Ricardito necesita un leimotiv para crear: un impulso, un sentimiento, una inspiración, algo que lo empuje hasta el acto más sublime que un músico pueda tener.
Quizás por eso, el día que besó a su madre por última vez, allá en 2005, le hizo una pieza y aún hoy se le agolpan las palabras en la garganta y no consigue decir ni una. “Es que no he logrado llorarla todavía”, y como si en cada nota dijera algo, atesora con recelo esa composición que puede ser de lo más sentido que ha hecho en su carrera como compositor.
Tiene piezas en homenaje a Polo Montañez, a los días tormentosos de la Covid-19, y más recientemente ha dedicado una composición a una profesora y amiga, y a una alumna, que asegura, es excepcional.
La música clásica lo apasiona. Ha sido así desde que empezó, siendo muy joven, a tocar guitarra en 1973. ¿Qué iba a soñar el hijo de una costurera y un mecánico ser músico?
Por esas vueltas que da la vida y su antojo de poner cada cosa en su lugar, Ricardo Jorge Pérez Abreu es guitarrista, pedagogo, compositor, intérprete y arreglista. Fácil de decir, pero muy difícil de lograr.
La entonces escuela provincial de arte Carlos Hidalgo lo recibió en los primeros años de la década del ‘70 del siglo pasado. Un vecino que tocaba laúd hizo que Ricardito se enamorara de las parrandas que hacía en su casa, y su madre, con esa visión de futuro que solo ellas suelen tener, facilitó las cosas para que un antiguo músico de una banda militar le enseñara solfeo por dos métodos bien completos.
De todos los niños que vinieron desde San Diego para los exámenes fue el único que aprobó. En 1978 obtuvo el tercer premio en el concurso nacional Amadeo Roldán que le valió el pase de nivel directo a la Escuela Nacional de Arte. Allí estuvo tres años. Por cuestiones de la vida debe abandonarla y comienza una carrera como músico profesional, hasta que en 1992 se gradúa de nivel medio superior en la especialidad Guitarra, en la escuela de superación profesional Ignacio Cervantes.
Sobre sus referentes musicales refiere:
“Continúo con la carrera de músico popular, pero nunca me desvinculo de la música clásica, que ha sido una inquietud desde pequeño, pues me fascina desde la composición y la creación. Tengo muchas obras de cámara, obras para guitarra, para tres, para laúd, para clarinete, flauta… De ese camino de la música popular y mi pasión por lo clásico se deriva mi inclinación por el jazz. Desde antes del primer festival Jazz Plaza me influenciaba de la música clásica, también de los clásicos del rock, después del funky y el son.
“El jazz es una forma elegante y suprema indiscutible que tiene la música; es una expresión, es un género que para mí reúne todos los tipos y estilos musicales, porque además, se han fundido con la música clásica, folclórica, y hasta hoy lo tengo como una forma de vida; se ve reflejado también en mis obras clásicas. Tomo muchos elementos del jazz y es una combinación de música popular, jazz y clásica a mi estilo, a mi forma”.
¿Qué es la pedagogía para usted?
“He estado fuera de la docencia algunos tiempos por diversas razones, por viajes de los que siempre regresé, por razones administrativas, pero ya llevo varios años de vuelta a la enseñanza.
“La pedagogía es algo que nació junto con mis estudios de guitarra, y creo que tiene mucho que ver con haber tenido excelentes maestros. Mi primer profesor fue Andrés Cruz, aún vive por Artemisa, y mi segundo maestro fue Arturo Fuerte; también fui alumno de Flores Chaviano, un prestigioso profesor y compositor de música clásica de nuestro país.
“Cuando regreso a Pinar del Río empiezo a dar clases de guitarra en Instructores de Arte, y fue un placer que mi profesora de Solfeo, Beatriz Marcel, una holguinera convertida en pinareña, me llamara para dar clases de Música de Cámara aquí en la Escuela de Arte.
“Era una asignatura nueva, no tenía programa y lo hicimos en ese momento.
“Mis alumnos son mi motivación diaria para seguir adelante. En los tiempos de la Covid, además de ayudar aquí en la escuela con la limpieza y alimentación de los pacientes aislados, me mantuve dando clases. Iba en motorina hasta la casa de cada uno de mis estudiantes y, con unos metros de distancia, les daba una clase presencial. En esa época aproveché también para organizar todas mis obras por libros.
“Algo que creo es esencial: siempre he pensado que no deben estar juntos en la enseñanza alumnos de diferentes grupos generacionales. O sea, los más pequeños, los adolescentes y los jóvenes, no tienen los mismos intereses y unos sirven de referentes a otros”.
Entonces fue una buena idea vincularlo en aquella época a la escuela…
“Creo que sí. Como muestra de lo que íbamos alcanzando con los estudiantes hicimos en 2003 un concierto de una hora y 45 minutos con la primera orquesta que tuvo el conservatorio. Estaban involucrados los alumnos, todos los instrumentos de viento y había una parte mía de música de guitarra clásica, había música de cámara e incluía el jazz.
“De ahí surgió la peña Jazz en la Ciudad, que tuvo muy buena aceptación por parte de un público selecto dentro de la población; una parte importante eran los propios artistas del gremio y los de las artes plásticas”.
¿Cuáles destinos recorrió Jazz en la Ciudad?
“La primera década de este siglo creo ha sido la mejor desde el punto de vista cultural que hemos tenido en Pinar del Río. Ya vamos por la tercera y realmente no ha pasado nada tan importante como en ese tiempo, en el que hubo formaciones de grupos y unidades artísticas que llevaron al desarrollo de un movimiento cultural en la ciudad. Había locales en los que se exponía, y había espacios para la trova, el bolero, el jazz. Fue realmente doloroso que la mayoría cerraran.
“Las empresas que subvencionaban esas actividades culturales mermaron, no tuvieron capital y el artista realmente aparte del aplauso, igual que cualquier otro profesional, necesita vivir. Pero jamás nunca nadie vino a preguntarnos si lo haríamos gratis. No se puede pensar que todos los artistas trabajan por dinero, no se puede cortar a todos con la misma tijera. Yo lo habría hecho así, por mantener el público, el ambiente que se generaba allí.
“La última peña fue en diciembre de 2019. En ese tiempo hubo otras con María Elena Lazo, con Neisa, La Mora, parecidas en cuanto a concepto, pero con repertorios diferentes, y existía un ambiente cultural muy bonito. Estaba hasta la peña del Danzón. Hoy preguntas cuál es el baile nacional y la gente no sabe. Sabemos que hay un desarrollo musical, estético, ético de las nuevas generaciones, que yo respeto, pero no se puede olvidar la cultura ni las raíces de dónde venimos.
“Como artista no puedo desde ningún concepto aceptar que el sector no estatal pueda financiar la cultura privada de ciertos y determinados artistas, y que el Ministerio de Cultura no. Es inconcebible que eso nos pase. Es difícil admitir que la cultura se esté privatizando de alguna forma. Hay muchos artistas prestigiosos que han hecho historia en nuestra provincia y en la actualidad tienen poco trabajo. No sé si es un problema nacional o provincial, pero ya es hora de resolver nuestras dificultades en Pinar del Río nosotros mismos”.
Como miembro de la Uneac, ¿qué criterio le merece hoy el trabajo de la institución?
“La Uneac hace un trabajo maravilloso con Nelson Simón al frente. Eso es indiscutible. Quisiera que se mantuviera ahí el tiempo que pudiera, porque esa institución hoy apoya a sus artistas. Yo perdí el techo cuando el paso del huracán y no me sentí solo ni un minuto. La Uneac hizo gestiones hasta donde pudo, y estuvo presente”.
¿Y la composición para Ricardo Jorge, qué es la composición?
“Es un acto espiritual en el que a mí me fluyen las ideas. Cuando hago mi acto de composición necesito un punto de partida y sobre él empiezo a hacer mi fantasía musical. La música es absoluta. Dos notas para mí pueden significar un día soleado como hoy, según cómo lo expongas, según cómo las interprete, pero para usted puede significar otra cosa. Para mí pueden ser la lluvia, por ejemplo, esa es la fantasía que tiene el compositor.
“La composición es mi regazo, es mi lugar espiritual en el que no hay problemas, donde no existe una discordia ni una preocupación. La composición para mí es el amor supremo”.
¿La guitarra para usted?
“Mi guitarra tiene siempre que estar a mi lado porque es mi fiel compañera. Mi guitarra es el medio a través del que puedo expresar con claridad lo que no puedo con mi voz”.
Si hablara entonces, le inquiero.
“No, ella habla, pero con música. Sí, definitivamente la música es absoluta, lo es todo”.