Dicen que la algarabía estalló con el último segundo. No hubo lugar en Cuba en que no se celebrara “a lo grande” la victoria del pinareño y que en Herradura, su tierra natal, el clavo de la medalla relució como el oro, en espera de la última presea de un hombre que ha hecho historia en el olimpo.
A 7,846 kilómetros de distancia, las arenas del Campo de Marte vivieron un hecho insólito: el hijo de Bartolo obtenía su quinta presea dorada consecutiva en la misma prueba, al vencer 6-0 a su compañero y amigo, Yasmani Acosta por Chile en los 130 kilogramos.
Mijaín con su maillot rojo fue Cuba esta noche y él lo sabe. Se sembró como un roble en el centro del colchón, ahí donde mismo se coloca la insignia parisina y desde ahí vertió su fuerza y su estirpe en piernas y brazos, en rostro y piel.
Toda la tensión estuvo en el centro del recinto. La gente no cabía en el asiento y se balanceaban ansiosas como queriendo estar más cerca. En francés, español, inglés; no importaba el idioma para vitorear al héroe.
Casi enseguida empezaron los homenajes. No solamente los asistentes a la sala del Campo de Marte sabían que estaban delante de un hito nunca visto en citas estivales, sino también otros muchos desde decenas de lugares de París, de Francia y del mundo.
Apenas a la salida del colchón lo encontró Thomas Bach, el Presidente del Comité Olímpico Internacional, que llegó hasta él para reconocer tanto sacrificio y talento. Luego pudo avanzar despacio, en medio de la vorágine que genera su presencia. Cientos de periodistas, atletas, entrenadores, voluntarios, todos querían tener cerca al campeón.
Y desde Cuba llegó la llamada para transmitir el mensaje de todo un país que hoy se detuvo solo para verlo. “Es el suceso deportivo más importante de los Juegos. Eres un cubano y un revolucionario ejemplar”, le dijo Díaz-Canel mientras el gigante seguía rodeado de tanta admiración.