Llegan cuando el sol, tímido, intenta superar la estela destructiva de la tormenta Idalia. Montan corceles de amarillo y azul brillante, envueltos en vapores del Diesel y recalentados por tan largo viaje.
Tras el estrechón de manos y la frase obligada ¡Mantua está lejos!, preguntan qué se debe hacer para que esta parte de la tierra cubana tenga luz.
La avanzada llegó un día antes, casi con las últimas lloviznas de la tormenta. El encuentro con los del patio fue breve: en la subestación junto al viejo río, que ese domingo exhibía una de las crecidas más grandes de su historia, trazaron la estrategia para el contingente que llegaría al atardecer del nuevo día.
En la noche subieron a los postes, para llevar la electricidad de las máquinas locales hasta donde fuera posible.
El 30 de agosto, linieros pinareños y de Mantua levantaron los mástiles caídos, vitales para dar energía a 25 000 habitantes. Y en la tarde, tal como acordaron, llegaron los matanceros para continuar allí, donde sus camaradas rompieron el hielo la noche anterior.
45 linieros, con personal de apoyo, despachadores y logística, arriman el hombro para que la electricidad regrese a cada hogar de Mantua.
“El objetivo nuestro, afirma el ingeniero Jorge Alejandro Rodríguez, director de la Empresa Eléctrica de Matanzas, es restablecer el servicio en cada rincón de este territorio, y no nos iremos hasta que lo consigamos”.
En Mal Casado, a un costado de la carretera que conduce a Arroyos de Mantua, el joven José Miguel Castillo empalma conductores que su compañero restablece en lo alto de un poste.
“No es la primera vez que salimos a ayudar, lo mismo para oriente que para occidente. Hoy nos tocó llegar hasta Mantua y le vamos a devolver la alegría a la gente que vive aquí”.
Cualquier malintencionado puede aventurar lo del chiché enlatado de palabras convenidas, pero no es así. Horas antes encontramos entre los matanceros a José Carlos Arencibia Pereira y a Yoan Arencibia Acosta, padre e hijo; colegas que comparten la difícil profesión del liniero.
“Lo enseñé bien, a ser disciplinado, riguroso con el trabajo y las medidas de seguridad; y a entregarse a la profesión, porque de otro modo este oficio no funciona”.
Y la familia, preguntó. ¿No es ya difícil separarse de uno?
“Ya van muchas veces de salir por semanas y meses, pero ellos comprenden. Tengo cuatro nietos y me dan muchos deseos de verlos, pero esto es así, y lo hago con satisfacción”.
Yoan escucha al padre. En los ojos una mezcla de admiración y cariño.
“Mi papá es el maestro, el amigo, y el juez que enseña y exige. A Mantua hemos llegado para cumplir con el deber, devolverle la luz a cada familia, y regresar sanos y salvos a casa.”
¿Tienes hijos?
“Una niña pequeña a la que extraño cantidad”.
Como ellos, Eliecer Morales, quien subiera a los postes de la villa la misma noche del domingo, y Radel López, natural de Las Tunas y radicado hace seis años en Varadero, tienen la misma determinación por enfrentar el desafío y desterrar las tinieblas que dejara el fenómeno meteorológico.
“Hemos revisado a fondo y no son muchas las dificultades, afirma el primero. Radel sonríe y dice que, “no sabe hablar frente a las cámaras, pero que se le da bien levantar postes, halar cables y montar crucetas”.
¿Y la familia, la extrañas?
“¡Claro que sí! Eso es inevitable, pero con la naturaleza no hay quien pueda, o mejor dicho: nosotros sí, porque curamos las heridas después de la tormenta”.
Fotografías publicadas en las redes sociales, son acompañadas de palabras y gestos de bienvenida. Solo los que sufrieron los embates del viento y la lluvia por más de seis horas, en la más absoluta oscuridad, saben apreciar la mano amiga que tiende Cuba a través de los hijos de Matanzas.
“Muchas gracias a esos valientes, que dejan todo atrás para ayudarnos”, escribió María Victoria, y agregó: “tender la mano es cosa de valientes. Siempre los recordaremos”.
Para Alexei Hernández Perera, exjefe de operaciones en la OBE local, y a la sazón, vicepresidente de la Asamblea Municipal, “la colaboración de los eléctricos matanceros tiene un valor inmenso para acortar los tiempos de interrupción, llevar tranquilidad a las familias, mejorar la calidad de vida y dar continuidad a los servicios públicos. Pero lo más hermoso, concluye, es el hecho de no estar solos en estas circunstancias”.
El fin de esta historia no lo marca la tirada impresa de este viernes ni la lectura del sábado desde un portal iluminado. Cuando este artículo vea la luz, los matanceros habrán compartido unas cuantas jornadas de sudor y esfuerzos con sus hermanos de Mantua, en el empeño de llevar la electricidad hasta los barrios y comunidades más lejanos como Lázaro, La Manigua, Arroyos, Dimas y Macurijes.
Pudieran concluir antes o después, pero lo extraordinario no estará en los corceles amarillos y azules que conducen, sus uniformes manchados de tierra, montes y ríos, o la jerga especializada conque clasifican lo que está por reparar, y lo logrado. Lo imperecedero estará en la huella solidaria de una sola Cuba.