A través de los años se han hecho malas, regulares, buenas, excelentes y magistrales jugadas. En el terreno o por la televisión, hemos disfrutado muchas; otras dejan sabores amargos. Así es la Pelota. A veces, los que hacen maravillas, cometen marfiladas ingenuas. ¡De todo hay en las viñas del señor! diría mi abuelo Pancho.
En el año 1955, se desarrolló un Campeonato organizado por la poderosa Liga Popular de Cuba, que otorgaba la clasificación Zonal Regional Occidental. Por Pinar del Río, los equipos inscriptos fueron: Verdugos de Santa Lucía, Galope, El Gacho, El Corojo, Pinar del Río, Guane, Mantua y Minas de Matahambre, que a la postre resultó campeón.
Hubo curiosidades, siempre las hay. Por ejemplo: Minas y Santa Lucía tuvieron que jugar en el Borrego Park de la capital pinareña, para evitar encontronazos fatales por eternos rivales y allí se trasladaron cientos de aficionados de aquellos pueblos vecinos. El estadio bien engalanado, con lleno total.
A mitad de juego, Luis Rodríguez, un supersticioso fanático minero, le tiró una gallina prieta al pitcher de Santa Lucía, un viñalero de pura cepa, quien respondió al nombre de Marcos (Prieto) Páez, después un querido y respetado entrenador de las Series Nacionales. Por aquel asunto, se provocó una difícil situación. Fue necesaria la intervención de las autoridades, respetadas por el uso de sus machetes y otros instrumentos buscando carne humana.
Los mineros ganaron 2 x 1 en un juego de leyenda. Los santaluceños no se dieron por perdidos hasta el último out. Con el score que a la postre resultó definitivo, el manager de Los Verdugos trajo a batear nada más y nada menos que a Borrego Álvarez, por entonces un bisoño jugador que alternaba como lanzador, inicialista y jardinero. Pocos años después se convirtió en uno de los más afamados en los Torneos Profesionales, con el Cienfuegos; también se desempeñó en las Grandes Ligas, en México y otros países.
En el antiguo Grand Stadium del Cerro, hoy Latinoamericano, Borrego conectó el jonrón más largo que se haya medido en Cuba, por encima de los 500 pies, solo parecido a otro del gran Orestes Miñoso. Allí se colocó una tarja de reconocimiento.
Como casi siempre, Tomás (Nené) Martínez lanzó un gran desafío de principio a fin; también contribuyó con su madero como tercer bate. Le ganó en gran duelo al oriundo de Viñales Prieto Páez.
Volvamos al noveno inning decisivo: Borrego al bate; el receptor Pedro (Tatica) Martínez, un maestro de la posición, no logró ponerse de acuerdo con Nené. Antonio Sánchez, el manager, pidió tiempo y fue al box. La tensión iba in crescendo.
En conteo de 2 y 2, Borrego logró conectar una recta de Nené, un señor batazo al jardín izquierdo, pegado a los muros donde se divisa el aeropuerto pinareño. Allí se creció José Gandoy, un versátil jugador que salió a buscar aquella pelota por los aires; parecía incapturable y amenazaba con irse fuera del parque.
Con un esfuerzo supremo, logró el engarce de leyenda. Saltó hacia atrás con el guante encantado, estiró el brazo cuanto pudo y aquella bola cayó mansita en el guante. Allí mismo terminó el juego. Hubo una enorme algarabía. Las Minas avanzó otro peldaño. Con mucho honor, los Verdugos fueron eliminados. Hubo una fiesta grande aquella noche, cuando el equipo llegó al pueblo.
Quedaba otro escollo: El Corojo sanluiseño, un potente equipo. Nené también se encargó de lanzarles. El héroe, el que se llevó las palmas fue, de nuevo, José Gandoy. He visto jugadas de todo tipo en la Pelota; aquella fue única. Hay que anotarla -como diría Bobby Salamanca- entre doble signos de admiración.
Las graderías del Borrego Park repletas; gente sobre las cercas laterales. Fue necesario tomar medidas adicionales: permitir una parte del público alrededor del terreno; hombres, mujeres y niños se concentraron en los laterales, detrás de los dugouts. Entre tantos mineros, allí estuve con mis padres y los siete añitos.
¡Momento decisivo! Un fly de foul fue hacia la zona corta del jardín izquierdo. Como un verdadero felino, sin medir las consecuencias, aquel hombre se lanzó a buscar la pelota. El antesalista no podía llegarle. La mano enguantada de Gandoy, a la altura del cordón de los zapatos y con el guante de revés, la atrapó y se inmortalizó en su pueblo. Aquel momento fue y es inolvidable.
Gandoy nació el 19 de marzo de 1935 en Viñales y dos años después sus padres lo llevaron a Matahambre. Allí se casó con Magaly Fernández, de Santa Lucía y tuvieron dos hijos: Zelandia y José, como el padre.
El segundo bate de aquel trabuco, fue un excelente pelotero. Bateador de líneas cortas, buen tacto, inteligente y veloz. Pero, sin lugar a duda, trascendió como gran fildeador. Aquellas jugadas no fueron las únicas que realizó; sí las que lo elevaron a un -hasta hoy- imaginario Salón de la Fama del Béisbol de Matahambre.
¡Las Minas Campeón Provincial 1955!