El próximo lunes celebraremos un nuevo aniversario del nacimiento de nuestro Poeta Nacional, y bastaría detenernos en lo que entraña este epíteto tan elocuente para afirmar, sin titubeos de ninguna índole, que su obra poética es un incuestionable referente de cubanía y sentido identitario, en la que se conjugan diversas expresiones de esa idiosincrasia tan peculiar y propia del ser y el hacer como resultado de una insularidad bañada y coloreada por lo caribeño.
Justamente, por esta razón, pudiéramos tomar sus versos como resistente escudo frente a cualquier intento de asfixiarnos como nación. Su raigambre popular lo hace especialmente representativo de una tendencia a la epicidad social que le permite trascender del mero enfoque pintoresco y negrista. El rescate del son como ritmo cubano le incorpora un sabor inconfundible que sella de manera única una obra capaz de mantenerse joven y reveladora:
Tendida en la madrugada,
la firme guitarra espera:
voz de profunda madera
desesperada.
Su clamorosa cintura,
en la que el pueblo suspira,
preñada de son, estira
la carne dura.
Se capta enseguida esa rítmica, esa musicalidad que pone al descubierto el espíritu mestizo o –como prefirió el propio Guillén llamarle– la esencia mulata, símbolo del sincretismo que está en la base misma del crisol de nuestra cultura nacional. Como síntesis de lo criollo, el zumo de esta poética destila necesariamente vitalidad y energía, acción y denuncia. Por eso, su voz se alza como reclamo de soberanía a toda costa.
Vale aclarar a tiempo que la cubanidad no implica en momento alguno enclaustramiento. Todo lo contrario, presupone la asimilación de lo foráneo que pueda enriquecernos, pero sin imposiciones ni menosprecio. Desentendernos de lo continental y de lo universal sería pecar como miopes, y la historia no nos lo perdonaría.
Se trata, eso sí, de estar alertas y defender la vida espiritual y cultural de este país, lo que implica salvaguardar costumbres y tradiciones, incluso sentimientos y emociones, o sea, todo lo que dibuja la fisonomía de este “lagarto verde”.
Si recorremos ágilmente la evolución poética de Guillén, constatamos un periplo ascendente: desde Motivos de Son y Sóngoro Cosongo, hasta West Indies Ltd, Cantos para soldados y sones para turistas, pasando luego a El son entero, sus Elegías, La paloma de vuelo popular, y finalmente, la etapa de Tengo, el Gran Zoo, La rueda dentada. Es un viaje sublime de elevada temperatura lírica, en el que madurez y compromiso se vuelven invariantes.
Se me antoja decir que el autor construye un universo poético que la realidad nos incita a desempolvar frecuentemente. A modo de ejemplo léanse estas estrofas:
“Tú que partiste de Cuba,
responde tú,
¿dónde hallarás verde y verde,
azul y azul,
palma y palma bajo el cielo?
Responde tú.
Tú, que tu lengua olvidaste,
responde tú,
y en lengua extraña masticas
el güel y el yu,
¿cómo vivir puedes mudo?
Responde tú.
Parecieran escritas para esta coyuntura actual, en la que no pocos se equivocan y dan la espalda a sus raíces en busca del tan llevado y traído sueño americano.
Hay suficientes estudios e investigaciones que demuestran cuánto alerta el poeta contra el exotismo europeo, contra el deslumbramiento ante civilizaciones usurpadoras, y específicamente, todo lo que aportó para que se descolonizara la visión del negro, apuntado como principal antecedente en el poema Negro Bembón. Él asume abiertamente la batalla estética de la negritud para recuperar su belleza, adulterada y relegada sin escrúpulos. Y este reconocimiento posee una inmensa carga ideológica. Claro que poco a poco se va ensanchando la visión y se centra la atención hacia el humillado, el explotado, con un sentido clasista bien explícito.
Del color negro al color cubano: ese es el tránsito que cualquier lector medianamente entrenado aprehende sin grandes complicaciones. Al defender esta tesis se sostiene bien en alto la idea de que Guillén tiene lo que ningún otro: una obra que toca la integración y el palpitar nacional, y así puede descolonizar las mentes de sus lectores sin artificios ni añadidos, con solo presentar orgánica y artísticamente quiénes y cómo somos.
Eso lo consigue con creces, y de un modo que llegamos a sentir orgullo legítimo por pertenecer a este pueblo. Reverbera nuestra autoestima individual y colectiva.