Hace unos días alguien hablaba de la línea imaginaria que dividía al 2024 del 2025, de abrazarse uno mismo y agradecer. Nada me ha parecido más acertado en medio de la avalancha de peticiones y añoranzas que por estos días abarrotan cada espacio de nuestras vidas: la real y la virtual.
Es una costumbre generalizada de esta humanidad que cuando se acercan los días finales de un año, se empiece a recapitular y a hacer un balance de lo malo o bueno que fue. Luego vienen los deseos, los anhelos por un mejor comienzo, en el que no faltan las palabras “salud” y “prosperidad”.
Y así se nos va la vida, añorando que esa línea imaginaria nos conceda, como por arte de magia, los sueños que vamos acumulando de año en año. Empezamos a ponernos metas y nos juramos que, “en este sí, vamos a estar mejor”.
Para los cubanos, en especial, la racha de años “complejos”, como se bautiza últimamente, va marcando récord. Sin embargo, ni siquiera a pesar de eso se pierde el ánimo festivo ni la esperanza, y aunque haya que tirar la casa por la ventana y estemos convencidos de que enero es un mes largo, el 31 de diciembre algo se hace. “En enero, veremos qué aparece”, dicen por ahí.
Y entonces se tira el cubo de agua o se rompe un coco; se espera la Letra del Año, para, aunque muchos digan que no crean, ver lo que trae y hacer lo que recomienden los orishas; se quema el muñeco como si se diera menos importancia al pasado y nos enfocáramos solo en el futuro.
Pero ese espíritu festivo y optimista es bastante efímero, hablando en plata. En cuanto se acaban los días feriados volvemos a la realidad, entonces nos damos cuenta de que la línea imaginaria no resuelve nada.
Notamos que solo pasó un día detrás de otro y seguimos en el mismo estado anterior, deseando y pidiendo que estemos mejor, incluso, con los dedos cruzados para que no regresen los apagones.
Por eso creo muy atinada la reflexión del inicio, pues es cuando comenzamos a agradecer que valoramos realmente lo que tenemos, y es desde ahí, de donde podremos empezar a hacer, en vez de añorar y quedarnos de brazos cruzados.
Lo que queremos para nuestro crecimiento no llega por arte de magia ni nadie vendrá a ponerlo a nuestros pies, aunque siempre haya excepciones por ahí.
Lo que aspiramos para nuestro futuro y el de nuestros hijos no se consigue levantando una copa el 31 de diciembre, menos si cuando despiertas el primero, el dos o el tres mantienes la misma postura quejumbrosa y conformista de todos los días.
Las líneas de tiempo imaginarias las pone uno mismo y en cualquier periodo del año. Es cuestión de vivir cada minuto haciendo algo que te enriquezca de todas las formas posibles, que te haga amarte, abrazarte, darte una palmadita en el hombro y decirte bajito “vas bien, sigue así”.
Dejemos de implorar salud y cuidemos más de nuestro cuerpo; dejemos de pedir prosperidad y luchemos con uñas y dientes por lo que merecemos; dejemos de suplicar amor y llenemos de amor a quienes nos rodean y sentimos más cercanos.
No hace falta que empiece el 2025 para trazarse metas, planes, sueños. No hace falta pensar en lo que perdimos o no logramos en 2024 si no fuimos capaces de hacer más por nosotros mismos, por la familia, por la sociedad.
Agradezcamos entonces por estar vivos y por lo que hemos alcanzado. La vida se construye día a día, no de año en año. La vida depende de cómo elegimos vivirla.