Mucho más allá de mi ventana
colores jugaban a hacer un jardín
en espera de abril.
Luego entro los ojos
chorreando esa luz de infinito
y es cuando necesito un perro,
un bastón, una mano, una fe
Silvio Rodríguez
Como esperando abril
Nadie en Cuba hoy está a la zaga de la COVID-19: los nuevos casos, los fallecidos, las provincias o municipios de mayor incidencia, la propagación, el estado de los pacientes, las posibles soluciones y los modos más eficaces para prevenirlo. Por los diferentes medios buscamos la noticia y luego la multiplicamos por las redes sociales, de balcón a balcón o por los muros de los patios.
Ningún otro tema es más importante, y la información nos ha creado, poco a poco, la percepción de riesgo a un virus que no perdona los afectos y las cercanías. Por suerte, las calles están más vacías y el nasobuco ha pasado a ser un utensilio de primera necesidad en la vida cotidiana.
Mucha batalla ha costado la comprensión popular, quizás por la inmunidad cubana frente a tensiones constantes, donde hemos resistido y sufrido, pero al cabo ilesos y henchidos de placer y orgullo.
La enfermedad que hoy nos asecha, por su celeridad, no la podemos subestimar y para ello es preciso, además de lo que ya sabemos, restructurar la vida en la nueva circunstancia con obligado distanciamiento social.
Aquí mujeres y hombres somos conquistadores del espacio público, que nos ocupa gran parte de nuestro tiempo diario entre el trabajo asalariado y la gestión de la economía familiar. A ello se suma la necesidad de encuentro con amigos y familiares para alegrar la rutina de la semana y reafirmarnos en la cualidad común de la fraternidad.
Hoy la COVID-19 nos hace reorganizarnos tras las puertas de la vivienda, y la creatividad familiar para distribuir el tiempo es un imperativo de cada núcleo. No existen pautas que dictaminen cómo producir la vida a puertas cerradas las 24 horas. Somos nosotros quienes la refundamos desde la herramienta primordial para toda época de estabilidad o crisis: la espiritualidad.
A ella debemos acudir sin egoísmos ni atrincheramientos, para permitir que, desde el anhelo colectivo fecunden opciones de entretenimiento y consumo cultural responsable. Pongamos en diálogo las necesidades de cada miembro de la casa, lo que añoramos, las cosas que, por presiones de la dinámica laboral o de estudio, no hemos podido hacer en mucho tiempo.
Contar historias para desempolvar los viejos recuerdos, manosear fotos, cambiar la distribución de los objetos en el espacio, cuidar las plantas, practicar ejercicios físicos y técnicas de relajación, saciar viejas curiosidades, hacer manualidades, releer aquellos libros que alguna vez nos alertaron sobre verdades universales de la existencia humana, dedicar horas de lectura y cine, son experiencias necesarias que nos ha arrebatado la modernidad y la vida pública.
En estos días es preciso también buscar el tiempo para el reporte a los abuelos, la familia y los amigos. Los vientos que soplan necesitan el mensaje de amor y esperanza, el abrazo en la distancia que fecunda con la palabra verdadera.
Hay que poner a prueba, aún sin definir por cuánto tiempo, la capacidad para restructurar el campo de acción. A ello salva el disfrute de los cubanos en sus familias y hogares, pero lo detrimentan las tensiones por la escasez de alimentos que conducen a la desobediencia ante el riesgo, el acaparamiento y la ansiedad colectiva.
De ello deriva la urgencia de planificar en la agenda un espacio diario y de alta prioridad para apreciar lo que tenemos: el techo, el rincón, la gente, el país, el proyecto.
En esta tierra ya está demostrado que un buen antídoto contra el virus es el amor. Nosotros, que bien conocemos el contra-veneno, desde la casa estamos en el deber de responder con su misma severidad, poniendo a los seres humanos en el centro de la razón por la que vale la pena vivir y luchar.
Mientras la ciencia se bate con las soluciones a la pandemia, seguimos de la mano de la información y la prevención, para buscar en el acervo histórico y cultural la diversidad de alternativas aprendidas para enfrentarnos a la contingencia, sin olvidar que la risa, la solidaridad, la creatividad y la esperanza son acápites del pacto de cofradía con el que hemos sacudido a la dificultad, la maldad y la injusticia.
La primavera recién llega a nuestro hemisferio y la vamos a recibir en casa, por encima de la COVID-19, como ella merece. Como nosotros sabemos.