La restauración de obras de arte es un oficio imprescindible para la conservación del patrimonio de una nación. Quizás no sea un oficio lo suficientemente aplaudido o reconocido por su valía, pero sin los restauradores no contaríamos con las obras del pasado.
Pese a los cuidados sobre un bien patrimonial, siempre el tiempo termina pasando factura, ninguna obra de arte en formato original es imperecedera; y ahí es donde interviene la labor divina del restaurador, quien es especialista en la historia y las técnicas del arte.
Es un trabajo científico y artístico, al mismo tiempo. Comprueban si los objetos son auténticos, mediante análisis de pigmentos y la prueba del carbono-14. Con rayos X revelan estructuras internas del objeto y las reparacionesantiguas, con la finalidad de identificar las técnicas y los materiales que utilizaron para crearlo.
Ya en el proceso, conjugan técnicas artesanales y fundamentos científicos para realizar el tratamiento del objeto mediante diferentes métodos, siempre con la máxima de hacer sobre el objeto la mínima intervención posible.
Son ellos también quienes se encargan de supervisar las condiciones en las que son mantenidos las piezas, para defenderlas de la luz, la temperatura y la humedad.
Un error de un restaurador puede costar el valor de esa obra de arte a su cargo, y por tanto, el precio histórico y patrimonial que sobre la obra pesa. Sobre sus hombros recae tamaña responsabilidad y es importante decir que es un proceso, también muy costoso y lento.
Restaurar es validar la autenticidad de una pieza, intervenirla para sanar el deterioro en ella y así prolongar su vida y su aporte cultural, histórico y social. El restaurador es una figura protagónica cuando de conservación patrimonial se habla; y el patrimonio, incuestionablemente, es la savia de nuestra identidad.