Crear es innegablemente un arte. Pero si por sobre todas las cosas se hace con recursos limitados y desde el corazón, la obra se engrandece y se vuelve mágica.
Y si estas creaciones, a su vez, son para el disfrute de los más pequeños, entonces tras cada trabajo terminado yacen la voluntad y el deseo infinitos de continuar el camino del arte.
Para Carlos Rafael Calzadilla Castillo no hay nada más placentero y regocijante que la felicidad y la sonrisa de un niño; por eso vuelca sus manos y su mente para, desde su humilde morada, confeccionar juguetes hechos casi al detalle con retazos de madera y otros elementos reutilizables.
ARMAR SUEÑOS CON LAS MANOS
Natural del municipio de Mayarí, en Holguín, hijo de campesinos y hermano de seis, confiesa que a sus padres les era imposible comprar juguetes para todos.
“Éramos niños, queríamos y necesitábamos juguetes, pero sabíamos que nuestro padre no podía costearlos. Por ese motivo mi hermano y yo comenzamos a inventarlos.
“Utilizábamos prácticamente lo que estuviera al alcance, dígase botellas, madera, plásticos, latas, cartones y otros. Así, cada año que pasaba perfeccionábamos las habilidades”.
No obstante, asegura, en ocasiones la inspiración no partía de cero, pues encontraban partes y piezas de juguetes abandonados en la calle, y entonces la magia residía en tratar de devolverle su esplendor y forma natural, pero al estilo rústico que conocían.
“Hacer juguetes nunca ha sido una tarea fácil, ni cuando éramos niños y mucho menos ahora. El talento que tengo desde chico, aún lo llevo conmigo, es algo natural, pero en el caso de las herramientas, productos y materias primas que se requieren para ello son muy costosos y escasean.
“Hablamos por ejemplo de maquinarias de carpintería como sierras, tornos, caladoras y de otros recursos relativos a las pinturas, pegamentos y residuos de madera”, expresa.
A pesar de lo anterior, Carlos Rafael no se detiene, crea sin descanso. Una mirada a su rústico taller deja entrever fácilmente una sierra en desuso a causa del motor roto por más de tres años; un torno a base de poleas, y a modo de caladora, el brazo mecánico de una hogareña máquina de coser, con hojas de seguetas en lugar de sus tradicionales agujas.
“Es cierto que con las herramientas adecuadas se pueden hacer maravillas, es indiscutible, pero este es mi taller y así trabajo… y lo más importante es que, aun con las necesidades, disfruto los momentos que paso confeccionando cada pieza de un juguete”.
DETALLES CON ALMA DE NIÑO
Carlos Rafael no se engrandece con su talento, ni siquiera los apellida como tal. Para él es simplemente un trabajo que ha desarrollado y pulido a lo largo de los años, y más que un oficio, es el deseo de ver felices a los infantes de su pueblo.
“No lo voy a negar, no siempre las cosas salen como quiero y tengo que volver a empezar. Me gusta ir al detalle, y en ocasiones me llevan más tiempo del deseado y del que dispongo. Cada uno de mis juguetes está compuesto de centenas de partes diminutas, y reitero, disfruto el proceso creativo de cada una de ellas”.
Tras observar su obra, es más que evidente que se ha convertido en casi un mecenas de la creación de piezas auténticas basadas en medios de transporte. Su colección se basa en automóviles ligeros, camiones, camionetas, rastras, pipas de agua, tractores y otros.
“No vendo los juguetes directamente. Sino que compongo una serie de ellos para exponerlos primero en la galería de arte del territorio. Me gusta sentir que mi trabajo se disfruta también de manera visual”.
Más de siete meses estuvo afanado en su segunda exposición, inaugurada hace unos días, pues el éxito y la aceptación popular de su debut lo dejaron con ganas de más.
“Trabajo solo, pero me gustaría contar con alguien que también sintiera pasión por este tipo de labor; sé que los hay, pero comprendo que vivimos tiempos muy difíciles y este no es un medio que genere dinero ni fácil ni rápido como muchas personas necesitan”.
Por último, asegura que nunca ha tenido interés en hacer una juguetería propia, sino el deseo innato de dedicarse a crear para los más pequeños, para su disfrute. “Pienso que es un remanente del niño que aún habita en mí, de aquel que aún vive en Mayarí con sus hermanos”.