Un servidor público es un servidor, no una deidad. Y comienzo así, con esta afirmación, porque desgraciadamente hay muchas personas que hoy tienen determinados encargos sociales y están muy lejos de esta gran verdad: “El que vale y brilla es el pueblo, y a él nos debemos todos los que trabajamos para la comunidad”.
Por estos días sucede que personas que están a cargo de determinada tarea, aun en la más sencilla o la más sensible, se piensan que poseen todo el poder del mundo, y se envanecen al creerse que son ellos los fundamentales y los que dicen la última palabra. Craso error.
Los hay que hasta maltratan, y con la naturalidad mayor del mundo les gritan a los demás, a cualquiera: sean mujeres, ancianos u hombres. No hay reglas, y tienden a poner como justificación que el trabajo con el público no es fácil, entre muchas otras causales.
Otros, sencillamente no atienden sus teléfonos , particulares o estatales, ante números desconocidos, porque del otro lado puede haber alguien de ese pueblo, alguien no reconocido, alguien necesitado, dolido… y entonces no pueden dedicar su tiempo a darles, al menos, si no la solución rápida, sí una respuesta o una explicación.
A veces están a cargo de actividades que son muy necesarias para la población, y no tienen siempre la solución en las manos, pero lo primero que debe poseer un servidor público es ética, moral y, sobre todo, compromiso con el pueblo, y el que no lo tenga, sobra en el puesto que está. Con la verdad siempre se gana, igualmente con las buenas maneras y el respeto.
Y cuando nos referimos a servidores públicos lo hacemos pensando en todo aquel que realiza una función social, que atiende a la población y que de él depende la organización, la eficiencia y eficacia de la actividad que rige, pero, principalmente, que debe lograr que los recursos que el Estado puso en sus manos no se desvíen, mucho menos que sean objetos de lucro.
Algunos pensarán que hablamos solo de los funcionarios, o sea, de dirigentes a diferentes niveles, pero no, incluimos a todos los que en la actualidad atienden actividades importantes para garantizar y elevar la calidad de vida de nuestros congéneres como la salud, la alimentación, los trámites en disímiles instituciones, los combustibles caseros, el abasto de agua, la educación, energía… esos se convierten, de hecho, en servidores públicos de primera mano.
Son bastantes las personas que dependen y confían en su sentido del orden, de justicia, por lo que, como tal, deben responder. Un servidor público puede ser cualquiera que desde su oficio o profesión atienda a la comunidad: un portero, un maestro, un organizador de ventas, un dependiente, un barrendero, un médico, un farmacéutico, un administrador, un policía, un cocinero, un director…
Por eso, si lo miramos desde ese prisma, casi todos somos servidores públicos, trabajemos en una entidad estatal o particular, y lo primero que debemos hacer es respetar.
El buen carácter, las buenas maneras y educación, unidos a un comportamiento honrado son requisitos indispensables, porque es imposible una conducta diferente para tratar con la población.
La palabra servidor lleva implícito cualidades como entrega, transparencia, bondad, justicia, humildad, pero sobre todo compromiso y mucho sentimiento y humanidad para solidarizarse y hacer lo posible por resolver los problemas de los demás, que atañen a su responsabilidad.
No todas las personas están aptas para servir a los demás, esas tienen que trabajar con objetos, o dedicarse a otra tarea, y perdonen la crudeza, pero el propio José Martí, en su ideario, se vanagloriaba de que » Si de algo serví antes de ahora, ya no me acuerdo: lo que quiero es servir más”. Ojalá y en su actuar diario muchos apelarán por unos minutos al sentir martiano. Todos seríamos un poco más felices.