28 de enero de 1967: la noche más recordada en la historia de San Andrés.
En apenas unos meses, había cobrado vida aquella idea nacida del espíritu romántico de Fidel, ese hálito de eterno fundador que en tan solo ocho años de fragorosa revolución diera ya de qué hablar entre amigos y enemigos.
Dicen los que lo vieron llegar que, al bajarse de su inseparable yipe ruso, tabaco en mano, en su rostro hirsuto era visible el rictus del vencedor; de quien no albergaba la menor duda sobre el éxito de la quimera que para muchos significaba ver germinar en aquel lomerío, otrora feudo señorial, las raíces de la palabra dignidad.
“Yo estaba allí, pegaíto adonde paró. Se tiró del carro como un tigre, y le partió pa´rriba a la gente. Hum, tremenda bronca les formó a los escoltas que lo querían acorralar”. Lo cuenta Ángel Malagón Morales, por esos días mozuelo de la zona que hoy peina tantas canas como ganas de echar el tiempo atrás. “Si él estuviera vivo, saca esto del bache en un dos por tres… No nace otro Fidel”, y se le agua la mirada azul cielo al punto que nos contagia con su emoción.
Allí, desde la tribuna improvisada sobre un singular peñón, el líder arengó a la multitud que se había congregado bien temprano. Les habló sobre todo de futuro; de cuánto pretendía hacer, para los pobres de la Tierra, el naciente proceso revolucionario que a fuerza de sangre e ideas conquistara el poder. Les aseguró que era esta la experiencia inicial, el plan piloto que daría paso de manera inmediata a otros dos en las regiones central y oriental del país.
“Vino una pila de gente, no solo de aquí. Llegaron en camiones de La Palma, del Entronque de Herradura…, y de muchísimo más allá. Todos estábamos locos por oír al Jefe”, nos detalla haciendo gala de la mímica el Jabao, como la mayoría llama en la comarca al veterano interlocutor.
Un detalle pintoresco de la alocución lo constituyó el improvisado intercambio que sostuvo el Comandante con Apolinar Hernández, padre de veintitantos hijos, hombre humilde y líder natural, representante de ese campesinado menesteroso que desde el inicio se había puesto en función del proceso transformador. Luego, fue prolijo el orador en su discurso al dejar en claro cómo avizoraba la vida por venir en aquellos arrinconados lares de la geografía pinareña; allí, en las entrañas mismas de la Cordillera, embebidos los visitantes por la majestuosidad sin par del valle de San Andrés de Caiguanabo.
Y también se reveló cual sagaz estratega. En la explanada que se extiende al costado del actual Centro Mixto “Nguyen Van Troi” (escuela interna a la que él en sus palabras bautizara como “el 300”), definió la nueva línea de desarrollo económico concebida para la región, sustentada en el incremento y la aplicación de técnicas modernas en el cultivo del café, rublo que en lo adelante identificaría al territorio tanto o mejor que las sempiternas montañas.
“Segurito que antes ya había pasado por aquí. Pero él se enamoró de verdad de esto como un año atrás, el día que de buenas a primera se le coló en la casa al viejo Alejandro Toledo. Ahí se le metió en la cabeza la idea, y poco después ya estaba listo el primer semillero”, cree recordar Ángel Malagón, rascándose la barba canosa. “Desde entonces era muy raro que no se llegara a darle una vuelta al plan semana por semana, y un montón de veces vino acompañado por Celia, y otras gentes importantes de la Revolución. Esa noche del acto, más fría que el cará, él trajo incluso a Raúl”, y le hace un gesto a la mujer, como queriendo calzar sus recuerdos.
Lo cierto es que en breve tiempo las plantaciones de café invadieron las tierras antes dedicadas en lo fundamental a la ganadería extensiva, y a la típica agricultura de subsistencia. La siembra en terrazas, y el uso de tecnologías de avanzada para el riego y la fertilización, hicieron posible el florecimiento del incipiente cultivo, y propiciaron ocupación y trabajo digno a los habitantes de la serranía, así como el disfrute colectivo de importantes servicios de diversa índole, enclavados sobre todo en la por esa fecha en construcción Comunidad “Rafael Ferro”, Pueblo Nuevo en el argot popular.
Unido a ello, quizás el mayor aporte que se derivara del interés puesto por el Comandante hacia esta zona, haya estado en el hecho de convertir a San Andrés a partir de ese propio instante en una plaza educativa de relieve nacional. Hasta hoy día es así, al punto que pudieran contarse con los dedos de una mano los enclaves rurales que en la nación —y me atrevo a asegurar, incluso, que en el mundo— pueden darse el lujo de que sus hijos se eduquen desde el círculo infantil hasta la universidad sin necesidad de transgredir las fronteras del terruño natal.
Retomando el discurso con que Fidel inaugurara el Plan Integral San Andrés, resultan muy atrayentes los detalles que, en torno a aquel lejano 28 de enero de 1967, aporta el testimonio del octogenario Vianney Borjas Calzadilla, hijo del legendario Capitán Borjas, personaje que por su valía y trascendencia ocupará en fecha próxima un reportaje histórico exclusivo.
“Yo seguía firme cuando eso en mi sector de la LCB (tipo de formación militar en la época de la denominada Lucha contra Bandidos), y me acuerdo como si fuera ahora que llegamos por la mañana, con el rocío, ensopados por la llovizna de un frente que tenía a la gente temblando. Qué nochecita se nos venía arriba. Iba a chiflar el mono…; como chifló. Nos trepamos enseguida en el mogotico que daba para la tarima que allí fabricaron, y nos pasamos el santo día con los ojos más abiertos que el gavilán. Imagínate qué lío se nos armaba si le pasaba algo a Fidel”, y apoya sus palabras con un remarcado lenguaje gestual.
En medio de la entretenida conversación, sale a relucir un episodio escabroso, de esos que calaron hondo en la mente de un hombre decente, como él.
“Al poco tiempo, en uno de sus viajes de chequeo, Fidel descubre por mi padre que hay un tipo dirigiendo que se quería pasar de listo. Y na´, lo cogieron con las manos en la masa, escondiendo en una cueva un montón de bolsas llenitas de posturas de café. La mentira encabronó al Jefe, y allí mismo lo botó, al punto que por todo aquello no se supo más de él. Se viró pal Viejo, le tiró la mano por arriba, y le dijo: ‘Borjas, de ahora palante aquí solo mandas tú’; y así mismito fue”.
Acerca del tema relacionado con la significativa estancia del líder de la Revolución en este sitio, y en otros terrenos de La Palma, nos abunda Luis Martínez Cruz, avezado historiador del municipio:
“Fidel pisó nuestro suelo mucho antes, siendo muchacho, mientras estudiaba en el Colegio de Belén, de La Habana. Fue por septiembre de 1943, cuando en compañía de algunos condiscípulos se empeñó en subir al Pan de Guajaibón. Después del triunfo vino varias veces, en particular a propósito de la Crisis de los Misiles, pues la Comandancia del Occidente radicaba muy cerca, en la Cueva de los Portales. Hay que resaltar que, desde el instante mismo en que conoce San Andrés, esta hermosa tierra funcionó como hechizo para él; inclusive aquí solía pasar muchos de sus contados ratos de asueto. Con el Plan Integral, el primero que se creó, se hizo habitual su presencia, y decenas de habitantes se vanaglorian de haberle estrechado la mano”, concluye.
La noche del 28 de enero de 1967, gélida como pocas se recuerdan por aquí, Fidel inauguraba la bella obra arquitectónica que se erigía a escasos metros de la tribuna, y que muy pronto llegaría a acoger a los primeros 300 becados de la comunidad y de asentamientos vecinos, así como cinco círculos infantiles concebidos para posibilitar la integración de la mujer a los planes que la jefatura del Gobierno concibiera para aquella hasta entonces inhóspita demarcación. En su discurso, adelantó la próxima apertura de otros centros docentes, entre los que mencionó un internado similar, tres con capacidad para 150 alumnos, y un sinfín de edificaciones destinadas a enaltecer la vida de los pobladores de estas serranías, en su mayor parte en la naciente Comunidad “Rafael Ferro”.
Por supuesto que, a pesar de la entereza de su gente, San Andrés no ha sido la excepción. Es ese el bache de que nos hablaba Ángel en su íntima confidencia; el hueco que, a su simple modo de ver, con infinita savia habría tapiado Fidel. La crisis económica sostenida que ha atravesado el país en las últimas décadas, por razones archiconocidas, ha ido lacerando gota a gota el bello sueño que dio vida al Plan Integral. No son ya ni tan frondosos ni tan esbeltos los cafetales que le dan la acogida al visitante, ni tan transitable la carretera; ni siquiera la mayoría de los centros educacionales, edificados haciendo honor a la quimérica cultura del detalle, muestran ahora su mejor faz. Esa es nuestra impresión.
Para hablar del presente, y en particular para escarbar en los atisbos de futuro, acudimos al encuentro concertado con Ariel Crespo Cruz, presidente del consejo popular de San Andrés, uno de los tres en que se divide la región.
Nos recibe en la morada de Bárbara González González, lideresa natural del poblado, exdirigente gubernamental que no deja de creer en la utilidad de la virtud. Después del buen café montañés, caímos en el tema en cuestión.
“Es cierto que esos más de cincuenta años han hecho mella en la mayoría de las obras asociadas al Plan, concebido e implementado por Fidel. El tiempo es implacable, y creo que en épocas de más bonanza económica se desaprovechó la oportunidad de invertir para mantenerlas en óptimas condiciones. Hoy día, las hay que, aunque prestan determinados servicios, no tienen las condiciones idóneas, en particular el segundo de los internados para 300 alumnos, que fuera secundaria y posteriormente pre. Eso es innegable; aunque también lo es el esfuerzo que se ha hecho en los últimos años por ir rescatando en algunas de ellas, con los exiguos recursos de que disponemos, parte del antiguo esplendor”.
Y, para dar fe de sus palabras, nos guía a la zona más empinada del pueblo, en donde se erigió uno de los primeros círculos infantiles que citara en su discurso el líder de la Revolución.
El cartel identificativo situado a la entrada funciona como una especie de confirmación de la tesis de Ariel: Nuevos Horizontes es el nombre que lleva el centro, destinado a dar inicio al proceso educativo integral que, como se dijo, distingue a San Andrés. Había pasado la hora de almuerzo, y el sueño de los infantes nos hizo movernos con sigilo por la instalación. Las fotos tomadas por Luis permitirán al lector compartir la certeza nuestra de que, si no hay dejación, el camino emprendido aquí podría poco a poco ir devolviendo la lozanía al conjunto de obras que por su singular belleza arquitectónica deslumbraron a Fidel.
Nos movemos a la derecha y, frente a la antigua Posta Médica (hoy Extensión del Servicio de Urgencias), el presidente nos hace fijarnos en un montículo sobre el que se amontonan materiales de construcción. “Tal vez sea esta la tarea que ahora mismo no nos deja pegar el ojo. Será todo un acontecimiento para la gente de aquí”. Se refiere al punto escogido por el notable escultor Andrés González González (hermano de la inefable Barbarita) para emplazar el busto por él erigido en honor al Capitán Borjas, a quien los pobladores de estos lares —con la razón que les asiste— considera el padre afectivo del Valle. De no surgir inconvenientes, es el 16 de febrero, día de su natalicio, el indicado para el merecido homenaje al hombre de confianza de Fidel.
Yendo al otro extremo del pueblo, que nos llevaría a Gavilanes y Ceja del Río, y luego de reponer energías con un pan tostado embadurnado en aceite —cortesía de los panaderos del lugar— se nos presenta en su inmensidad un hermoso paraje. Como una serpiente de color amarillo-terroso, se extiende ante nosotros el camino recién reparado, importante por todo lo que implica para el desarrollo económico del territorio, en particular por su incidencia en la granja avícola allí enclavada. “Es verdad que el polvo se convierte en el peor enemigo. Fue la solución que ahora mismo teníamos a nuestro alcance; y ya lo dice el refrán: Mejor pájaro en mano… Pero fíjate, periodista, date cuenta de que hasta la ambulancia se las veía grises cuando tenía que llegarse a aquí de cómo estaba esto hace poco. Ya iremos buscando otra mejor solución”. A pesar de la nube de polvo que en ese instante el viento arrastró sobre nosotros, comprendimos el punto de vista de Ariel.
De regreso al hogar de Barbarita, en la humildad de su cocina-comedor, dimos fin al intercambio. Otra ronda de café precedió al almuerzo en la primaria “Camilo Cienfuegos” y, sinceramente, merecería un reportaje culinario la manera en que de toda la vida se las han ingeniado los cocineros de las escuelas en San Andrés para hacerte parecer que estás en un restorán. En busca de la botella salvadora que nos devolviera a La Palma, tocamos el delicado tema económico —dejado a propósito para el final—, el único pendiente en la agenda que nos trazamos al idear el viaje.
“Esta es una zona que se sustenta sobre todo por la producción agro-forestal. La CPA “Augusto César Sandino” es una de las mejores del municipio, y ya les mostré lo bien surtido que se mantiene el punto de venta directo que les abrimos en el medio del pueblo. También tenemos dos CCS con buenos resultados, y les estamos creando espacios para que puedan vender sin intermediarios sus producciones. A eso le estamos poniendo corazón; porque con la comida del pueblo no se juega, Juan”.
En cuanto al café, el alma productiva del Plan, hay indicios de una progresiva recuperación. A tono con el nuevo rumbo derivado de las medidas adoptadas en el país por el Ministerio de la Agricultura, el arrendamiento de las tierras a los productores independientes ha venido dando los primeros frutos. Y comienzan a notarse —si se es buen observador— vislumbres de que el esfuerzo sostenido de quienes implementan las medidas renovadoras a nivel local haría posible que los cafetos, esos que una vez hacían al viajero desviar la vista por un momento de los hechizantes mogotes, volvieran a enfilarse parejitos en aquellos infinitos surcos que mucho tiempo atrás me alegraban los ojos yendo a bordo de un reluciente ómnibus escolar.
Como por arte de magia, el Girón VI del Tite Ávila nos pone la sonrisa ancha, y contento el corazón. A bordo de la guagua, habiendo podido escoger asiento, le di inicio a la encomienda que me hiciera mi compañero de aulas Ernesto, el director de este semanario. Lo hice con la primera línea del párrafo que al final elegí para el cierre:
Cinco décadas y media han transcurrido de aquel acontecimiento trascendental, plazo suficiente para corroborar a pie juntillas las palabras del líder. Hoy día por el valle de San Andrés de Caiguanabo se abren paso cada jornada cientos de estudiantes de todos los niveles de enseñanza. Ellos encarnan el futuro. Antes lo hicieron otros miles, como Ariel; o como el propio cronista, a quien los años de Pre le enseñaron a amar para siempre este pedazo de tierra: escabrosa, ríspida en su geografía, pero de gente humilde, laboriosa, tan franca como el Jabao que nos abrió afablemente su puerta; ese que no mostró gota de pena cuando se le hicieron agua los ojos azul cielo al hablarle de Fidel.