfera nublada da una nueva perspectiva a Viñales, alejándolo del bullicio habitual y regalando momentos de verdadera conexión con la naturaleza.
La magia del lugar radica en que, incluso en la más sutil de las lluvias, no pierde su carácter acogedor. El personal, siempre atento, ofrece una taza de café cubano que se convierte en el acompañamiento perfecto para observar el paso lento de las nubes.
La Ermita, con su elegancia sencilla, recuerda que no siempre se necesita sol para disfrutar de un paisaje sublime. Incluso en los días grises, eso no lo he hecho sigue siendo un poema visual, y este hotel, su estrofa más alta y hermosa.