De médico a paciente. “Lo más importante es el reconocimiento del riesgo al que estamos sometidos”, asegura el doctor Jorge Rogelio Rodríguez Martínez, tras haber enfermado de COVID-19 en el mes de abril.
En la intimidad del hogar Jorge y Martha nos reciben. Después de haber sido entrevistado él por este semanario en diciembre pasado mientras se desempeñaba como jefe del Servicio de Atención al Paciente Grave del hospital León Cuervo Rubio y como coordinador provincial para la atención al paciente grave con COVID-19, el doctor Jorge Rogelio Rodríguez Martínez y su esposa Martha León González dialogan con Guerrillero, ahora para contar su experiencia como pacientes.
“Nosotros nos enfermamos de un lunes para martes. Ese día fui a la videoconferencia de la provincia; ya venía deprimido, había fallecido mi mamá, tenía mucho trabajo, o sea, una semana difícil, rememora Jorge. Ese lunes sostuve una conversación telefónica con el doctor Juan Eloy Cruz Quesada, director del ‘León Cuervo’, alrededor de las 10:30 o las 11 de la noche. A partir de ahí empecé a toser, me pasé toda la madrugada tosiendo y sobre las seis de la mañana le dije a mi esposa que me iba para el hospital para hacerme un test rápido y un PCR porque yo estaba positivo, y así fue”.
El matrimonio vuelve sobre esos días y aún se emocionan. Saberse enfermo y grave fue una experiencia compleja.
Él, con el conocimiento de la enfermedad, supo muy rápido que estaba contagiado. El PCR positivo de ella confirmó la transmisión. Ambos fueron ingresados.
Martha recuerda haberle dicho: “Te vas no, nos vamos, si tú estás enfermo, yo también”, y cuenta cómo se alegró de su contagio. “Así me podía quedar con él en el hospital”.
“Desde el primer momento empecé con síntomas y signos de insuficiencia respiratoria, en la primera placa tenía un bloque neumónico en el pulmón derecho, y me ingresan en la terapia intensiva, comenta el doctor.
“Al otro día evoluciono hacia una insuficiencia respiratoria aguda, franca, con hipoxemia severa y es cuando se decide comenzar con una modalidad respiratoria que se llama ventilación no invasiva, y se discutió esa tarde, si no mejoraba me iban a intubar”, precisa.
“Todo ese tiempo estuve consciente o alternando entre periodos de total conciencia con otros de sueño. Por la tarde conversan conmigo, deciden sacar a mi esposa del cubículo para que no presenciara las maniobras que me iban a hacer”.
Ella le aseguró que se verían por la mañana y hubo un despido largo.
“Fue muy difícil, porque la soledad del paciente grave te mata. Esa separación de los familiares es muy dura, a pesar de que me encontraba en mi medio, en mi mundo, pienso que debe ser complejo para un paciente que no está acostumbrado a eso”, afirma Jorge.
“En esos momentos pensaba en mis nietos Brian, Darío y Damián, en mis padres, en mi padre. Después caí en el letargo de la gravedad; el tiempo pasa, transcurre y no te das cuenta de que las cosas pasan a tu alrededor. Al otro día afortunadamente amanecí mejor”.
Martha apenas puede conversar. Recordar esa madrugada es como volver a vivirla: “Me dijeron que si no mejoraba habría que intubarlo y yo respondí ‘no será necesario’, fue la noche más larga de mi vida y tenía miedo. Al anunciarme de su evolución favorable entonces no lo creía, hasta que me enseñaron una foto suya por la mañana tomando un jugo. Cuando pude verlo, le dije: ‘viste que sí nos volveríamos a ver”’.
“Después es que me hacen los cuentos, recuerda Jorge. Yo quizás vi uno o dos médicos desde la puerta que me saludaron. Supe que hubo una brigada de científicos médicos extraordinarios de esta provincia discutiendo mi caso. Fue muy bueno, porque cada uno aportó su granito de arena.
“Es por eso que lo primero que quiero es agradecer al personal médico, a los amigos, a los alumnos, a los pacientes. Todavía recibo llamadas”, dice emocionado.
“Y por encima de todo quiero agradecer a mi familia. Mis nietos, los tres resultaron ser el combustible necesario para salir adelante; el apoyo que recibí de mi esposa fue incondicional, el de mis hijos: estaré siempre en deuda con ellos”.
Comenta Martha que se crearon grupos de oración por todo el mundo. En Estados Unidos, España, Venezuela, Jamaica, Ecuador, donde quiera que hubo un amigo, un compañero de trabajo.
Jorge es diabético, hipertenso y obeso. Asegura que por eso es tan importante que los pacientes con patologías acudan rápido al médico. “Yo me identifiqué el padecimiento, alguien que no sea conocedor de la situación deja pasar uno o dos días y ahí está el riesgo. Esta es una enfermedad que tiene diferentes etapas, una primera epidémica y una segunda inmunológica que es la más peligrosa”.
Precisa el doctor que, según su criterio, llegan más pacientes complicados jóvenes a las terapias porque, a pesar de las nuevas cepas, más virulentas, transmisibles y con una evolución más tórpida, son ellos quienes asumen las gestiones en los hogares, están más expuestos. “Además, si el viejito de la casa presenta fiebre, lo llevan rápido al médico, pero si es el joven este asume que es coriza o un catarro común.
“Hay muy poco reconocimiento del riesgo al que estamos sometidos, eso es importante. Muchas personas no quieren ir a los centros de aislamiento, entonces crean más contactos cada día”.
Jorge y Martha estuvieron 10 días en el hospital. Ella transitó con menos dificultades, pero ha quedado con más secuelas, dolores articulares, depresión, miedo a ratos. Él no identifica otras consecuencias y marcha cada día hasta el “León Cuervo”, como hace todas las mañanas desde que iniciara la pandemia.