Datos de la Unicef revelan que el 99 por ciento de los niños del mundo vive con algún tipo de restricción del movimiento relacionada con la pandemia y el 60 por ciento reside en países en aislamiento total o parcial.
La infancia cubana no escapa de esta realidad. Los protocolos de bioseguridad adoptados en la isla desde marzo del pasado año han impactado la vida de la sociedad en su conjunto, pero si alguien ha sufrido más el distanciamiento social han sido los niños.
Marcos, de nueve años, por ejemplo, desespera frente a las teleclases que su abuela le obliga a ver cada jornada y que apenas entiende. Él quisiera salir afuera con los muchachos del barrio a jugar chinatas como antes, o que lo llevaran alguna vez a la playa, pero desde hace mucho no se divierte.
El celular de Alina, una adolescente de 14, se ha convertido en su mejor amigo durante su confinamiento del último año y cuatro meses. Allí tiene toda una colección de juegos, así como videos de Tik Tok que bastan para mantenerla entretenida el día entero, pero que también la distraen de los estudios y no le aportan ninguna enseñanza útil.
Aunque en casa de Sandrita tratan de mantenerla alejada de las malas noticias y cambian la televisión cada vez que se enuncian las estadísticas de enfermos y fallecidos, ella es demasiado lista y últimamente empezó a cuestionarse cosas muy serias para sus siete años tales como la muerte.
Un estudio pionero realizado por profesores de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana sobre los efectos psicológicos del aislamiento físico en niños, niñas y adolescentes cubanos debido al confinamiento en sus hogares, arribó a la conclusión de que, si bien “la infancia cubana se muestra resiliente y sin los síntomas de una afectación psicológica severa, los niños y las niñas estudiados, mostraron la presencia de síntomas de malestar psicológico”.
La investigación identificó conductas frecuentes como el exceso de apego a las madres, un mecanismo que desarrollan los infantes para buscar protección, cuando las condiciones de vida se alteran súbitamente.
Otros comportamientos constatados por los autores se refieren a la irritación, llantos, dificultad para concentrarse, apetito exagerado, miedo, agresividad, horarios de sueño alterados y actitudes rebeldes y desafiantes.
Algunas familias han buscado salidas creativas y han multiplicado el amor en sus hogares. Conozco a padres que han motivado a sus pequeños a participar en concursos virtuales de artes plásticas, o que se han convertido en maestros para sus hijos, mostrándoles cómo hacer sus primeros trazos.
En ambientes de alegría y paz muchos niños cubanos han sobrellevado los peores momentos de la pandemia, pero sé de otros infantes que conviven en hogares donde la violencia, que ya antes del coronavirus era recurrente, se ha recrudecido por las escaseces derivada de la crisis.
Ante el escenario epidemiológico que vivimos son impensables escenas como las que a veces uno se topa de lactantes fuera de sus casas, recorriendo el barrio en manos de uno y otro vecino, de niñitos correteando por las calles o adolescentes reunidos en un partido de fútbol en áreas determinadas de la ciudad.
La página institucional del Ministerio de Salud Pública alerta sobre 200 menores de edad positivos al SARS-CoV-2 durante la primera oleada; 600 contagiados durante la segunda y más de 18 000 enfermos en esta tercera.
Son cifras que no paran de crecer. Ante tal contexto, urge arreciar las medidas de bioseguridad, extremar los cuidados en casa y penar a quienes quebrantan o simplemente ignoran la seguridad de un sector tan vulnerable y valioso.