La era digital vino a revolucionar la sociedad en toda su amplitud. De alguna manera u otra, todos sacamos provecho de la internet, pues muchas son sus bondades, sus ventajas y oportunidades.
Pero cada fenómeno tiene sus pros y sus contras, y a esos riesgos nos exponemos diariamente, unas veces de manera inconsciente, y otras sin medir o pensar en las consecuencias.
El marketing y la publicidad han encontrado un gran aliado en las redes sociales para promocionar negocios, productos, proyectos. Sin embargo, con mucha frecuencia tropezamos con otro tipo de ofertas, esas que parten desde la cosificación de la mujer hasta llegar a la degradación misma.
Y no es cuestión de escandalizarse por el hecho de que alguna joven decida venderse al mejor postor en las plataformas virtuales, en definitiva, el oficio ha existido desde tiempos inmemoriales, sino que cada vez son más precoces las que se exponen a todo tipo de situaciones que, muchas veces, desencadenan en hechos que marcan para toda la vida.
Es en esa primera juventud cuando las adolescentes están ávidas de elogios, necesitan a toda costa presumir y usar lo que está en boga para lucir más atractivas. Se convierten las redes sociales, entonces, en el espejo en el cual muchas encuentran el reflejo deseado cuando explotan los perfiles llenos de comentarios, ojo, de todo tipo.
La situación se pone más compleja cuando se conjugan necesidades económicas y propuestas de trabajo, no siempre tan reales o legales, pero sí bastante jugosas si de dinero se trata. Y es ahí cuando la ingenuidad y la inexperiencia pasan factura, o en muchos casos, la carencia del apoyo familiar y la educación adecuada.
Dicen que cada cual es libre de hacer lo que desee con su cuerpo, pero, ¿realmente son esas las motivaciones que deben mover a las adolescentes en pleno siglo 21? ¿Son acaso el erotismo y la sensualidad de un cuerpo las únicas opciones de una mujer para abrirse camino económicamente? ¿Hasta dónde influye la familia y la sociedad en la hipersexualización femenina?
Según la Unicef, existe una tendencia internacional, de la cual no escapa Cuba, relacionada con la adolescencia como el periodo de mayor vulnerabilidad a ciertos tipos de violencia, en especial la sexual.
Por supuesto que nadie tiene el derecho a violentar a otra persona, pero no cabe duda de que hay ciertos comportamientos que, irremediablemente, propician el acoso, el irrespeto y disímiles conductas que atentan contra la integridad física y emocional de las mujeres.
Y en esas posturas virtuales de ostentación de curvas y volumen, en ese show de cualidades y actitudes sexuales, la familia y la sociedad juegan un papel primordial, ya sea en el seno del hogar o en las propias instituciones escolares y culturales.
En más de un escenario, la doctora Ana María Cano López, especialista del Centro Nacional para la Educación Sexual (Cenesex), ha enfatizado en que la erotización infantil no es más que la propensión de adelantar los comportamientos y actitudes sexuales a edades tempranas, por parte de los adultos.
“Muchos niños y niñas no solo están en contacto con imágenes hipersexualizadas, sino que se les vende la idea de que tienen que ser sexys”, plantea la especialista.
Y si bien es preocupante la precocidad de quienes muestran tales manifestaciones en las plataformas digitales, peor es el camino que se vislumbra para ellas o el futuro que se avizora en una sociedad que se va despojando de valores esenciales para el crecimiento espiritual de sus jóvenes como personas de bien.
Más allá de constituir espacios en los que volverse viral es sinónimo de banalidad, las redes sociales deben ser también canales efectivos para promover derechos, mecanismos de denuncia y de cuestionamientos de normas sociales.
Nada tienen que ver los tiempos de crisis económicas con dejar a un lado el respeto a uno mismo, el pudor y la dignidad humana. Mucho menos debería convertirse la prostitución en la única salida para luchar por un mejor futuro cuando existen disímiles caminos para ganarse la vida de manera decorosa.
Que no sea, entonces, la modernidad la que resquebraje el honor y la honradez, pues la valía de una mujer comienza, ante todo, por ella misma.