Hace más de un mes mi sobrina me dijo que la pandemia de la COVID-19 era bastante peligrosa, pero que ella tenía la maleta preparada. Todavía no imaginaba yo todo el peligro que encarnaba esta enfermedad. Ella es especialista en Medicina Interna del hospital León Cuervo Rubio de la ciudad de Pinar del Río y aquello de la maleta me sonó extraño.
Pensé primero en las brigadas médicas que como siempre en estos casos Cuba y su personal de Salud, con el ejemplo de solidaridad más genuino, muestran la verdadera esencia humanista de este sistema social.
Mi madre, su abuela, con la que ha vivido desde que vino al mundo, cumplió el 23 de abril pasado 82 años y Noharys Hernández Témerez tuvo el tiempo justo para darle un beso y felicitarla, porque a las ocho en punto de la mañana, un vehículo de Salud Pública la recogió en la casa para internarse durante 14 días con los casos sospechosos del coronavirus.
Su abuela, como es lógico, tuvo un cumpleaños bien silencioso, por doble causa: su nieta no estaría con ella ese día y además, de todos es sabido que por el momento nada de fiestas o celebraciones de grupo. Solo una panetela casera y algún helado probó mi mamá ese día, con la angustia de saber que su nieta, a pesar de sus 30 años, podía correr el peligro de un contagio.
Sin embargo, pasaron los 14 días previstos para su grupo médico en la observación y cuidado de los sospechosos y ya se encuentra en los otros 14 días de cuarentena que todo el personal médico cercano a la enfermedad debe pasar aislado, como parte del protocolo médico previsto para estas circunstancias.
He pensado varias veces redactar estas líneas debido al parentesco, pero es que ella me ha dado pie para reconocerle junto al resto del personal de Salud, jóvenes y adultos, que se enfrentan en la primera línea contra este virus letal.
Ahora, a través del teléfono, he conocido de su entereza durante estos días y también de alguna quejita porque en algún momento la comida no le gustó, aunque a decir verdad, ella es un poco rara para comer, al extremo de que las carnes a veces se pasan los días en hibernación. Desafortunadamente es más amiga de las chucherías que del caldero. No obstante, debo decir que es bien saludable y que tiene una voluntad de hierro.
«Tío imagínate, tienes que estar pendiente de cada cual, suministrarle el medicamento previsto, atenderlos en cada llamado, y principalmente, mantener un escrupuloso manejo de todo lo que tocas y una higiene que roza con la psicosis, porque al menor descuido si alguien está infectado, incluso asintomático, puedes contagiarte y además provocar el contagio de otros, incluido el personal médico que comparte contigo el trabajo».
Siento en el altavoz del móvil su palabra firme y también alegre que siempre ha tenido, a la vez que terca hasta la médula, porque criada entre viejos, como se dice, es bien difícil que no le brote de vez en cuando, algún destello de malcriadez.
Pero por encima de todo eso, está la joven clínica que sin quererlo me asombra por su disposición. Y aunque ella no lo crea, si alguna vez discutimos de temas bien candentes que tienen que ver con nuestra sociedad, sobre todo por el servicio médico que ella brinda a veces con dificultades materiales que no están al alcance hoy, siempre termino diciéndole que lo importante es hacer lo que le corresponde como profesional de ese «ejército» incondicional al que pertenece.
«Y qué otra cosa hago yo tío…», me responde al final, no sin repasarme una a una las veces que atiende a personas que llegan al Cuerpo de Guardia accidentados por vehículos o trifulcas, ebrios e irrespetuosos, sin embargo, los atiende hasta las últimas consecuencias.
Es que ella sin quererlo aprueba también ese derecho que todo ser humano tiene a la vida y a la salud, no importa el credo, raza o condición. Por eso recuerdo desde su adolescencia el interés por la Medicina, una carrera que siempre le fascinó y que ahora a pesar de los decisivos momentos, creo le interese mucho más.
Viendo una foto en la que con cuatro años la sostengo sobre mis piernas en la redacción del periódico Guerrillero y observo su carita ingenua, un poco que se me estrujan los sentimientos, máxime cuando pienso en aquella mañana de abril en la que solo pudo ofrecerle a su abuela un beso, porque ya tenía la maleta hecha, y una crucial coincidencia que todavía nos tiene en vilo, la llevó con valentía inusual al verdadero puesto para el cual nació.