Cada siete de abril se conmemora el Día mundial de la salud, fecha elegida para sensibilizar sobre la importancia de garantizar que todas las personas, en cualquier lugar, puedan gozar de condiciones laborales y de vida dignas, que favorezcan su derecho a la buena salud.
La jornada es propicia para instar a los decisores y líderes de los distintos países, a monitorear las desigualdades y a garantizar que “todas las personas puedan acceder a servicios de salud de calidad cuando y donde los necesiten”.
Las comunidades vulnerables, incapacitadas de recibir una atención médica eficaz, sufren más severamente la embestida de enfermedades, como la COVID-19, que, si bien no distingue entre ricos y pobres, cobra más víctimas entre los segundos.
Con profundo desaliento un doctor de una unidad de cuidados intensivos de la ciudad brasileña de Sao Paulo relata a la prensa internacional el episodio en el que, por falta de ventiladores, tuvo que desconectar a un anciano, que llevaba 10 días intubado sin posibilidad visible de mejorar, para entubar a un paciente más joven que no tenía comorbilidades. Esa difícil decisión aún lo entristece.
En el continente africano la mayoría de los decesos por coronavirus acontecen fuera de los centros hospitalarios y no se registran en los informes oficiales.
Más de 2 400 sanitarios han fallecido en México a causa de la enfermedad y ese país sufre un déficit de especialistas que agudiza aún más la crisis sanitaria.
Carros fúnebres recorren imparables las calles de distintas ciudades del orbe, cual escena de una tragedia que a todos ha tocado de alguna manera.
Hace poco más de un año que el virus llegó a nuestra isla para alterar, de la noche al día, la cotidianidad de los cubanos. El profesionalismo de nuestros profesionales médicos y la certera gestión de la crisis por parte del gobierno han sido esenciales para aminorar el impacto de la enfermedad en el territorio nacional. Gracias a esto, no hemos conocido el horror de muertes masivas que han vivenciado otras naciones.
A pesar de ello, la percepción de riesgo de la población cubana todavía resulta insuficiente y hay quien asegura no temerle a ese “simple catarro” que resulta de contraer la enfermedad.
No se explica la presencia de niños jugando en las calles cuando se ha repetido hasta el cansancio que los infantes también son vulnerables de contagiarse y agravar.
Pecan de indolentes e ignorantes quienes organizan fiestas y reuniones familiares en un contexto como el actual y violentan las medidas de seguridad dispuestas.
La inmunización total de la población, que se concretará en los meses venideros, será un paso decisivo en la batalla contra la pandemia; pero mientras tanto debemos reforzar la protección de nuestros niños y ancianos y cuidarnos a nosotros mismos. Sirva este siete de abril para que seamos más conscientes con la protección de ese bien sagrado y colectivo que es la salud.