Soy de la vieja escuela: me gusta leer libros en físico. Olerlos, marcarlos. Uf, confieso que hago anotaciones en mis libros –para algunos ese acto es considerado perverso, sacrílego– pero son míos, y es mi forma de comentar ideas, cuestionar o anotar lo que se me ocurra antes de que la desmemoria lo demuela.
Hace algún tiempo leía en Facebook un post que decía “un niño que lee será un adulto que piensa”. Los libros no solo son el mejor patio de recreo del mundo, un elixir para la imaginación, son también la vitamina C para la independencia; hogar, manantial, abrazo y más.
Un libro te hace soñar, te educa, te enseña a elegir mejor. Su magia radica en ofrecerte muchas vidas para que puedas vivirlas a través de sus páginas y anticipes traspiés y malos ratos, resolviéndolos como los personajes que admiras de la literatura.
Un libro es un catálogo para la aventura. Tú escoges qué experimentar: vas De La Tierra a la Luna o navegas con El corsario negro y encallas en La isla del tesoro.
Siempre me pregunté qué virtudes insospechadas tendría Dulcinea del Toboso para movilizar al Hidalgo hacia batallas campales y que él le dedicara todos sus actos; o cómo el joven trabajador Gregorio Samsa tristemente llegó a convertirse en una especie de insecto desestimado por su propia familia.
No sé cómo habría reaccionado si ante mis ojos, en una noche oscura, apareciese Frankenstein con su altura de rascacielos y su carne “ensamblada”. Bueno, sí sé: correría a mayor velocidad que el Nautilos atraviesa mares. Si pudiera evitaría que Aquiles la emprendiera severamente con Héctor en la Ilíada, su victoria es cruel aun cuando ninguna victoria debe serlo. También pienso que, con un mensaje oportuno, Romeo y Julieta hubiesen sorteado el veneno y el puñal.
Pero lo que sucede en un libro no puedes evitarlo, solo aprender de ello para no cometer los mismos errores. Vuélvete sabio leyendo, vuélvete rico construyendo alianzas emocionales, aventajando situaciones, descubriendo el mundo, aprehendiendo saberes.
Estudios científicos determinaron que leer mejora la actividad cerebral y disminuye el deterioro cognitivo, fomenta el pensamiento lógico y abstracto, ejercita la memoria, ayuda a fijar recuerdos –por tanto, es una manera efectiva de prevenir enfermedades como la demencia o el Alzheimer–, también aumenta la creatividad y mejora la imaginación.
Y si estamos estresados no existe mejor opción. En tan solo 10 minutos de lectura el nivel de estrés disminuye hasta un 60 por ciento. Así ayuda a conciliar el sueño y es un buen antidepresivo porque nos distrae.
“Alguien que lee nunca se aburre, nunca se hunde, nunca se detiene”, ha dicho la editora valenciana Yolanda Barambio. De ahí que potenciar la lectura en los niños sea esencial si queremos para ellos un mejor futuro. Un libro es exactamente la mejor inversión que podemos hacer: cuesta poco y ofrece un universo. Leer con nuestros hijos, compartir ese momento especial en el que narras una historia y te apoyas en deliciosas ilustraciones que hacen de la lectura algo lúdico, tiene que estar (casi obligatoriamente) en nuestra lista diaria de cosas por hacer.