La necedad de vivir sin tener precio

Dainarys Campos Montesino
“Me vienen a convidar a arrepentirme
 me vienen a convidar a que no pierda
 me vienen a convidar a indefinirme
 me vienen a convidar a tanta m…”
  
                                Silvio Rodríguez 

“Aquel que empuja no se da golpe”, dice un antiguo refrán popular y por estos días, tal comportamiento se hace recurrente en el escenario de las redes sociales a raíz de los disturbios del pasado 11 de julio.

En nombre de la libertad, la solidaridad y el patriotismo se convocaba, desde la otra orilla, a salir en masa, a provocar y a ser “valientes”. A algunos les ofrecieron dinero para cometer actos vandálicos y ataques a instituciones estatales cubanas. Recuerdo haberme tropezado con varios comentarios de muchos que, desde allá, sentían vergüenza de ser pinareños por la calma que había en la provincia.

Me pregunto si todos esos que se descargan falazmente contra sus coterráneos tendrían el valor de volar 90 millas y salir, como ellos dicen “pa’ la caliente” a gritar todo lo que vociferan detrás de una pantalla o en los tantos memes que intentan viralizar.

Doloroso resulta ver cómo se quiebran lazos de sangre y amistad ante ofensas, amenazas o humillaciones por pensar distinto y no acceder ante presiones o chantajes.

¿En la familia de quiénes pensaban cuando pagaban para provocar el caos o abogaban por una intervención humanitaria? ¿Cuánto de humano hay en atacar un hospital pediátrico y por demás en medio de una crisis sanitaria?

Los problemas que enfrenta Cuba hoy no son pocos. El impacto de la COVID-19 vino a arreciar esas dificultades que ya existían. El cambio brusco en la vida social a la que estábamos acostumbrados, la escasez de alimentos y medicinas, las dificultades en la generación eléctrica, entre muchas otras cuestiones que caldean los ánimos del más flemático de los seres, fueron más que otra cosa lo que desencadenó que en San Antonio de los Baños la gente saliera a protestar.

Son situaciones a las que no estamos acostumbrados y resultan más que propicias para que unos cuantos se aprovechen y cambien la narrativa de los hechos a su conveniencia. Para ellos el bloqueo es solo un pretexto, cifras que Cuba repite año tras año en la ONU como si fuera un juego, pero no lo es, existe y nos ha llevado recio por más de 60 años.

Una de las explicaciones más simples, certeras y comprensibles sobre lo que significa esa cruda política y la situación actual de Cuba la dio hace varios días el británico Roger Waters, fundador de la legendaria banda de rock Pink Floyd:

“Si le interesa mi casa y no me la puede comprar es porque no se la quiero vender, ni tampoco se la quiero alquilar o arrendar. Entonces usted me encierra en mi casa y no me deja salir para ir al supermercado, ni a la farmacia ni al banco y tampoco deja que me vendan los repuestos del carro o la moto, y aunado a esto me cancela las cuentas y tarjetas de crédito y ahorro.

“Al cabo de un tiempo mis familiares se van a desesperar, algunos escaparán por la ventana… y usted desde afuera empezará a vociferar que soy un inepto para conducir las riendas de mi casa y que soy un dictador. Que hago sufrir a mi familia… y entonces van a comenzar a decir que el gobierno de mi casa está en crisis y que los vecinos tendrán permiso para intervenir y echarme con el propósito de atender la crisis humanitaria de mi familia.

“Eso sí… nunca usted dirá que lo que le interesa es quedarse con mi casa, y que por eso fue que usted me puso en esta situación tan crítica ante mi familia”.

Mejor explicado imposible. Entonces, los supuestos patriotas y valientes que desean lo mejor para la familia cubana hablan de solidaridad y apoyo. Dos palabras que para ellos se resumen en invocar a través de las plataformas digitales un caos generalizado o lanzar fuegos artificiales desde cuatro embarcaciones como una muestra sutil de provocación.

Solidaridad es que miles de personas, a través de instituciones y organizaciones contribuyan a conformar valijas con alimentos, medicinas y otros suministros con destino a Matanzas.

Apoyo es que ante el fallecimiento de un joven médico holguinero, que lo entregó todo en la zona roja, se viralicen iniciativas a través de esas redes sociales para ayudar económicamente a su esposa e hijos pequeños.

Ejemplos como esos hay muchos. Nadie ha dado lo que le sobra. Todos los que ayudan comparten lo que tienen sin sacar en cara el esfuerzo que cuesta.

Y nada de vendas para no ver la realidad. Mucho hay que hacer y mejorar para concretar el proyecto social que queremos. La inclusión, la diversidad de pensamiento, el diálogo y el debate deben encontrar vías efectivas para su desarrollo sin que generen discordias, etiquetas, manipulaciones, violencia. Hay que escuchar a la gente desde el barrio, crear canales que faciliten soluciones y no trabas.

La ineficiencia, el burocratismo, los discursos vacíos y frases manidas deben quedar atrás para que las nuevas generaciones sigan creyendo en lo que con tanta sangre y esfuerzo se ha construido.

Ponerle corazón a Cuba implica no quedar cruzados de brazos esperando a que algún día la política estadounidense decida cambiar y levante el bloqueo, sino aprovechar los proyectos endógenos, de desarrollo local, explotar los recursos que tenemos, ser creativos y buscar alternativas.

Ponerle corazón a Cuba implica tener principios, convicciones en las que hagan mella las intenciones de imponer otro sistema o de incitar al vandalismo, al irrespeto o al odio.

Ponerle corazón a Cuba es también, al decir del poeta, la necedad de vivir sin tener precio.

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