La actuación de la pequeña delegación cubana a los XXXII Juegos Olímpicos Tokyo 2020 ha dado de qué hablar y ha despertado en muchos el entusiasmo y el optimismo de que se puede salir adelante pese a las trabas económicas y a decisiones en ocasiones desacertadas.
La cosecha de siete títulos, tres subtítulos y cinco terceros escaños catapultó a la Isla hasta el lugar 14 en el medallero, para firmar así la mejor actuación colectiva desde que en Beijing 2008 cayera estrepitosamente al lugar 28 por países al obtener tres oros, 10 platas y 17 bronces; en Londres 2012 quedara en el 16 (5-7-15) y en Río de Janeiro 2016 se situara en el puesto 18 (5-2-4).
Comparar épocas en cualquier cuestión, a mi parecer, no resulta saludable y el deporte no es excepción sino realidad: no han sido las mismas condiciones ni las mismas personas las asistentes a estas citas máximas del deporte mundial, así que ¿por qué intentar medir lo de ahora con lo de, digamos, Barcelona 1992 en que Cuba consiguió un quinto puesto con 14-6-11 o Atenas 2004 que finalizó en el lugar 11 con 9-7-11?
Sí es válido, y de hecho se hace, trazar pronósticos atendiendo a lo hecho, digamos, hasta ocho años atrás porque en el deporte se necesita tiempo para obtener resultados, mientras que para mantenerlos es preciso competir y competir y no solo entrenar.
A la capital de Japón fueron 69 deportistas (53 menos que en Río) a participar en 62 pruebas de 15 disciplinas y se consiguió la mejor eficiencia en comparación con otras citas estivales. Baste señalar que de los siete oros, seis fueron el resultado de finales directas (un atleta frente a otro), algo logrado por los luchadores de la grecorromana Mijaín López Núñez y Luis Alberto Orta Sánchez y los boxeadores Roniel Iglesias Sotolongo, Julio César la Cruz Peraza, Arlen López Cardona y Andy Cruz Gómez.
¿SOLO MÉRITO PARA LOS MEDALLISTAS?
En la tabla de posiciones, además de en las noticias de impacto de todas las publicaciones, se reflejaron los resultados de los medallistas, pero, ¿y los que llegaron a las etapas anteriores a las preseas o fueron finalistas y no obtuvieron títulos no cuentan? Un análisis frío indica que solo los que suben al podio ganan titulares, aunque alguno que otro pueda ser noticia por esta o aquella anécdota.
A mi entender, clasificar para una cita olímpica ya es en extremo sobresaliente, y mucho más resulta estar entre los ocho primeros del orbe en cualquier disciplina, algo a destacar en varios de los deportistas cubanos que no obtuvieron medallas o quedaron muy próximos a esos lugares.
En estos casos estuvieron, por ejemplo, en el atletismo, las vueltabajeras Liadagmis Povea Rodríguez, quinta en el triple salto, y Yarisley Silva Rodríguez, octava en la pértiga; la cienfueguera Roxana Gómez Calderón que tras clasificar para la final de los 400 metros no pudo terminar la carrera al lesionarse; y el relavo femenino de 4×400 con su octavo lugar.
En otros deportes, las pesistas Ludia Montero Ramos, de los 49 kilogramos, y Marina Rodríguez Mitjan (64) consiguieron ubicarse en los puestos sexto y octavo, respectivamente; mientras la judoca Kaliema Antomarchi Merencio quedaba en un meritorio quinto lugar para una debutante en estas lides.
Destacable también lo hecho por los pistoleros Laina Pérez Fagundo y Jorge Félix Álvarez Llanes que se ubicaron entre los 15 primeros del planeta, pese a todos los inconvenientes por los que transitó el tiro deportivo en su preparación para estos juegos.
Sin duda, el despegue de Cuba en el medallero se consiguió gracias a los boxeadores, de nuevo protagonistas de lo mejor hecho por la delegación antillana: cuatro oros y el tercer bronce en estas lides para el pinareño Lázaro Álvarez fue el resultado más completo de un deporte, pese a que se pronosticaba algo similar por parte del atletismo y la lucha.
¿LANZAR CAMPANAS AL VUELO?
Ya algunos hablan de la buena salud que tiene el deporte cubano por estos resultados, pero el sol naciente de Japón no puede enceguecer: hay problemas y desafíos a enfrentar y resolver.
Deportes de los que se esperaba más quedaron por debajo. Tal es el caso del atletismo, el judo y la lucha (en sus dos modalidades), pese a que subieron al podio algunos de sus representantes, como lo hicieron también el tiro, el canotaje y el taekwondo y compensaron lo que otros no aportaron.
Las lesiones fueron muchas (seis hasta donde se conoció) y ello dice que algo no anda bien en la preparación.
La falta de competencias y de mejores sitios para entrenar pasó factura, como lo hicieron algunas deserciones recientes o de un tiempo atrás que privaron al país de otras posibilidades de medallas. En este último aspecto, vale revisar la lista de ganadores para comprender que ello nos quitó la posibilidad de subir más en la ubicación por países.
También está la atípica forma en que se prepararon los deportistas cubanos, debido a las restricciones de todo tipo impuestas por la COVID-19 e, incluso, se afirma que algunos de ellos en algún momento enfermaron y tuvieron que recuperarse en un tiempo corto.
Si a todo lo anterior se une la situación económica que atraviesa el país, entonces se pudieran lanzar campanas al vuelo, pero no, la solución no está en dormirse en los laureles sino en analizar con profundidad, con verdadero sentido crítico y autocrítico, las deficiencias que tiene el deporte cubano, que van desde lo que sucede en la base hasta el máximo nivel.
Tokyo 2020 nos enseñó que no se va cuesta abajo y que, incluso, hay potencial en ciernes en varias disciplinas que pudieran dar un alegrón mayor en París 2024. La cuestión está en que los que tienen que hacerlo trabajen sin descanso y con objetividad para llegar a la ciudad luz con mejores posibilidades que las de Japón.