En la historia de la humanidad, la enfermedad y la muerte han azotado a los grupos en diferentes puntos del planeta y, como mecanismo de defensa, la respuesta frente a la amenaza ha sido siempre protegerse en cobijos naturales o artificiales.
Sin adelantos científicos ni servicios de comunicación, el ser humano siempre buscó refugio para sí y los suyos, comportamiento natural que dificulta toda comprensión de las conductas irresponsables que todavía atisban en nuestras calles frente a la COVID 19, una pandemia que prende en las aglomeraciones y perece frente al distanciamiento social.
A pesar de sus enigmas, el virus nos concedió el derecho a conocer los modos de prevenirlo, lo cual depende, más que de voluntades políticas de los estados, de la gestión intencionada por producir la vida en las nuevas condiciones, verdad que para unos tiene poca o nula relevancia, pero para la mayoría constituye la prioridad del presente.
Tomar distancia implica modificar la rutina, con sus consecuentes preocupaciones y ambivalencias. Por una parte, queremos mantenernos activos, conectados, alertas, funcionales, y por otra, disponemos de tiempo, pero estamos tremendamente limitados en el espacio físico, cuestión que asienta el estrés como estado de ánimo natural, obvio, circunstancial.
Dentro de los estresores más comunes en esta etapa aparecen el miedo al contagio, incertidumbre con el tiempo de duración de la epidemia, frustración por cambio de planificación de tareas y eventos que tienen que postergarse a tiempo no definido, aburrimiento por cambio de rutina, pérdida de libertad por el confinamiento, exceso y saturación de información, separación de los seres queridos, angustia con el futuro laboral o estudiantil y pérdida del control económico.
No quiere decir que todos ellos coexistan a la vez, pero alguno puede aparecer en la medida en que se extienda el período de necesario distanciamiento, y por ello es preciso recordar el conocido vínculo que guarda el estrés con la actividad inmunitaria del organismo, razón que nos obliga a restructurarnos para hacerle frente en las actuales circunstancias.
Podrá parecer contradictorio, pero todo lo asociado al miedo a enfermar, sin restar su carga de malestar, puede ser positivo en tanto nos movilice para la protección. Es el temor quien nos lleva a usar el nasobuco, mantener las medidas de higiene, distanciarnos de los demás, estar informados; es decir, a estilos de afrontamientos sanos en ajuste a una realidad que nos desborda, al no poderla controlar desde nuestra voluntad.
Cuando la emoción de miedo se va por encima del umbral, la persona comienza a sobrereaccionar, dando lugar a excesos de ansiedad, preocupación y estrés, que desorganizan la conducta y colman la subjetividad de pensamientos negativos asociados a la enfermedad, la muerte y la desesperanza.
Vale la pena notar que mientras unos pelean contra estos estados, hay otro grupo, minoritario por fortuna, que no ha tenido respuesta emocional a la situación que vivimos. Para ellos, las dinámicas son inamovibles y se entregan al placer de salir libremente de la casa, compartir con conocidos, sentarse en las aceras a refrescar el sol del día y armar en las noches el “piquete” del barrio para el juego de dominó.
Aquí se identifican peligros potenciales de contagio y transmisión, hasta que la prevención no se instale en la cotidianidad de esta población como compromiso individual y colectivo. Ojalá la precaución llegue sin tener que lamentar.
El juego de las emociones coloca al exceso de estrés y la irresponsabilidad social como los polos extremos de la respuesta popular al incremento de casos positivos en el país.
En el medio, hay millones de personas con estrategias de afrontamientos diversas y habrá que recrearlas en función de nuestros anhelos, apreciando el tiempo de convivir en familia, como recurso del que no siempre disponemos a nuestra necesidad y antojo, por las presiones de trabajo o estudio.
En esta película, también destacan como villanos el aburrimiento y la monotonía, y contra ellos es preciso mantener las rutinas diarias, fijando horarios para las actividades.
Los especialistas recomiendan hacer agendas que contengan tareas intelectuales que nos conserven la mente activa, diversificar roles en el hogar, adelantar y terminar lo que dejamos pendiente, cultivar la espiritualidad con la lectura, el cine, el jardín o las recetas de cocina, practicar ejercicios físicos.
Dar rienda suelta a la creatividad como si cada día fuera domingo. Jugar en familia, hacer manualidades, escuchar música, hacer planes infantiles con nuestros hijos, conversar, escudriñar en el diálogo cuánto nos han hecho cambiar los años.
A nivel global, la COVID 19 también ha desatado la preocupación por la economía y otros asuntos vinculados a la base material de la vida, asunto que para nosotros, los cubanos, es parte de la cotidianidad como lección aprendida es el manejo austero del ingreso familiar, respaldada por la confianza en un gobierno que no entiende de desamparos.
Las emociones negativas, en su justo límite, funcionan como centinelas frente a la pandemia, les agradecemos sus alertas, pero tengamos claro que, por su naturaleza incómoda, es preciso que convivan en nuestras casas acompañadas por otras placenteras, que se encarguen de recordarnos que todo pasará, que pronto volveremos a nuestros espacios de encuentros, que Cuba salva y que la esperanza existe.