Algunos decían que la Revolución Cubana era Fidel. Y tras esa ambigua expresión escondían la esperanza de que una vez que desapareciera físicamente su líder histórico, la Revolución se iría abajo. Ciertamente, la Revolución era y es (entre otras muchas cosas) Fidel. Pero el mayor mérito de este extraordinario político y luchador fue precisamente consagrarse a esa Revolución, asumirla no como la obra de un individuo, sino como la realización de un pueblo entero.
Él fue (y de alguna manera sigue siendo, por la contundencia de su ejercicio) el guía indiscutible de esta Revolución. Pero la Revolución es, primero que todo, el pueblo.
La comprensión cabal de la dialéctica revolucionaria le otorgó la capacidad de construir consensos, a partir de la confluencia de una concepción antidogmática del marxismo y el espíritu de un martiano raigal. Eso que algunos llaman el aporte de Fidel Castro a la teoría revolucionaria es en realidad la concreción de un ideal político en la construcción de una sociedad nueva, no exenta de conflictos y desafíos, pero encaminada al objetivo mayor: justicia para todos.
La Revolución fue el laboratorio en todos los ámbitos del entramado político, social, económico y cultural. Fue la transformación mayor que haya experimentado la nación toda. Un cambio profundo, sistémico, enfocado en el diagnóstico integral de las aspiraciones y las demandas de los más humildes, inspiración y móvil de todas las luchas emancipadoras en la historia de los cubanos.
Ahí está la esencia de ese concepto fundamental de Fidel: La Revolución Cubana es una sola: comenzó con Céspedes; la continuaron Maceo, Gómez y Martí; tuvo en Mella y Villena pilares en su lucha, y triunfó por fin el primer día de enero de 1959. Pero ese triunfo no implicó su consolidación definitiva. Fue el comienzo de un nuevo camino.
No se puede entender la Revolución como un ente inmóvil, anquilosada en la concreción de puntuales demandas. La Revolución tiene que ser permanente, tiene que marchar con los tiempos. Fidel sintetizó este planteamiento en su célebre Concepto, que ha devenido declaración de principios:
“Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.
Palabras meridianas.
La desaparición física de Fidel, de la que se cumplen hoy cinco años, conmocionó a millones de cubanos. Un país completo le rindió el más sentido de los homenajes. Una frase se hizo viral: “Yo soy Fidel”. Ilustraba la convicción de un pueblo: la continuidad de un legado. Fidel no aró en el mar. Fidel sembró para la eternidad.