El sol de la tarde iluminaba el puerto de La Habana aquel 4 de marzo de 1960, cuando la rutina portuaria se vio interrumpida por un estruendo que estremeció la ciudad. Un rugido de fuego y muerte se alzó sobre los muelles, tiñendo el cielo de humo negro y sembrando el caos entre los trabajadores y marinos. Había explotado La Coubre, un barco de bandera francesa cargado con armas y municiones destinadas a la defensa de la recién nacida Revolución Cubana.
El estallido fue devastador. Fragmentos de acero salieron disparados como dagas ardientes, alcanzando a quienes se encontraban en las inmediaciones. La onda expansiva destruyó almacenes, camiones y cuerpos por igual. Los gritos de dolor se mezclaban con las sirenas de ambulancias improvisadas, mientras los sobrevivientes intentaban comprender lo que acababa de ocurrir. Pero el horror aún no había terminado. Apenas minutos después, mientras rescatistas, bomberos y voluntarios se lanzaban al auxilio de los heridos, una segunda explosión sacudió aún más la escena. Un nuevo estruendo convirtió el puerto en un infierno de metralla y llamas, cobrando más vidas y dejando claro que aquello no había sido un accidente. Cuba, apenas a un año del triunfo revolucionario, entendió en ese instante que los enemigos de su soberanía no dudarían en llevar la violencia hasta sus puertas.
El saldo fue más de 100 muertos y cientos de heridos, muchos de ellos obreros portuarios, soldados y simples habaneros que, sin pensarlo dos veces, acudieron a socorrer a los primeros afectados. En medio del luto y la indignación, el 5 de marzo de 1960, la Plaza de la Revolución fue testigo del multitudinario funeral de las víctimas. Allí, frente a un mar de rostros dolientes, Fidel Castro pronunció las palabras que quedarían marcadas en la historia de la nación: «Patria o Muerte, ¡Venceremos!».
Las causas de la explosión de La Coubre aún se debaten, pero el pueblo cubano nunca tuvo dudas: aquello fue un sabotaje, un ataque encubierto destinado a frenar el avance de una Revolución que apenas daba sus primeros pasos. Pero lejos de detenerla, el crimen solo reforzó la determinación de un país que entendió, desde ese día, que la lucha por su soberanía sería un camino de sacrificios.
Hoy, el nombre de La Coubre sigue resonando como un símbolo de resistencia, un recordatorio de aquellos que dieron su vida en un instante de fuego y horror, y cuyo sacrificio aún es recordado con el mismo fervor con el que nació el grito de “Patria o Muerte”.