Los efectos de la inflación son visibles de una semana a otra, incluso, solo noche por medio y usted encuentra el mismo producto con un incremento “sustancioso” en el precio, consecuencia de la actual crisis que pagamos con dinero, sin embargo, hay otros efectos que no tienen tarifa, pero el costo crece y el saldo, a mi juicio, es mayor.
Esa cuenta nos arranca espíritu, saquea el alma con la familia desmembrada, con jóvenes cuya única aspiración es emigrar; esos padres a los que se les ilumina el rostro cuando dicen “mi hijo se fue, lleva allá tantos meses y ya me mandó…”.
Hay otros a los que, sin importar la magnitud de las regalías, se les fue el brillo de la mirada, porque la soledad y la separación les inclina la balanza de forma tal que no hay ofrenda, con el peso justo, para llevarla al punto de equilibrio.
En esta ola migratoria hemos perdido a mentes y brazos que estaban contemplados como sustento de futuro, también se han ido hombres y mujeres cuyas edades lo hacían pilares del presente, médicos, ingenieros, profesores, economistas, juristas… no creo que haya un sector de la sociedad que quedara a salvo del éxodo. Son vacíos que están en diferentes espacios y no solo dentro de los hogares y en el grupo de amigos, para una nación con un alto índice de envejecimiento poblacional, no es un problema menor.
Como tampoco lo es la pérdida de valores, esa que tanto nos escandalizó aceptar a finales de la década del ‘90, pero que es compañera inseparable de las crisis económicas, así como también la violencia es otra expresión que acompaña a tiempos de privaciones.
Sin ánimo de absolutizar, pero segura de que no exagero, hoy la palabra visa es más promisoria que un doctorado, y es que entre los males que arrastramos hace décadas se encuentra que los profesionales no son la cima de la pirámide en cuanto a poder adquisitivo se requiere, es más, cualquier revendedor de esquina hace en unas pocas horas, e incluso minutos, el salario de un prestigioso académico.
Revertir esa estructura es una urgencia, cómo hacerlo, no es algo para lo que tenga respuestas, pero mientras tenga más solvencia quien no trabaja que quien lo hace, perdemos la esencia misma del desarrollo, el óptimo aprovechamiento de las potencialidades humanas en bien de la sociedad.
Y todavía hay rescoldos para avivar ese fuego, porque es un hecho que cada año miles de estudiantes ingresan a las universidades y otros tantos egresados buscan cómo superarse, sin desconocer que, a veces, es solo otra forma de abrir las puertas de la emigración.
Pero más allá de en los que se van, pensemos en los que se quedan; en esos niños que crecen mientras ven como constancia, consagración, conocimiento no son el manojo de llaves que abren las puertas al bienestar; en los jóvenes que aprenden a renunciar por no presionar a sus padres para satisfacer gustos inaccesibles al bolsillo obrero; en esos progenitores que anidan cada día la insatisfacción de no poder dar a su prole, ya no lo que desean, sino lo que necesitan; en los ancianos cuya vejez es un sorteo de carencias tras años de entrega…
En la vida no hace daño una cuota de sacrificio y empeño, pero la existencia toda no ha de ser privaciones; ya lo dijo Martí “…en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno…”; la crisis económica es más que altos precios y poca oferta; es daño a la espiritualidad y hoy la nuestra urge de ser restañada.