Según la psicología humanista, el individuo es sujeto deseante; es decir, una vez que logra una meta, aparece otra y un nuevo motivo que la satisface. Desde esta perspectiva, las necesidades son escalonadas, una especie de pirámide, en cuya base están las primarias (techo, sexo y alimentación) recordándonos nuestra pertenencia al reino animal, y en la cúspide se ubican las propiamente humanas, como afecto y reconocimiento, hasta llegar a la autorrealización, que es su punto más alto.
Durante toda la vida establecemos prioridades y concentramos los esfuerzos en aquellos proyectos que, para un momento específico, nos garantizan la felicidad. Mientras más obstáculos se interponen, más organización, energía y creatividad ha de desplegarse, con el único fin de concretarlo, de no fracasar.
Es esto, en todo su sentido y carga, lo que debe instalarse en el imaginario social como “luchar”, entendida la forma verbal como gestión planificada para alcanzar objetivos, con base en la honestidad y los esfuerzos propios, sin permitirnos la posibilidad de valorar como “luchador” a quienes se apropian de lo ajeno para consumo, especulación o lucro. Da igual.
Mejorar las condiciones de vida es una aspiración universal y un derecho de todo trabajador. Para una sociedad como la nuestra, bloqueada económicamente por más de 60 años, constituye un horizonte que sigue inspirando la construcción socialista, y no admitirlo como justificación de los actos de corrupción o vandalismo es una responsabilidad ciudadana.
Niños pequeños, ancianos enfermos, casa en construcción, familiar con discapacidad, salarios modestos, austeridad y limitaciones, son realidades de muchas familias cubanas, en las que conviven personas trabajadoras que, paso a paso, conquistan sus sueños con las divisas del sudor y el recato.
Para este comentario no aplica el precepto de que el fin justifica los medios. En un proyecto como el nuestro, donde los medios de producción están en manos de la clase proletaria, es inaceptable el robo, la corrupción, los abusos de poder para disponer de los recursos del pueblo.
No proceden ejemplos, porque no creo que sea práctica instalada o sello distintivo de una profesión, oficio o sector en particular, sino aislados eslabones que, de no atajar a tiempo, pueden enquistarse hasta mellar la subjetividad colectiva.
Por fortuna, hemos ganado en la práctica de la denuncia y el sistema judicial se perfila para las sanciones, pero en el plano ideocultural aun tendremos que reforzar el valor del esfuerzo consagrado para el logro de la autorrealización, que ha perdido fuerza frente al dinero y los bienes de consumo, por el impacto global del sistema capitalista, con su centro de mira en el capital y el mercado.
Estas líneas no son una oda al conformismo. Todo lo contrario. En su espiritualidad está la confianza total en las capacidades de los humanos para alcanzar sus sueños, sobreponiéndose a los tropiezos en el camino. Es aquí donde radica el desafío y el encanto de vivir, siempre que los planes no sean tragados por la ambición y el desenfreno, privándonos de la posibilidad de apreciar y disfrutar lo que tenemos hoy, principal inspiración de los anhelos presentes y los que están por venir.