Vientos huracanados de categoría tres azotaron a Pinar del Río en la madrugada del 27 de septiembre. Ian se ensañó con fuerza sobre esta provincia. Con paso lento y arrollador se llevó todo cuanto encontró en su camino. No hubo obstáculo que le fuera indiferente. La ciudad y los municipios por donde pasó tienen su huella. Un número indeterminado de viviendas fueron dañadas seriamente, edificios multifamiliares, la agricultura, casas de curar tabaco, infraestructura eléctrica y telefónica, el ornato y alumbrado público, la flora en general, instalaciones estatales y del sector privado, escuelas, nuestra Universidad, nuestro estadio. Casi nada -para no ser absolutos- escapó a su furia.
Las imágenes y las historias que hoy cuentan los pinareños evidencian la envergadura de la aciaga madrugada. Tener más de 70 años y no haber presenciado jamás un fenómeno así, dice por sí solo que no se trató de un juego de niños.
Por mucha experiencia que tenemos los pinareños al ser sitio escogido, cada temporada, por los huracanes, jamás se está lo suficientemente preparados para enfrentar la magnitud y la saña de un ciclón.
Llevará tiempo resarcir los daños, también recursos y mucha voluntad para cambiar el panorama. La provincia necesita del concurso de todos, la esperanza tiene que florecer y hacerlo con más verdor que nunca, porque a quienes habitamos estas tierras no nos cunde el desánimo, sino el empuje y el empeño por cambiar las realidades.
Hoy necesitamos cambiar el entorno, y hacerlo rápido y bien. Nosotros podemos.