La forma en que pensamos, nos comportamos, expresamos, juzgamos, relacionamos, en fin, cómo y quiénes somos, depende de una serie de factores que parten desde una base biológica y recibe influencias medioambientales, familiares y sociales; tamizadas por un componente económico que moldea nuestras personalidades.
No venimos al mundo con una ruta escrita, se va forjando en el pasar de los días, meses y años; influyen en ella los genes que heredamos, los hábitos de las madres al portarnos, la alimentación, educación y mucho más; son esos contextos los que van dándonos una visión propia, que podemos o no compartir con el entorno y que solo a partir de experiencias propias seremos capaces de modificar.
La constitución de la República de Cuba refrenda el carácter socialista del Estado y al Partido Comunista como “la fuerza política dirigente superior”, por ende, somos materialistas y dialécticos; entenderlo, asumirlo y ponerlo en práctica son desafíos de estos tiempos.
Reconociendo el carácter primario de la materia que Federico Engels sintetizó ante la tumba de Carlos Marx el 17 de marzo de 1883: “… el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etcétera”. En consecuencia, tal certeza ha de ser pilar de la construcción ideológica de la nación.
Esa que hoy muestra grietas de diversa magnitud y profundidad y que se manifiestan en apatía, hipercriticismo, migración, por solo citar algunas de las más evidentes, aunque no las más peligrosas, porque la doble moral, la corrupción, el oportunismo resultan más dañinas.
Son verdades de Perogrullo, “que el hombre piensa como vive” y “la conciencia es un reflejo de la materia”, poco hace falta explicar cómo aplican esas máximas en nuestra sociedad signada por carencias a lo largo de décadas y un cúmulo de necesidades insatisfechas, que, si bien requieren de un rol más activo del conocimiento en aras de transformar la realidad objetiva, también esta última constituye un freno para encontrar soluciones.
Es ilusorio aspirar que solo desde consignas e historia se edifique un modelo de pensamiento. La producción material y espiritual son la base de cualquier sociedad, definidas por Marx y Engels en La ideología alemana como “el primer hecho histórico” y “premisa de toda existencia humana”.
En la Cuba de hoy liberar las fuerzas productivas es básico para que individual y colectivamente estemos “en condiciones de poder vivir” y aportar en el orden económico al bienestar propio, ese sería el inicio de un proceso de construcción de identidad social.
Sabemos que los jóvenes se parecen más a su tiempo que a sus padres y será acorde a esa época que estructuren el conjunto de valores y creencias que definan su ideología, resultado de que: “Las ideas son el reflejo de la vida material de la sociedad”.
Cuando se habla de dar batalla de pensamiento, no se nos convoca a construir frases y lemas, se trata de generar riqueza para que la holgura llegue a todos los hogares, que tener un techo no sea un proyecto que se vislumbre como inalcanzable o el llevar la comida a la mesa un reto diario por la subsistencia.
Ser conscientes de que la bonanza no es pecado ni la pobreza sinónimo de humildad; Cuba necesita de una economía sólida que ofrezca oportunidades para los más jóvenes y seguridad a los mayores; que el futuro contenga más que interrogantes sin respuestas o incertidumbre.
Fortalecernos ideológicamente requiere de un sustrato material en el cual afianzar raíces, para que la palabra Patria no sea solamente un vocablo con el cual designar el lugar de origen y residencia, sino un cúmulo de aspiraciones que contengan la gloria de los ancestros, engrandecida por cada generación de paso.
Y que identificarnos con un modo de pensamiento no implique asumir la precariedad como estandarte; como buenos dialécticos busquemos la verdad más allá de las contradicciones y sobre ella crezcamos, en condición de individuos y nación.