Ante el control de la COVID-19 en Cuba, ya se comienza a avizorar una recuperación paulatina, que nos lleva a pensar en el retorno a la normalidad. Cada cual la visualiza a su manera, pero lo cierto es que vemos más cerca el momento de volver a las aulas, oficinas, al ajetreo cotidiano de los niños en la escuela, al transporte público para trasladarnos, al trabajo y las responsabilidades sociales.
Algunos están deseando con anhelo el momento que se abran las compuertas de lo prohibido. Extrañan su labor diaria, hacer visitas, compartir un café con los amigos o darse algún paseo de noche para refrescar de la jornada y el calor intenso. Otros, en cambio, ya comienzan a sentir nostalgia por el descanso, el tiempo en familia, la vida sin presiones institucionales.
El retorno indica, sobre todo, regresar a la norma establecida socialmente, con sus rigores, horarios, tareas, esfuerzos, y también con sus gratificaciones y regocijos. Lo cierto es que la modernidad, nos guste o no, impone una dinámica en el espacio público que nos proporciona el sustento con el que reproducimos materialmente la vida, y un ajuste adecuado a la “normalidad” es volver a atemperarse a los ritmos que ella impone.
Quienes respetaron sus rutinas de alimentación, sueño y ejercicios físicos en estos meses, sin desvincularse de su práctica estudiantil o laboral, tendrán mejores recursos para enfrentar la adaptación. A los que optaron por el ocio y el entretenimiento, les esperan días de batalla con la voluntad para no desfasarse de la norma, empeño difícil pero no imposible, sobre todo cuando se tiene sentido de la responsabilidad y el deber.
Tengo la seguridad de que la gente de este pueblo trabajador e instruido siempre encuentra tácticas y sentidos personales para los reacomodos. Es por ello que este comentario no pretende redundar sobre lo indiscutible, sino puntualizar en los asuntos que subyacen al regreso a la vida social, que no pueden ser minimizados frente a la hiperconcentración que nos provoca la obviedad.
La COVID-19 es un pasaje inédito y, como toda crisis, su paso ha de instalarse en la vida cotidiana como objeto de reflexión. En estos meses hemos sido testigos de múltiples eventos solidarios, al tiempo que algunos están marcados por competencias individuales, acaparamiento, especulación, oportunismo, egoísmo o indiferencia por la necesidad ajena.
En barrios, bodegas, tiendas, servicios públicos y dinámicas familiares, están las crónicas de estos días. Repasarlas, con objetividad y crítica, pudiera ser un buen ejercicio para acercarnos a la sociedad que aspiramos y merecemos.
El vejo dilema existencial entre ser y tener retomó su fuerza en cada calle, cada familia y cada cubano adulto. No vino empaquetado con el nuevo coronavirus, sino disparado por él y sus condicionamientos impuestos. Ya estaba instalado en la subjetividad individual y colectiva, y revisar y combatir hasta anular su metástasis, es una tarea urgente y masiva.
Todavía no estamos a salvo. Quedan días de distanciamiento y, en esta fase, redoblar las medidas sanitarias y la obediencia a las autoridades es un deber ciudadano. Estamos a tiempo de pensar, rectificar, recomenzar, en pacto fraterno con los valores aprendidos que se resumen en humanidad.
La amenaza sufrida en estos días a la vida propia y ajena, sin distinción alguna, debe quedar en la memoria para recordarnos cuán vulnerables somos y cuánto necesitamos de los demás. Del espíritu colectivo los cubanos podemos dar, y damos, lecciones al mundo, aunque esta experiencia nos obligue a volver a repasarnos, escudriñando en los atisbos de egoísmos que se escudan en pretextos para jugarnos sus trampas.
No es “regresar” la palabra que se acopla a mi esperanza en el pueblo. Antes de la COVID-19 prejuicios, ambiciones y hegemonías nos hacían mellas. Prefiero reencantar la normalidad, resignificarla, sin miedo a la imperfección humana ni a la necesidad de retroceder para tomar impulso y avanzar. Alegría, ética y belleza esperan su merecido turno para salir a las calles en una nueva fase, sobrevivientes, triunfantes. Yo les abro paso. ¿Y usted?