“Sueña y serás libre en espíritu, lucha y serás libre en vida”, pensaba Ernesto Guevara de la Serna, quien soñó y peleó como nadie.
A pesar de haber nacido en el seno de una familia acomodada en Rosario, Argentina; él se reconoció a sí mismo ciudadano del mundo, sanador de enfermos y protector de los pobres.
“No creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante”, dice otra de las frases que se le atribuyen.
Un viaje en motocicleta por Suramérica con su amigo Alberto Granado cambió su visión de la vida y lo colocó frente a escenarios reveladores, como la explotación atroz que sufrían los obreros del continente y la discriminación hacia las poblaciones nativas, sumidas en la miseria más espantosa.
Era muy joven entonces, pero se prometió luchar con todas sus fuerzas para cambiar esa realidad.
En tierra mexicana, Che se integra al grupo de los futuros expedicionarios del Granma y con ellos emprende la travesía hasta Cuba. Tras un penoso desembarco se interna con sus compañeros en la Sierra Maestra, donde sus conocimientos de medicina y su valentía sin límites le hicieron merecedor del afecto de todos.
Creció como combatiente y como ser humano entre aquellas montañas, donde llegó a alcanzar los grados de comandante.
La guerra contra la tiranía batistiana acabó al fin y Che, como un cubano más, tomó parte en la construcción de los destinos de la Patria.
Asumió disímiles responsabilidades tales como jefe militar de La Cabaña y del Departamento de Industrialización del Instituto Nacional de la Reforma Agraria, presidente del Banco Nacional de Cuba, jefe militar de la región de Occidente, ministro de Industrias e integrante de la Dirección Nacional de las Organizaciones Revolucionarias Integradas.
Le fue conferida la ciudadanía cubana y la condición de Médico Cubano Honorario.
Sus subordinados lo tenían por un líder exigente y recio; pero muy justo, que predicó siempre con el ejemplo y nunca pidió nada material para sí ni para su familia.
Su hambre de libertad lo llevó a otras tierras del mundo como el Congo, donde encabezó un pequeño contingente de cubanos en apoyo al movimiento de liberación de ese país dirigido por Laurent-Desiré Kabila.
Finalmente, la muerte alcanzó al héroe en la tierra boliviana, al ser asesinado el nueve de octubre, tras caer prisionero el día antes al inutilizarle un disparo su fusil. En su último lugar de batalla física nucleó la guerrilla que entre 1966 y 1967 libró combates desiguales contra un ejército muy superior en hombres y armas, todo ello en medio de un contexto adverso donde eran recurrentes la falta de agua y alimentos y el asedio de la lluvia y el frío.
Che llevó su cuerpo a condiciones extremas; pero ni la desnutrición, la sed o sus continuos ataques de asma le hicieron abandonar el proyecto de liberación para los pueblos de América que tenía esbozado desde hacía tanto en su mente.
Testimonios de ternura y humanidad dejó entre quienes lo trataron de cerca. Su hija Aleida evoca la historia de un león de peluche que el papá le envió de África, cuando se enteró por carta que la niña temía ir sola al baño de noche. Fue la forma que halló de confortarla y protegerla aun desde la distancia.
De belleza y amor está llena la historia de este hombre que inspiró al mundo con la dimensión tan honda de su heroísmo y su sacrificio.