“Vine a darle un beso al mundo y nada más”
Buena Fe
Cuando Jaidy Rodríguez Febles terminó el duodécimo grado le llegó la carrera de Derecho. Era la opción que encabezaba su boleta y con la que siempre había soñado. Sin embargo, los cambios que surgían en su vida la hicieron descubrir su verdadera vocación y seguir otro camino.
“La primera vez que vi morir a un niño estaba naciendo el mío, ese día decidí ser enfermera. Pasé mucho trabajo con el embarazo y me parecía muy noble la labor del personal de enfermería. De pronto, me sentía identificada con lo que estaba viviendo.
“Además, en aquellos tiempos Derecho se estudiaba en La Habana, era una adolescente madre soltera y no podía dejar a mi niño al cuidado de mis padres. También con la carrera de Enfermería me daban la posibilidad de estudiar y trabajar. Eso me ayudaría a ser independiente y proveer a mi hijo de lo que necesitara”.
A sus 37 años, esta profesional es parte del contingente Henry Reeve que desde el inicio de la pandemia presta sus servicios en cualquier latitud que lo necesite. A su reciente retorno de Catar, y desde la paz de su hogar, en la Alameda, accedió a compartir sus experiencias.
PRIMERO EL DEBER
A pesar de su juventud, Jaidy ha transitado por disímiles especialidades y sistemas de atención. En su aval consta el desempeño en centros penitenciarios, consultorios médicos, escuelas, servicios de cirugía, angiología, emergencias. Una trayectoria que agradece por el aporte a su crecimiento profesional.
“Desde que me gradué formé parte de una plantilla suplementaria, que es como una reserva. Cuando hay alguna contingencia en la provincia, o el país, por ejemplo dengue, meningoencefalitis o ahora COVID-19, soy de las primeras que sale a brindar servicio donde haga falta, he trabajado en casi todos los hospitales de la provincia”.
¿Cómo llegas al “Henry Reeve”?
“Para formar parte de este contingente lo primero es estar de acuerdo, dispuesto. El personal se selecciona con perfiles que se adecuen: emergencistas, traumatólogos, intensivistas, epidemiólogos. En mi caso, pasé un curso de emergencista, y claro, se tiene en cuenta también la experiencia y la labor de vida”.
Como parte de la brigada ha cumplido dos misiones internacionales, una en Santa Lucía y la otra en Catar.
“Cuando llegas a otro país a enfrentar una situación como la de la pandemia te preguntas, como dice Buena Fe: ‘¿Qué estoy haciendo aquí?, ¿amando a este país como a mi mismo?’ No te das cuenta en qué momento sucedió, solo sabes que diste el paso al frente y saliste. Es entonces que descubres el valor que eso tiene y de lo que dejaste en Cuba”.
En su primera misión allende las costas cubanas había dejado atrás no solo a su hijo varón, que tiene hoy 21 años, sino a la más pequeña de tres. Durante cinco meses le asaltaba la nostalgia y se reafirmaba la importancia de una misión que la obligaba a cuidarse, a cuidar a los demás y a tener el compromiso de regresar con la tarea cumplida.
Lo más difícil…
“En Santa Lucía, durante la misión, tuve que ver morir a personas sin poder hacer nada por ellas. Aquí en Cuba nos entrenan para salvar la vida ante todo. Pero en otro país hay que adecuarse a sus protocolos, si te los saltas puedes tener problemas judiciales y hasta se termina la misión.
“No puedes tocar a un paciente si no te lo ordena el médico, y no siempre en el Cuerpo de Guardia había un médico. Yo me arriesgaba a veces cuando llegaban niños agonizando y por lo menos trataba de darles oxígeno.
“Es algo que choca mucho, porque en ese momento ese pequeño es tuyo también. Aquí, como emergencista, en un SIUM o en el mismo barrio, he salvado a muchos niños que se han tragado cosas, que han hecho broncoaspiraciones, que han caído en código azul, y me ha resultado fácil; por eso no poder hacerlo en otro país por un maldito protocolo es muy fuerte”.
Aprender de cada batalla…
“Cada misión es única, ya sea por lo que implica el clima y la geografía a la hora de aplicar tratamientos que por la tecnología. De todas he aprendido muchísimo. Fíjate que en Catar antes de empezar a trabajar tienes que pasar por un lugar llamado Hamad Corporation, donde recibes un entrenamiento de hasta 15 días de lo que es el procedimiento de Enfermería.
“Allí trabajaba en salas de mujeres, ellas solo pueden ser atendidas por personal femenino y en caso de que el médico sea hombre la enfermera tiene que estar presente. Además, necesitan permiso del esposo para todo, desde administrarle una transfusión hasta darle de alta”.
¿El día a día contra la COVID-19?
“Lo primero es usar el traje de protección, que es bastante incómodo. Llegas y recibes a tus pacientes con sus patologías, luego preparas el día y lo organizas de acuerdo con los horarios para el tratamiento y la toma de signos vitales. Cada paciente lleva un protocolo distinto, por lo que no puedes pasar de uno a otro sin descontaminarte parte del traje.
“A la hora de salir es complejo, imagínate que hubo que ubicar espejos, pues existe una orden, ya que si te lo quitas mal te puedes infectar. Muchas veces, a causa de la desesperación te puedes equivocar en el orden que debes quitarte los medios. Hemos perdido compañeros de trabajo que han enfermado por un mal manejo del traje a la hora de desvestirse”.
¿Miedo?
“Si te soy sincera nunca he sentido miedo desde que comenzó la pandemia. No sé si es la seguridad que tengo de que además de cumplir cabalmente con el protocolo, sé que hay algo más allá de esto. Soy cristiana, creo en el Señor y él me ha dado fuerzas para seguir adelante sin miedo. Quien tenga sus creencias sabe de lo que estoy hablando”.
Desafíos…
“El personal de Enfermería lleva la peor parte, todo el tiempo nos exponemos directamente a la enfermedad. No estábamos adaptados a protegernos de algo que no podemos ver. A veces no sabes qué conducta tomar para cuidar a tus compañeros o a ti mismo. Todos hemos pasado por un proceso de daño psicológico muy grande. Momentos de incertidumbre, es atípico. Uno no está preparado para ver morir a tanta gente sin poder hacer nada”.
¿Vocación?
La Enfermería necesita definitivamente de vocación y calidad humana más que todo. A un enfermero no le debe faltar humanidad ni amor por la profesión. Debe transmitir confianza, seguridad y no se debe tener miedo”.
¿Profesión subvalorada?
“La labor de Enfermería no me parece valorada ni respetada. Nadie conoce mejor a un paciente en una sala que una enfermera. Son ocho, 12, a veces 24 horas al lado de una persona. Siempre he pensado que hay discriminación hacia los enfermeros. Somos profesionales también y es necesario que nuestros criterios se escuchen.
“Tuve la posibilidad de cambiarme para Medicina cuando la provincia tenía una situación difícil con los médicos, estaba embarazada de mi hija en aquel momento. Respeto el trabajo de los médicos, pero no tengo esa vocación, no me siento cómoda. Mi trabajo y lo que desempeño es tan importante como el de ellos.
“Un enfermero se convierte en los ojos de la sala, es todo y al final no siempre se respeta ni se valora o se remunera como debería. Ahora mismo en esta pandemia somos quienes más nos arriesgamos. A veces me siento hasta mal cuando dicen ‘personal médico’. Estamos en el anonimato”.
La mayor satisfacción…
“Lo que más satisfacción me da es la recuperación de un paciente y que en cada lugar al que vas sacas algo positivo, algún logro. Cuento con miles de personas en el mundo entero que me hacen feliz porque en algún momento los atendí o fueron parte de mi trabajo y de eso salió una amistad.
“Adonde quiera que llegan los cubanos los pacientes quieren ser atendidos por nosotros. En un país tan difícil como Catar, que alguien con lágrimas en los ojos te quiera abrazar para agradecerte y te diga que nunca antes fueron mejor atendidos, eso significa mucho”.
Ya Jaidy se encuentra de nuevo en zona roja. Ahora el llamado es a salvar a su gente y allí se bate sin miedo ante el enemigo invisible. Ella es parte de esos héroes que solo por vocación encuentran la forma de también sanar el alma.