El 31 de diciembre es una fecha de celebración mundial. A lo largo del tiempo, las diferentes culturas han concebido toda una suerte de rituales, para decir adiós al año que culmina y recibir al nuevo, con energías renovadas y optimismo.
La tradición española indica que es conveniente comerse 12 uvas a la par de las 12 campanadas del reloj en la medianoche, para tener prosperidad en el periodo que comienza; mientras que en los templos de Japón se tocan las campanas 108 veces, pues según los preceptos budistas de esa forma se purifican los 108 deseos mundanos que provocan el sufrimiento.
Un espectáculo de fuegos artificiales acapara la atención de turistas y locales en la bahía australiana de Sidney y una lluvia de confetis cae justo a las 12 de la noche sobre las cabezas de miles de personas congregadas en la plaza neoyorquina del Time Square.
Los daneses acostumbran a estrellar contra el suelo o las puertas, la vajilla usada en la noche vieja; en Filipinas los lugareños visten ropas de lunares y hacen sonar las monedas de sus bolsillos para atraer la riqueza y en Rusia es común que la gente escriba sus deseos en un papel, le prenda fuego y vierta luego las cenizas en una copa llena de champán.
Las tradiciones cubanas también tienen su belleza. No hay nada más satisfactorio que el sonido de los cubos de agua arrojados a un mismo tiempo sobre la acera, mientras los vecinos comparten la complicidad de espantar las malas vibras y atraer un poco de felicidad.
La felicidad radica en la reunión familiar, en lo que se conversa, en lo que se recuerda esa última noche del año; en el congrí calentito en la cazuela, que es igual al que hacía la abuela; en el karaoke de canciones de la década prodigiosa que nos hace reír por horas; en las videollamadas a los primos que partieron a otras tierras, pero que forman parte de la celebración aún desde la distancia.
Hilos invisibles de afecto hacen a una familia ser lo que es. No importa el tiempo que tarden en llegar los abrazos.
Este 31 de diciembre diremos adiós a un año difícil, como lo fue su predecesor. Nos dejó días de desesperación, el estrés de ver enfermar de COVID-19 a algunos seres queridos y la angustia de perder a amigos entrañables, que no pudieron despedirse siquiera de sus hijos, padres o hermanos.
El 2021 nos enseñó además que la adversidad se supera solo si existe el amor y la esperanza, que la vida es efímera y que hay que exprimir cada minuto como si fuera el último. Por eso, no pierdas la oportunidad de llamar este fin de año a tus amigos y recordarles lo importantes que son para ti, o reconciliarte con tu hermano, o hacer esa visita a los abuelos, que vienes posponiendo desde hace tanto.
Proponte ser mejor persona este 2022, ayudar a quien precise de tu mano y amar más intensamente.
La víspera del año nuevo es una buena ocasión para plantearse tan nobles metas, aunque cualquier día es propicio para reinventarnos y reparar en que la verdadera abundancia no radica en los alimentos que llevemos a la mesa, sino en los afectos que seamos capaces de cultivar.