– Dale con todo, Sergio Luis, que tú puedes, campeón, lo oyó insuflarle un último aliento; y no tuvo tiempo de agradecer. Sintió que finalmente colgaban del lado de allá.
Le cimbraban los oídos. Se enjugó el sudor con el dorso de la mano, le dirigió una mirada incrédula a la mujer que había dejado de estar acodada en la mesa y se fijó con interés en el reloj que deslumbraba en la pared. Faltaba un cuarto para las 10. Ya no iba a comer.
– Qué clase de tipo, Tía. Casi tres horas de repaso. Por poco me quedo sin oreja —contemplando el teléfono con expresión de asombro—. Si alguien me lo cuenta, le digo mentiroso.
Ella se le acercó y lo aprisionó por detrás. El muchacho sacó los brazos y fue apilando las hojas repletas de números y figuras geométricas mientras se ponía en pie.
– La prueba está ahí mismito… No hagas quedar mal al «Tente», le susurró la mujer al oído, y lo empujó suave rumbo al cuarto. Hora de dormir.
La anterior no es para nada una escena de realismo mágico; más bien tendría que ver, hasta cierto punto, con el mundo alucinante de Carpentier. La diferencia está en que Inocente Delgado Bravo (el Tente hasta para el perro sato que no le pierde pie ni pisada) ha hecho común la maravilla desde que irrumpiera, como profesor y director de escuelas, en las lomas de San Andrés.
La anécdota aconteció no hace mucho, en medio de los exámenes finales de duodécimo grado, y algo muy parecido pudo haberse dicho esa noche en la habitación-comedor de Bárbara González González, al cuidado ella del nieto habanero que trajera a estas benditas tierras aireadas en busca de sanación. Nos la contó en cuanto le dijimos que teníamos en mente un reportaje sobre el 300 (como todavía llama la mayoría al centro mixto Nguyen Van Troi, institución de referencia en La Palma, y allende las fronteras del término municipal) y que era el Tente el protagonista de la historia de vida que nos proponíamos contar.
DE ALUMNO A DIRECTOR: VIAJE SIN RETORNO A SAN ANDRÉS
Luego de andar dando tumbos por un sinnúmero de escuelas de la enseñanza Media Superior, Inocente Delgado, el mozuelo que rayera su uniforme blanco y amarillo en la ESBU Teniente Juan Hernández Moseguí, acabaría ocupando una litera en el hoy extinto IPUEC Flor Crombet. Solo un visionario habría sido capaz de prever entonces que, apenas unos años después, graduado ya de licenciado en Matemáticas, sería él, el inquieto y siempre omnipresente rebelde con causa, el encargado de llevar las riendas del propio centro en el que se formara como bachiller.
“Antes fui profesor de Física, secretario docente y subdirector. Fue en el curso 2000-2001 que me dieron el batón en el Pre Viejo, hasta que desapareció y me trajeron a aquí. Saca cuentas y verás que entre ambas escuelas ando en camino a los 22. Me parece que toda la vida me la he pasado en San Andrés”, nos relató en medio del pasillo, sombreado, tranquilo, en uno de esos días en que los muchachos activaban las neuronas con vistas de los exámenes de ingreso a la universidad.
Y era ese, precisamente, el asunto que en esos momentos ocupaba a todos, desde los alumnos, el claustro docente y la dirección, hasta los trabajadores de servicio y el consejo de padres. Nadie perdía pie ni pisada al recio entrenamiento que allí tenía lugar, famoso al punto que funciona como imán para estudiantes de otras instituciones educacionales palmeras. Dentro de tantísimas razones, son los extraordinarios resultados en las pruebas de ingreso los que han hecho de la «Van Troi» un referente incluso a nivel nacional.
EL TENTE: UN HOMBRE 360 (°)
De manera tan ocurrente lo describe Angélica Fleita Álvarez, alumna de duodécimo que ansía matricular Medicina. Y a tono con el juicio de quien parece ser su brazo derecho en las múltiples actividades extracurriculares, recogimos otras opiniones entre estudiantes escogidos al azar, sin que estuvieran ellos al tanto de las grabaciones.
Así tuvimos constancia de que “al profe todo el mundo lo respeta porque se lo gana; no se impone por el cargo, sino que se echa a los muchachos en el bolsillo con su forma de ser”, (Maikel Gil Valdés). O de que “es hombre, profesor, amigo y padre, pues para lo que uno lo necesite, sin problemas puedes contar con él”, (Lidia de la Rosa Toledo Hernández). O de que —a criterio de varios— “con mirarte a la cara sabe ya que andas con algún lío en tu cabeza y no para hasta que consigue hacértelo olvidar”.
Hay una anécdota —de dominio público— que dice un mundo sobre la humildad que engrandece a Inocente como ser humano. Nos la cuenta Jerson Orlando Barrera Piloto, el protagonista: “En contra del reglamento, a mí siempre me gustó andar con el pantalón apretado y por eso, cada vez que me veía me llamaba la atención. La verdad es que tengo un índice académico alto y él no lo conocía, hasta que al final se enteró. En un seminario de Español-Literatura, donde estaba como jurado, sin la menor pena se disculpó frente a todos al haberme juzgado solo por mi apariencia. Fíjate tú qué clase de gente es. ¿Dónde se ve algo así?”.
UN MAESTRO COMO MENDIVE
Con esta referencia categórica resume Cristina Blanco Calzada (Yuri, profesora) el modo en que ella aprecia a Inocente Delgado en su perfil magisterial. Y concluye: “Él es de los que cree en el cambio y la transformación del alumno, por muchas dificultades que tenga, y lo mejor del caso, al final se sale con la suya”.
En idéntica cuerda se entreteje el criterio de Ana Melba Maestre Cruz (en 1974 comenzó en la «Van Troi»), quien asegura que “es una persona muy solidaria, humana; alguien para quien el dolor ajeno es su propio dolor”. En el extremo contrario en cuanto a longevidad, abreviamos la opinión de Pedro Samuel Hernández Jiménez, joven educador que estaría contento de jubilarse aquí, a pesar de la distancia que lo aleja del hogar, en la comunidad Manuel Sanguily.
Y fueron otros más los alegatos sobre la labor profesoral del agasajado. Elogios sinceros sobre él brindaron Glendys Gallardo Pons, Yadelkis Pérez Azcuy, Norisley Cruz Cruz y José Sánchez Fuentes, todos ellos convencidos de la fortuna que significa seguir al Tente en su inapreciable bregar porque cada día sea distinto al de ayer.
COMO LOS 300 DE LAS TERMÓPILAS
“Porque allí se estudia con el mismo ímpetu con que aquellos 300, al mando de Leónidas, defendieron el paso de las Termópilas”. De este modo tan sui generis —apegado siempre él al clasicismo— empezó la charla con Segundo Abreu Morales, hasta no hace mucho el mayor sostén que tuviese Inocente para llevar adelante su ensueño pedagógico.
Bajo la égida de esa dupla irrepetible, se labraron ideas que llegaron a hacerse realidad en contra de los molinos de viento que suelen batir lo diferente. Se gestaron —bastante antes que apareciera la magnífica serie televisiva Calendario— actividades docentes integradas, en particular las que articulaban en un espacio y tiempo comunes a las asignaturas bases de los exámenes de ingreso: Español, Matemática e Historia. Igual ha trascendido el evento de monitores que organiza el centro, el cual premia a los ganadores con apego a las posibilidades logísticas del momento y que privilegia el reconocimiento frente al conglomerado estudiantil y laboral.
Fuera del entorno académico, la “Van Troi” se distingue por el sinfín de iniciativas que se desarrollan a lo largo del curso. Habría entonces que mencionar, por ejemplo, los enjundiosos intercambios con prominentes figuras de la cultura, el deporte, la salud y otros sectores de la sociedad. Sobre este cariz de extensión comunitaria, de formación multilateral del futuro egresado, muy bien que podríamos elaborar mucho más que un reportaje; pero en el periodismo se trata, sobre todo, de transmitir el concepto o la emoción empleando la menor cantidad posible de palabras.
LO QUE ME ENSEÑÓ MI PAPÁ
Era la tercera vez que, a gusto, visitábamos este excepcional centro docente. Deslumbraba el sol del mediodía. Conversábamos en un pasillo, observando de reojo cómo los alumnos se enfilaban entre bromas al comedor. De repente, por obra y gracia del buen decir que caracteriza a Inocente, nació el cierre ideal para la historia de vida que nos llevó a allí.
“Mi padre nunca tuvo que ver con el mundo intelectual. Fue un simple obrero, pero de él aprendí el truco para llegar hasta aquí. El día en que le dije que había sido propuesto para dirigir, se me quedó mirando fijo a los ojos, y luego de pensarlo un poco me apretó los hombros y me dijo: ‘Si tratas a la gente así, no aguantas de jefe un día’; y, zafándose, apretó cuanto pudo el puño derecho. ‘El secreto para que la tropa te siga está en unir’, y apiñó sus dedos gordos en el centro de la mano. Ese consejo nunca lo olvidé; hasta el día de hoy”.
Con pesar dejamos atrás esas mañanas distintas en que junto tomábamos el ómnibus escolar rumbo al “300”. Eso sí: nos queda como goce mayor la presunción de que, en cuanto salga a la luz pública, los lectores de este semanario habrán de conocer parte de la obra infinita del director que ha hallado la manera de colarse en el corazón de alumnos y maestros con artes de mago. Para Inocente Delgado Bravo, el incombustible Tente, mis respetos, campeón.
Gracias por tan hermoso trabajo, estamos seguros que el Tente con esto llenó el tanque de combustible y se prepara para nuevas contiendas. Merecido homenaje