Si alguna vez visitas el museo del Louvre de París, podrás disfrutar con toda pasión la escultura que representa a Afrodita, la diosa griega del amor y la belleza: la Venus de Milo.
La efigie fue encontrada por un campesino nombrado Yourgos cuando labraba la tierra en la isla de Melos, también conocida por Milos, entonces la limpió y la llevó a su casa; tanto le fascinó su Venus de mármol, con dos metros de altura y 900 kilos de peso que la conservó con mucho afán en el establo y rechazó muchas ofertas de compra.
Un oficial francés, Jules Dumont D’Urville, durante una expedición por las islas del Mediterráneo, pasó por casualidad por la casa de Yourgos. El oficial, quien era un hombre culto reconoció el valor incalculable de esta obra clásica e intentó negociar con el pastor y llevarse a Francia la Venus, por la que prometió una suculenta suma de dinero. Entonces fue a pedir apoyo a la embajada francesa en Constantinopla para que tramitara la venta.
Entre tanto, Yourgos negociaba con unos turcos que querían regalársela a su gobernador. Cuando el oficial francés regresó, se encontró que la estatua estaba embalada y lista para su traslado a Turquía, pero Dumont, recordó al pastor el acuerdo al que habían llegado y le mostró todo el dinero, al verlo todo junto, cerró el trato con el francés y le otorgó la estatua.
Mientras Dumont, el oficial francés, y los suyos se dirigían a su barco –con la Venus a cuestas–, se encontraron con los turcos que no estaban de acuerdo con la venta de la obra a los franceses, y empeñados en que la Venus tenía que ser para ellos, se pusieron a luchar los unos con los otros y quienes ganaran se convertirían en los propietarios de la bella escultura.
Finalmente ganaron los franceses, pero los turcos no fueron los únicos que salieron magullados de la reyerta. La pieza se llevó unos cuantos zarandeos y golpes en los que perdió los brazos, que continúan en un lugar desconocido. No obstante, la Venus fue trasladada a Francia.