Cinco meses hace desde que la furia de unos vientos se ensañase con Pinar del Río, hoy pareciera que son agua pasada los embates del huracán Ian, pero solo hay que andar, camino adentro, para darnos cuenta de que las heridas aún están abiertas, amén de que otras ya sanan, no obstante, el pinareño es ofuscado y cuando se le antoja un destino, de nada valen los agravios para empinarse y llegar a la meta.
Se sufre al merodear la carretera que conduce al municipio de San Luis, sobre todo aquella que te adentra hacia El Corojo, una de las zonas más perjudicadas por el evento meteorológico.
Ese era un territorio que a la vista, antes del último septiembre, impresionaba por sus disímiles campos trazados a la perfección, con las casas de curar tabaco erguidas en medio de la tierra, el nuevo año devuelve otros paisajes pero, la voluntad de su gente ha tenido que imponerse para ello.
METERLE DURO FUE LA SOLUCIÓN
En la comunidad Las Cruces, exactamente en la cooperativa Francisco Barrios vive Muso, el apodo por el que todos lo conocen, quien en sus buenos tiempos se comía el mundo y ningún viento platanero conseguía bajarle la cabeza ante el inicio de una campaña tabacalera.
El 2022 lo sorprendió ya con 78 años y el juicio de que “esto que pasó por aquí, no fue un ciclón, fue el diablo”. Tiene años acumulados para comparar entre unos y otros eventos, y asevera que eso no tuvo nombre, “por aquí exactamente creo que venían rabos de nube, dicho a lo guajiro, no sé si se llaman así, parecían dos grúas arrancando todo”.
Es la segunda vez que la naturaleza se ofusca, y bien duro, con la casa de tabaco de Raimundo Jaime Suárez (Muso), primero en 2002, cuando Lili e Isidore, aquellos que tanto mal también cobraron a Vueltabajo, y ahora Ian, ningún otro, desde que comenzó en los menesteres de la solanácea hace unas cuantas luces, causó tamaños males.
Solo pasaron tres días después del desastre y uno de sus muchachos, que todavía no llega a la treintena de años, no quiso ni pensarlo para lanzarse a la cosecha de este año, había que levantarse porque como asegurara el señor Raimundo, “de esto viven muchos, pero principalmente nosotros, este es nuestro salario”.
En 72 horas, Yurislandy Jaime Ledesma, uno de los seis hijos de la casa, empezó a echar los semilleros y estaba seguro de que la cosecha iba, él es de los herederos del viejo, el penúltimo en la descendencia y el único que decidió seguirle los pasos y aprender del cultivo típico de estos lares.
“Comenzamos la campaña sin iniciar siquiera la casa, esa también se la llevó, esto no creyó ni en paredes de bloques”, así describe el joven que, a pesar de su corta edad, ya le sabe bastante al principal renglón económico de Pinar del Río.
Y LA “CORONA” LUCIÓ MAJESTUOSA
En un recorrido obligado por todo el veguerío, la experiencia y la juventud de la mano, muestran dónde estuvo un día la casa de tabaco vieja, la que se cayó al punto de parecer un perro echado en el camino, pero justo al lado levantaron una nueva, la cual cobija ya, desde el pasado mes, las primeras 64 mil posturas sembradas, ese día ya dejaban a la mata en el “cráneo pelado”, quitarle “la corona”, significaría para esta familia coronarse ellos ante los reveses.
Al momento de la visita también crecían en aquel campo otras posturas, hasta completar las casi 150 mil de la variedad de Criollo 2020 que en total apostaron para este año, de ellas, unas 120 mil son de tabaco tapado, el resto de sol.
Mientras describía lo que su hijo consiguió al mando de siete obreros, señala los palos que aún permanecen regados y que se amontonan a un lado en señal de destrozo, pero nunca de desesperanza, “mira los muebles por dónde andan, pero observa allí, ¡quedó hasta más fuerte!”, así dice al referirse al gran castillo de su tierra.
“Tuvimos que luchar por sembrar tabaco por varias cosas, sobre todo porque nosotros, los campesinos, si no sembramos no tenemos nada, ese es nuestro salario, pero a la par mucha gente en todo el país se beneficia de esto, con ellos también sentimos compromiso”, es la idea de quien lleva más de 60 años recibiendo las altas y bajas de un negocio como este.
La merluza en sus manos es como el bálsamo para su salud, ya no dobla el lomo como su relevo por cuestiones lógicas de un tiempo atrás, pero va hasta el surco, se mete entre los aposentos, revisa con pasión la hoja y se enorgullece de la calidad con la que logra Yurislandy coger cada tapado.
El padre no quiere que le digan cabecilla, le deja el calificativo al muchacho, “es él realmente quien lleva todo, lidera a los obreros y coge el sol en su espalda”. Un poco moderno para su gusto, pues en plena faena anda con celular a cuestas, pero no deja el trabajo, trabaja y duro, así lo asegura, aunque entiende a su vez que los tiempos cambian y que economiza bien su jornada y resuelve mucho con ese “aparatico”.
FLORECIÓ LA ESPERANZA
Ejemplo de su pertinacia es verlo allí, al lado de su tabaco vistoso, porque hermoso se le ve igual sobre la mesa de ensarte, dentro del nuevo refugio que atesora a la tradición familiar y deja al descubierto el olor característico de aquel que va secando en la más alta de las barrederas.
Atrás quedaron las viejas casas que mucho curaron, en el mismo perímetro enarbola otra en señal de aliento ante tantos desmadres y aunque todavía Muso no termina de limpiar los escombros y la que un día levantó con sus propias manos se reduce a una pila de palos en espera de darle otros fines, al lado está, ya dispuesta a la tarea, la nueva construcción de cinco aposentos y un portalito, con forro hecho del viejo cinc y cubierta nueva.
A la sombra del patio nos da, a los que llegamos e irrumpimos, lecciones de su sapiencia y explica cómo proceder para conservar la hoja en su mejor estado, nos dice que el frío reseca; cuando hay mucho viento, igual, o expone sobre el rejuego en dependencia del tiempo de abrir un lado y cerrar otro, a esas cuestiones, definitivamente, le tiene la vuelta cogida.
Raimundo no quiere decir un número exacto de los años dedicados a la siembra de tabaco para que no lo tilden de mentiroso, pero son muchos, pues desde que entró a la adolescencia asumió con responsabilidad la primera cosecha. Hoy, su hijo es el motor de arranque, porque salud le sobra, al igual que iniciativa e inteligencia, pero él, con sus 78 vueltas al sol, continúa como las ruedas que direccionan a ese carro que no se detiene, ni por miles de vientos plataneros más.
Y entre historias de cuando niño, recostado a una barredera, pasaron parte de los minutos de esta entrevista. Contó de cada uno de sus hijos que dedicaron sus oficios a otros asuntos, de sus achaques, hasta de cuántos pares de hojas lleva una aguja de ensartar.
Allí, en El Corojo de San Luis, vive Muso, envuelto en su acostumbrado tabaco, no podía faltarle esta zafra por nada del mundo, eso es como oxígeno para los años. A su edad, no puede darse el lujo de perder un segundo de bienestar y ver los sembrados, seguidos de una gran cosecha, amén de los perjuicios de la madre natura, significa, sin margen a las dudas, combustión para continuar viaje.