Desde los inicios del siglo XXI, el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) avanza a gran velocidad, como ha ocurrido en todos los terrenos de la Informática.
El análisis de enormes bases de datos, los sistemas de reconocimiento facial en la calle, las tecnologías de guía de las armas de alta precisión hoy son factibles gracias al gran desarrollo alcanzado.
Mucho se ha progresado desde que en los años 80 se construyó una poderosa computadora llamada Cyber, que sirvió de inspiración al escritor de ciencia ficción William Gibson, para la creación del término ciberespacio en la novela Neuromante (1984).
Hoy en las redes digitales nos enfrentamos con sistemas de inteligencia artificial y Big Data. Los algoritmos de ia tienen la capacidad de determinar infracciones e incluso de eliminar cuentas y decretar suspensiones de usuarios. El ambiente digital posibilita coordinar gente dispersa y organizar enjambres de ataque con la misión de sembrar la incertidumbre, la desesperación, el miedo, la zozobra y el caos.
La subordinación de los medios en las tareas de manipular la información, construir estados de opinión y, en virtud de esto, modelar modos de actuación, se ha convertido en parte esencial de la estrategia del imperio estadounidense para lograr la hegemonía en un mundo que se le vuelve cada vez más difícil de manejar.
Con el dominio de la ia los analistas pueden construir modelos capaces de predecir atributos ocultos, entre ellos, preferencias políticas, orientación sexual, cuán sólidas son las relaciones con las personas con las que usted interactúa. Todo eso gracias a la información que los propios usuarios suben a las redes.
Las aplicaciones que utilizamos dejan cientos de miles de huellas que son utilizadas por las empresas de Big Data.
Trabajan para convocar al odio y fabricar percepciones negativas; obran sobre debilidades y deficiencias, sobre automatismos, miedos y estereotipos identificados.
Dominar los estereotipos le permite al manipulador adueñarse del auditorio a partir de resortes subjetivos.
Todo el arsenal de guerra, comunicacional, civil y militar depende cada vez más de la ia; miles de millones de dólares se gastan para perfeccionar las armas y aumentar su capacidad letal.
Pero ni en el terreno militar ni en el civil priman la ética y la razón. El imperio y sus aliados combaten sin honor en el ámbito digital comunicacional y en el terreno de operaciones militares; es una guerra sin principios, marcada por la ambición desmedida.
Muchos temen y dudan del uso de las nuevas tecnologías de ia y es que está diseñada de tal manera que ni siquiera los propios desarrolladores pueden trazar siempre conexiones lógicas y entender por qué el robot «tomó» tal o cual decisión, como señala el Instituto Nacional de Investigación por la Paz (Sipri).
Existe, al menos, un riesgo teórico de que el robot realice alguna acción que no se esperaba de él. En sentido estricto, no se puede confiar plenamente en las decisiones de la ia, sobre todo, porque conocemos quiénes están detrás de las grandes computadoras.
Causa escalofríos saber, por ejemplo, de la existencia de la nombrada «mano muerta», un sistema que puede dar la orden de un ataque nuclear de represalia si considera que las personas que lo controlan ya han muerto.
No obstante, una cosa debemos recordar siempre: «Cuando Estados Unidos luchó en Vietnam fue una confrontación entre tecnología moderna organizada y seres humanos organizados. Y vencieron los seres humanos», escribió Howard Zinn en La otra historia de los Estados Unidos.