La mujer empoderada escribe poesía

La mujer empoderada escribe poesía

Marzo florido es el mes de la mujer y de la poesía. Ambas están indisolublemente juntas, porque en toda fémina habita el pulso poético, como en el resto de las pequeñas cosas que construyen la vida.  Pero las mujeres que escribimos poesía, no lo hacemos como ejercicio intelectivo la mayor parte del tiempo y, por tanto, no nos percatamos de cuánto empodera la poesía.

Juana Borrero, por ejemplo, con solo 19 años y un único libro publicado a finales del siglo XIX en Cuba, se convirtió en una de las figuras más fascinantes del modernismo Hispano-Americano. Ella rompió cánones sociales y literarios con su poesía; como lo hizo Carilda Oliver Labra, matancera, con su libro Al sur de mi garganta, que despertó críticas conservadoras que se resistían a lo que ella era: una mujer fuera de su época, liberada, plena, seductora. Y que, un año más tarde de la publicación de ese libro, probó su valía contracorriente al merecer el Premio Nacional de Poesía.

Un fragmento del libro Cuarto creciente. Antología de poesía femenina avileña (Ediciones Ávila, 2017) de la escritora, Ileana Álvarez expresa: “La injusticia y la desesperanza no las aminoró. El hambre no las hizo flaquear. Ni en la modernidad más férrea, ni en la posmodernidad alucinante que hoy les concierne, lo primitivo ha dejado de rumiarles. En cada mujer poeta hay un tigre presto a saltar, un signo que reafirma lo telúrico, una fe en levantar montañas.”

La poesía empodera porque pone a la mujer en su justo lugar, al lado del hombre, no detrás, ni a su sombra. Como vivió nuestra Fina García Marruz junto su esposo Cintio Vitier, en plenos años cuarenta, como integrantes del grupo de poetas de la revista Orígenes creada por José Lezama Lima.

Empodera porque destaca a la mujer entre una multitud: Rafaela Chacón Nardi con solo 22 años, cuando publicó su primer poemario,  Gabriela Mistral, ya premio Nobel de Literatura, reconoció la obra como la mejor colección de poemas femeninos que le había llegado en años.  Eso no le ocurre a cualquiera, pero si le ocurre a un poeta cubano, y ese poeta es mujer, el aplauso es doble.

Dulce María Loynaz escribía: “En mi verso soy libre: él es mi mar/ Mi mar ancho y desnudo de horizontes/ (…) Dentro de él, me levanto y soy yo misma”. La premio Cervantes, está considerada una de las mejores poetas del siglo XX – ella en sí misma es prueba de que la mujer cubana ha marcado pautas en la literatura universal- y no hay mejor expresión de empoderamiento que ser cátedra para autores internacionales.

Y con ejemplos más cercanos como el de la pinareña Marcia Jiménez Arce con su libro Mujer en gris; uno de los pocos que en la literatura aborda el tema carcelario, damos fe también de esa singularidad poética que tenemos las féminas. La poesía no es femenina, pero sí la mujer le da a la poesía un plus temático que no escapa a la experimentación formal, lleno de ese universo espiritual y cotidiano que nos rodea.

¡¡Entonces, sí!! La poesía empodera, o, mejor dicho: la mujer empoderada es quien escribe poesía. Porque el verso lleva actuación por el desdoblamiento que hace la autora entre su realidad y el sujeto lírico; porque se necesita “pecho” para defenderla en los espacios y frente al tiempo, porque se necesitan “fibras” para escribirla cuando estamos llenas de responsabilidades; porque se necesita amor y el amor lejos de debilitar, fortalece.

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