Cuenta Enrique Loynaz del Castillo en su libro Memorias de la Guerra, una de las anécdotas sobre Martí que debiéramos recordar quienes trabajamos con oraciones, textos y mensajes destinados a los públicos; dirigirse a los demás pudiera considerarse un arte, pues no cualquiera teje coherentemente las palabras que regala a la gente, y respecto a esto, nuestro Héroe Nacional sobresale entre los mejores oradores de la historia.
Hoy hago míos y de los lectores los consejos que diera el Maestro de la palabra a Enrique Loynaz minutos antes de la inauguración del club Martín del Castillo, en honor a su abuelo, un prócer de la independencia que puso su fortuna al servicio de la Revolución y costeó los gastos de la expedición del “Galvanic”.
Intentar escribir un agradecimiento para la ocasión fue, quizás, el momento de más aprieto por el que hubiera pasado Enrique, según sus apuntes. Unas horas antes Martí lo había visto escribir sobre un papel y al preguntarle sobre qué se trataba, respondió que eran las palabras que dirigiría al auditorio esa noche.
Ante el asombro del joven Enrique -asegura él mismo- el Apóstol arrugó en sus manos aquel boceto que agrupaba lo que pudiera ser tal vez un discurso, rompió lo que serviría de guía para dirigirse al público presente y sus palabras fueron, además de convincentes, las precisas para sugerirle a él y a todos los que ahora me leen, que el niño de la calle de Paula encarnaba a un genio de la retórica.
“Nunca hagas eso”, le dijo. Y aseveró: “Siempre que tenga, como esta noche, necesidad de hablar, hágalo sin preparación; piense unos momentos en lo que han dicho los otros, y en los argumentos que debe emplear, y dígalo de improviso. Porque si usted recita lo aprendido, la emoción estará ausente, y será pálido y flojo cuanto diga. O puede fallarle la memoria, y entonces está ausente o perdido. Lo siguiente y lo elocuente es la improvisación, caldeada con el énfasis de la verdad. Otra cosa será cuando se trate de conferencias, las que deben ser leídas, si son preparadas de antemano. Todo lo que se improvise debe entregarse a la lectura, nunca a la recitación”.
Y el consejo del Maestro fue asumido con humildad por Enrique, quien expresó sus ideas como pudo, de la mejor manera (cuenta) e igual recibió aplausos. De esta experiencia contada con absoluta modestia, quedaron para la posteridad las sugerencias relevantes que le hiciera el hombre que más bonito hablara, a si fuera de experiencias feas, porque si de oralidad hablamos, el poder de José Julián Martí Pérez traspasó los umbrales de la excelencia.
Fue precisamente ese arte su principal arma para para lograr los cambios sociales y políticos que le conocemos; sus discursos eran apasionados y conmovedores y en cada segmento de significación, la verdad salía a flote y ponía a pensar y a decidir. El poder de su oratoria, como el de su obra literaria, fue y sigue siendo un desencadenante para convencer a quienes le escucharon y le leen sobre el rol decisivo de la unidad a favor de la consolidación de las naciones. De él nos viene la concientización de que para sacar adelante nuestra Cuba, se necesita unificación. Ya lo dice la historia: “La unión hace la fuerza” (lema utilizado originalmente por los Países Bajos derivado de la frase en latín “concordia res parvae crescunt” (las cosas pequeñas florecen en la concordia).
Su habilidad de hablar en público no solo la usaba para causas políticas, sino también para temas sociales, como el derecho de la mujer a una educación y a una vida decente. No hay, ni puede existir duda alguna de que Martí fue un orador muy elocuente que logró cambiar el curso de la historia de Cuba. El líder cubano, poeta y activista político usó su mayor destreza para defender sus ideales y luchar por la independencia de esta Isla. Extremadamente poderosa fue su palabra emanada de los discursos compartidos con entusiasmo y convicción.
Mensajes desde su propia voz consiguieron el respaldo a sus ideales, y sin dudas, hasta el día de hoy sus transcripciones o escrituras inspiran a todos quienes le leen en cualquier latitud. No obstante, hay algunos sobre los que aún incide más la palabra ardiente y el modelo que heredó Martí como orador y escritor: los periodistas que firmamos sobre el papel, ante cámaras o micrófonos, o sobre las plataformas digitales de los últimos tiempos. Y es que sus ideas y principios han dejado una huella perdurable en la práctica periodística y en la forma en que se abordan los temas de relevancia social.
Quien quiera ser un buen periodista debe hacer realidad la máxima martiana respecto a la búsqueda de la verdad y la objetividad en el ejercicio de la profesión, porque firmemente abogaba por la honestidad intelectual y la transparencia en la difusión de información. Su enfoque ético y su compromiso con la veracidad han dejado una marca en el periodismo actual, desde el que se valora la precisión y la rigurosidad en la investigación y la presentación de los hechos.
Quisiera que así como el señor Loynaz y del Castillo recibió el consejo exacto para el momento, me sirva a mí (y para bien) conocer sobre este pasaje guardado en las crónicas de guerra, porque el periodismo que hago es más que una profesión, es responsabilidad y respeto con los lectores y por ellos, a quienes este 19 de mayo les invito a homenajear a Martí, a sabiendas de que su muerte es solo un mito, ya que quien pensara tan en grande estará siempre entre nosotros, sobre todo, entre quienes estamos comprometidos con la verdad.
Por ello, me agarro con fuerza de quien mucho caldo tiene para mi profesión, de quien me recuerda cada día que escribo que mi palabra existe para transformar la sociedad y que lo hago, porque es la mejor manera de combatir la ignorancia. Desde esta prensa hablo al auditorio, y desde mi lectura digo que siempre es un placer volver a Martí.