El espíritu aventurero y desafiante de los humanos no debe abandonarnos, pero tampoco la sensatez para saber en qué momento ponerle coto y no arriesgar nuestras vidas de forma inútil.
Cualquier pinareño puede recitar de carretilla las medidas a tomar en caso de huracanes u otros eventos meteorológicos como las intensas lluvias de los últimos días, entonces ¿por qué exponernos innecesariamente?
Los avisos y alertas llegan con anticipación, protegernos no deberían de pedírnoslo, al contrario, cada persona vulnerable debe ser quien se ocupe de ponerse a resguardo. Se crean condiciones en centros estatales y desde hace años prima la modalidad de evacuación en casa de amigos y familiares, genuina expresión de solidaridad de un pueblo que lleva generaciones golpeado por la fuerza iracunda de la naturaleza.
Aquellos que se niegan a abandonar sus hogares, luego hay que rescatarlos con equipos de salvamento, bajo lluvia y aguas crecidas, van mucho más allá de la osadía personal, caen en el irrespeto al demandar que otros, que no participaron en su toma de decisión, peligren al acudir en su ayuda.
No importa que estén entrenados ni cuenten con medios de protección, es un sacrificio innecesario, que solo tiene como motivo la indisciplina.
Es cierto que el efecto del cambio climático y la intensidad de estos fenómenos incrementa el impacto de los mismos; hay sitios que no se creían vulnerables, ahora lo son, pero lo inusual y excepcional es menos frecuente que el caso omiso a las advertencias.
A las familias corresponde educar a los más jóvenes en la adecuada percepción del riesgo, la prevención y seguridad, tanto para la vida como los bienes acumulados; las pérdidas materiales cuesta resarcirlas y muchas veces no alcanza la existencia para hacerlo, pero la muerte es, de forma absoluta, irreversible.
No hay daño económico que pueda compararse al quebranto por el fallecimiento, esta vez lamentamos dos -aunque no fueron los únicos incidentes donde hubo peligro extremo- y ni las condolencias, apoyo o acompañamiento ofrecerán consuelo a los allegados. Estas líneas, escritas desde la empatía por ese dolor y duelo de las familias, pretenden motivar a la reflexión sobre la necesaria prudencia.
Muchas personas en estas circunstancias se arriesgan para que la mayoría estemos a salvo y pienso en quienes monitorean embalses, aseguran elaboración de alimentos, servicios médicos, partes meteorológicos…, que no optan por la alternativa de resguardarse, conscientes de la imperiosa utilidad del rol que desempeñan y alcance de las funciones que realizan.
Para cada uno de ellos la mejor retribución por esos actos es alejarnos del peligro y hay que unir a la disciplina ciudadana, la responsabilidad institucional, desde las entidades que tienen entre sus encargos minimizar vulnerabilidades hasta el funcionamiento de las estructuras organizativas en cada Zona de Defensa.
Ningún esfuerzo o medida será extrema, si al final el saldo es la sobrevivencia. El Estado traza políticas, el cumplimiento de las mismas requiere civismo, mantenernos informados, cuidarnos y contribuir a que quienes nos rodean lo hagan.
Asistir a quienes carezcan de los medios, solicitar ayuda de forma anticipada si la requerimos o sabemos de alguien no identificado por las autoridades que precise de ella.
Los mecanismos están creados, usémoslos para preservar lo más sagrado, la vida; evitemos que el dolor y la tragedia entre a nuestros hogares, las aguas bajarán y volverán a su cauce, incluso desde la altura podremos presenciarlo; pero las ausencias de los seres amados nada podrá remediarlo.