Pudiera parecer cansino y reiterativo referirse una y otra vez a temas similares. Sin embargo, no por ello son menos perjudiciales, pues lastran nuestra condición de seres sociales, de personas que conviven en comunidad.
La inflación, el bloqueo, los precios abusivos, la constante especulación a la que nos sometemos bajo un mercado informal son aspectos que nos rigen la vida cotidiana. Al parecer, nos vamos adaptando a que en un abrir y cerrar de ojos nuestras necesidades básicas se supediten al antojo de otros.
Y digo antojo porque ¿qué explicación puede tener que hoy un saco de carbón cueste 600 pesos, y en menos de una semana la misma persona lo venda al doble, o que un ramo de flores valga 150 CUP y el día de los fieles difuntos, si lo consigues, te pidan 300?
¿Son acaso materias primas importadas? ¿Se deben a las fluctuaciones del mercado mundial?
Durante el más de mes y medio que llevamos de recuperación mucha ayuda ha llegado a Pinar del Río. De distintos lugares personas desinteresadas han mostrado altruismo y solidaridad sin límites para ayudar a quienes lo perdieron todo.
Muchos coterráneos comparten lo que tienen con los más necesitados, llegan hasta lo más recóndito a llevar amor, esperanza. Sin embargo, dicen que no hay peor cuña que la del mismo palo y mientras unos construyen, otros se empeñan en deshacer la imagen de reciprocidad que nos ha identificado siempre.
Es vergonzoso que en medio de tanta dificultad, llevarle flores a un ser querido en un camposanto sea un lujo, y que ni siquiera se pueda cocinar con carbón, porque entonces el salario medio de un trabajador, de esos que somos mayoría, no alcance para garantizar una merienda decente a nuestros hijos.
Eso sin contar que de vez en cuando tengas que recurrir al cachumbambé del MLC, dejar la mitad de los ahorros e intentar pescar algún picadillo en las tiendas porque hace más de tres meses que por el quiosco ni se asoma, y mucho menos el pollo. Ese que encuentras, “inexplicablemente”, en los sitios de venta a precios exorbitantes.
Caemos en un círculo vicioso tratando de encontrar la “búsqueda” en todo. Se vuelve una lucha constante entre nosotros mismos, incluso pagando un alto precio que nada tiene que ver con lo monetario o lo económico. Lo peor es que en esa lucha constante legitimamos, por necesidad, esas conductas abusivas que poco a poco laceran la virtud del ser humano.
Recientemente, el Consejo de Ministros anunció directivas generales para el enfrentamiento al delito, la corrupción, las ilegalidades y las indisciplinas en todos los ámbitos. Medidas estas que responden a reclamos recurrentes y ya enraizados en el día a día.
La intención es válida y su implementación efectiva es bien recibida, necesaria. Solo que resulta más necesario aún que permanezcan más allá del calor de su entrada en vigor; que se hagan extensivas a todos esos ámbitos para los que fueron concebidas y que “halen” parejo.
Que los vivos continúen tratando de vivir de los “bobos” puede parecer una jerigonza, pero a la larga cuesta caro cuando se mira de una manera más global, desde la sociedad que somos, de lo que nos vamos convirtiendo en la medida que se hace más difícil la vida.
Son tiempos en que las carencias económicas ocupan un lugar protagónico y sin percatarnos vamos relegando lo mejor de sí a un segundo plano por tal de proveer a toda costa a quienes dependen de nosotros.
A todos nos aprieta el zapato y tratamos de salir a flote, pero querer sobrevivir cual ley de la jungla, tratando de desangrar al otro, deja mucho que desear como seres humanos.