A través de los años, la música cubana adquirió un carácter nacional a partir de la gestación de nuevos géneros o de la admisión de otros, que llegados al trópico fueron pasados por nuestro tamiz.
Los franceses, por ejemplo, nos transfirieron la tumba francesa y la contradanza que sería el punto de origen para el complejo genérico conocido como danzón. La primera, aún persiste en la parte oriental del país; la segunda, constituye una etapa medular en la historia de nuestra música.
La revolución haitiana encabezada por Toussaint Louverture a finales del siglo XVIII y el desarrollo de la industria azucarera con la corriente reformista en Cuba, que promulgó la ley de libre introducción de esclavos por más de seis años, estimularon la migración de los colonos franceses y sus dotaciones de esclavos a la isla.
Como consecuencia directa del auge económico potenciado por el apogeo azucarero hubo un clima propicio para el desarrollo de la contradanza debido al impulso que tomó la vida en las ciudades. La burguesía criolla e hispánica añoraba una distracción en sus salones de baile y las danzas cortesanas fueron la respuesta a esta creciente demanda de música, siendo la contradanza la que alcanzó mayor aceptación.
Se difundió rápidamente entre la clase media. Era un baile de figuras, mediante la guía de un maitre que marcaba la sucesión de los pasos, con cierta galantería, sin grandes dificultades coreográficas. Paulatinamente, fue adquiriendo rasgos en su esquema rítmico, que llegaron a identificarla como una expresión cubana.
Aunque conservó su forma binaria original, poco a poco adoptó los elementos criollos. En este proceso, los músicos encargados de interpretarla le introdujeron el aire popular. Nombres como Tomás Buelta y Flores, Ulpiano Estrada, Tomás Alarcón, Claudio Brindis de Salas caracterizaron la época. Los títulos de las contradanzas eran representativos del costumbrismo y una gran parte ilustraba situaciones cotidianas. San Pascual bailón es la contradanza cubana más antigua que ha sido editada. De autor anónimo, fue creada en 1803 y publicada en 1881 por Anselmo López.
En tanto, la tumba francesa se bailó por primera vez en los secaderos de café, en ocasión de las celebraciones del santo del patrón, así como de San Juan y San Pedro y, a partir del siglo XIX, en las sociedades fundadas por los descendientes de esclavos africanos o afro-haitianos, libres. La voz “tumba” es de origen congolés y significa: fiesta. Los esclavos, al comprar su libertad, formaron cabildos o asociaciones logrando cierta autonomía de los colonialistas. Se constituyeron como sociedades de recreo y ayuda mutua por negros y mestizos franco-haitianos autodenominados “franceses” a los que se sumaron negros esclavos y libertos cubanos. Por ello se dice que este no es solo un fenómeno musical, sino también social.
Aún en nuestros días conservan los instrumentos musicales heredados de su pasado ancestral (catá, masón, tumbadora, chachas). Su música se compone por tres grandes tambores o tumbas, confeccionados con madera y piel de chivo y los ejecutantes se nombran de acuerdo con su instrumento.
El conjunto instrumental acompaña al cantante solista de la fiesta (composé), líder de los cantadores, quien después de una presentación inaugural de su canto comienza a alternar, sobre el sostén rítmico de los tambores, apoyado de un coro de mujeres conocido como tumberas, que repiten el estribillo presentado por él mientras transitan la sala de un lado a otro si el baile lo demanda.
Se dice que los cantos de las sociedades gozan de diversos orígenes y matices. Algunos son humorísticos, patrióticos o rememoran hazañas épicas de grandes hombres o santos. Los bailes, por sus formas y maneras, son más cercanos a los llamados de salón que a cualquiera de origen africano. La mujer y el hombre se mueven de forma desenvuelta, pero los movimientos son elegantes como todo baile refinado. El mayor o la mayora de plaza los dirigen mientras el composé, y la reina cantadora guían el coro.
Las bailadoras y cantadoras llevan batas largas, con encajes y cintas de colores, usan collares, aretes y pulsos, abanicos y otros accesorios. Se anudan pañuelos en la cabeza. Los hombres visten pantalón y camisas generalmente blancas.
Toda crónica sobre las sociedades describe los locales donde se congregan decorados con retratos de generales mambises, fotos de reinas, bailadores y músicos de fama. La bandera cubana no se ausenta a ninguna festividad o reunión. Se sirven empanadas, carne de cerdo, viandas hervidas, frituras de bacalao y dulce de arroz con leche, acompañado de aguardiente y café.
En la actualidad solo dos sociedades han sobrevivido al paso del tiempo: la tumba francesa La Caridad de Oriente, que tuvo su origen en 1862 en Santiago de Cuba, bajo el nombre Sociedad Tumba Francesa Lafayette – en honor al general francés Lafayette- y la tumba francesa Pompadour Santa Catalina de Ricci ubicada en la Loma del Chivo, en la parte este de la ciudad de Guantánamo.
Las sociedades de la tumba francesa están consideradas desde el 2003 Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad. Asimismo, constituyen una de las expresiones músico danzarias más antiguas y relevantes de la cultura cubana, que ha influido directa o indirectamente sobre otras manifestaciones artísticas surgidas con posterioridad, como las congas y comparsas.
Por su parte, la contradanza francesa pasó a ser contradanza cubana y sus derivaciones originaron toda una familia de tipos aún vigentes, como la clave, la criolla y la guajira o la habanera y el danzón. Tanto la una como la otra son inseparables del trasiego en la conformación de la cultura cubana.