El día 12 tuvo que ir a comprar arroz a la placita: “Y menos mal que ahora hay a 35 pesos, porque estuvo hasta a 60. No rinde como el que venden en la bodega, pero es mejor que nada”.
A razón de una libra por día, bendito febrero con su poquedad, desde ahora y hasta que finalice el mes, son 560 pesos, más de un tercio de su chequera. “También hay que comprar frijoles, condimentos y eso que mis hijos me ayudan, pero ganan poco y tienen familia. Yo no quiero que, por darme cosas a mí, les falten a los niños; además, yo trabajé toda mi vida y no quiero ser una carga para ellos, bastante con que me compran los medicamentos”.
Un suspiro de desesperanza es el punto final a sus palabras; da la espalda y sale caminando con su jaba de tela, en la que lleva un pedazo de calabaza “para estirar los chícharos”.
A sus años debería tener una dieta balanceada, tranquilidad y no zozobras ni angustias. Eso es algo que, como país y sociedad, nos debemos, llegar a la vejez con certezas sobre ese futuro, cada vez más corto, pero existente, y que tiene en su finitud una razón de peso para disfrutarlo a plenitud.
Pienso en que su economía la priva del placer de regalar a sus nietos confituras, una prenda de ropa, juguete o cualquier otra cosa, ya sea con motivo de un cumpleaños o solo con el pretexto de consentirlos y acompañar el amor a una expresión material a la cual amarrar recuerdos.
Y es que poner algo diariamente en las cazuelas devasta la economía doméstica, el cerebro, las piernas y mucho más; la inestabilidad de las ofertas y los precios cuando aparecen los productos necesitados están siendo barreras infranqueables.
No basta el entendimiento de la existencia del bloqueo, la crisis, la inflación y el impacto de la COVID-19, porque el raciocinio no se come.
Para los adultos mayores también se vuelven esquivas las opciones “salvadoras” de los grupos de ventas online, nada accesibles y con costos muy incrementados al compararlos con los que se expenden en las redes comerciales, pero que para quienes no pueden pasarse el día en la calle persiguiendo qué y dónde sacarán esto o aquello muchas veces constituyen una solución.
Porque algo está claro, el dinero no se cocina ni sirve para bañarse, calzarse, vestirse… hasta que usted lo emplea en la adquisición del bien indispensable.
El incremento de 280 pesos al pago de los ancianos que reciben bajas pensiones y carecen de familiares es una expresión de la voluntad del Estado de no desprotegerlos, pero dista de tal propósito por la exigua capacidad de compra que representa esa cifra ante las tarifas actuales.
También incide desfavorablemente y con fuerza sobre este sector los problemas por los que hoy transita la distribución de algunos productos que se reciben por la canasta normada habitualmente.
La calidad de vida, salud física y emocional de nuestros adultos mayores dependen de muchos aspectos, entre ellos la seguridad; en lo personal no me gusta el término de familiares obligados, porque si resulta una imposición el cuidado de alguien hay margen para que, tras esa responsabilidad, aparezca el maltrato, con varias gradaciones.
Además, como madre, no quisiera que el día de mañana mis hijas me prodiguen cuidados forzadas por el lazo sanguíneo, solo deseo los derivados de su afecto. Como descendiente anhelo para mis padres, única y exclusivamente, lo mejor, pero esa ansia no respalda que lo logre.
Si la prole de estos ancianos también engrosa la categoría de personas con bajos ingresos y tienen otros seres a su cargo, ¿cómo ayudar? ¿Con qué fórmula multiplicar lo que tenemos para compartir? ¿Cómo hacer para que el salario o la pensión alcancen?
Vivimos momentos difíciles, no saldremos a flote en breve; somos una nación envejecida y quienes acumulan más años no disponen del tiempo necesario para la espera ni las fuerzas para la entrega que demanda el presente; con sus energías nos trajeron hasta aquí, busquemos maneras como país de hacerles más llevadero el ocaso de la existencia.