Hay cosas que aprendemos de nuestros mayores sin que hayan tenido la más mínima intención de enseñárnoslo, sencillamente porque con su obrar sembraron la sabiduría o el sentimiento que les era propio.
Este Primero de Mayo mucha simiente quedó plantada en Pinar del Río, numerosas familias concurrieron al desfile acompañados por los más pequeños de casa, cargados sobre los hombros, tomados de la mano, vestidos como mamá o papá y hasta portando carteles.
Que quizás esta vez lo usaron para cubrir el rostro del molesto sol mañanero, pero estaban allí, siendo parte de algo cuya magnitud no alcanzan plenamente a comprender, pero que se fija como un recuerdo en su memoria y que constituye una vivencia trascendental.
Tras dos años de encierro, muchos de los infantes que asistieron a esta multitudinaria marcha probablemente nunca habían visto una concentración de tal envergadura, ni pueden leer las pancartas o entender la esencia de las palabras que sus progenitores gritaban a viva voz.
Recordarán la alegría, el colorido, la unión y de esa remembranza-semilla germinará una incipiente cubanía, que algún día arrojará flores y sabrán ser presente, en tiempos que hoy vemos como futuro.
Esas son las esencias de la continuidad, las que aprehendemos en actos de amor.