Hace 152 años un adolescente reflejaba su espíritu patrio en un valeroso nubio que se lanzó a la batalla sin titubear. Las huestes aclamaron su coraje y en multitud apretada aplastaron al enemigo invasor.
En Abdala patentó el Apóstol, con solo 15 años, el precio que estaba dispuesto a pagar para ver a su tierra libre. Un siglo y medio después, aquel poema vuelve a resonar en toda una isla que rememora los versos ante una lucha distinta, más silenciosa, pero igual de injusta y cruel.
Y no es solo la fuerza de un país, como dice el cantor, la que va guardada en ese frasco de esperanza, allí va cómplice la confianza de un pueblo entero que siente que es seguro brindar el hombro al aguijón que salva.
A eso nos convocan ahora. Un nuevo grupo, considerados los más resistentes de la cola del caimán, llenaremos las salas de espera de los cuarteles generales donde se lleva a cabo la gesta. Me preguntaron si estaba lista, dispuesta. Enseguida repasé las veces que, desde que tengo memoria, me han ensartado la carne con una aguja para protegerme contra esto y aquello.
En aquel entonces ni siquiera le prestaba atención a tantos nombres extraños de enfermedades que parecían sacadas de películas de ficción. Me molestaba el pinchazo, y aprovechaba la ocasión para obviar la escuela por el “terrible” dolor que me impedía mover el brazo y alguna destemplanza que convertía en 40 de fiebre.
Hoy, la película de ficción es un bebé en pañales comparado con la realidad. Es el encierro lo que perturba, ante el más mínimo malestar rezas un rosario por no marcar 37 grados, y más que todo añoras que te “tumben” el brazo con una punzada milagrosa.
Pienso en los que quedan fuera de esta ronda, en mis viejos, mi pequeño. En la doble responsabilidad que tenemos de cuidarnos, de cuidarlos; de velar por la seguridad que muchos inconscientes fallan en proporcionar y luego lamentan cuando no hay remedio.
La batalla es hostil, pero “Abdala” llega a nosotros con el mismo ímpetu que aquel valeroso nubio mostrara ante la injusticia. Sus armas son fruto del ingenio y el talento de quienes aferrados a la ciencia se desvelan por darle un vuelco a esta pesadilla.
Honremos ahora los esfuerzos de ese grupo de héroes anónimos que nos regalan un resquicio de luz ante tantos nubarrones. Hagamos nuestra parte como se debe, como merecen esos que amamos, como nos toca.
No importa que algunos necios se empeñen en dejarnos sin recursos, en armar escaramuzas para falsear la realidad que se construye con humanismo y dignidad. Tamaña es nuestra proeza y se multiplica en las voces amigas que también ven en ella el color de la esperanza.
Desde hoy llevo mi hombro presto. Seré un eslabón más de la cadena que blinda contra la muerte, la incertidumbre; una más entre los miles que ayudan a librar a Cuba del invasor implacable.
Hace un siglo y medio, el imaginario y el espíritu de aquel adolescente prodigioso se convirtió en obra inspiradora para siempre. No hubo mejor homenaje pues, que bautizar ese albor prometedor con su nombre. Bien claro lo estampó en sus versos: “¡Un rayo solo retener pudiera el esfuerzo y valor del noble Abdala!”.