Por esas singularidades de nuestra historia, la fecha que más celebra el pueblo de México es la del inicio, la del Grito y no la de la consumación de la Independencia nacional.
A los mexicanos nos importa más el iniciador, Hidalgo, que Iturbide, el consumador, porque el cura era defensor del pueblo raso y el general realista representaba a los de arriba y solo buscaba ponerse la diadema imperial.
Hidalgo fue otra cosa. A él le tocó con Allende, Aldama, Jiménez y otros dirigentes populares enfrentar a la oligarquía dominante y proclamar la abolición de la esclavitud.
El pensamiento de Hidalgo era subversivo. Nada en su personalidad lo distanciaba de ser un revolucionario y no se andaba por las ramas. Por ejemplo, en una de sus cartas al intendente Juan Antonio Riaño, escribía: “No hay remedio, señor intendente: el movimiento actual es grande, y mucho más cuando se trata de recobrar derechos santos, concedidos por Dios a los mexicanos, usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos, que auxiliados de la ignorancia de los naturales, y acumulando pretextos santos y venerables, pasaron a usurparles sus costumbres y propiedad y vilmente, de hombres libres, convertirlos a la degradante condición de esclavos.”
Al mismo tiempo, Hidalgo era un hombre profundamente humano, un auténtico cristiano. Así lo demuestra el hecho de que, para evitar el degüello de miles de oponentes realistas, pero también de inocentes, prefirió quedarse en el cerro de Las Cruces y no tomar la Ciudad de México que estaba prácticamente rendida.
Sin embargo, sus adversarios nunca le perdonaron la osadía de querer igualar a los pobres con las clases más favorecidas. Baste recordar el juicio en que lo excomulgan y la manera en que lo asesinan, le cortan la cabeza y la exhiben como escarmiento por más de diez años en la plaza principal de Guanajuato.
Ningún dirigente en la historia de México ha recibido más insultos que el cura Hidalgo. Paco Ignacio Taibo hace un recuento de todos los improperios: “endurecida alma, escolástico sombrío, monstruo, taimado, corazón fementido, rencoroso, padre de gentes feroces, Cura Sila, entraña sin entrañas, villano, hipócrita, refinado, tirano de tu tierra, señor septembrizador, pachá máximo, lo-cura, imprudentísimo bachiller, caco, malo, malísimo, perversísimo, ignorantísimo bachiller Costilla, excelentísimo pícaro, homicida, execrable majadero, badulaque, borriquísimo, primogénito de Satanás, malditísimo ladrón, liberticida, insecto venenoso, energúmeno, archiloco americano”.
Por si fuese poco, en el juicio de excomunión lo llaman demagogo, “desnaturalizado y frenético”.
Él se defendía respondiendo que actuaba con apego a su conciencia y es célebre la frase que dirige a sus acusadores: “Abrid los ojos americanos, no os dejéis seducir de nuestros enemigos: ellos no son católicos sino por política: su Dios es el dinero y las conminaciones solo tienen por objeto la opresión. ¿Creéis acaso que no puede ser verdadero católico el que no esté sujeto al déspota español?”. En fin, si Hidalgo no hubiese sido auténtico, no lo hubiesen sacrificado con tanta saña como a Cristo.
Sin embargo, Hidalgo, en sus últimas horas, dio muestra de un temple excepcional y de una serenidad conmovedora, y hasta tuvo el gesto de una insólita amabilidad de componer unas décimas de agradecimiento a sus carceleros por el buen trato que le brindaron. Una de ellas dedicada al cabo Manuel Ortega, dice así:
Ortega, tu crianza fina,
tu índole y estilo amable
siempre te harán apreciable
aún con gente peregrina.
Tiene protección divina
La piedad que has ejercido
Con un pobre desvalido
Que mañana va a morir,
Y no puede retribuir
ningún favor recibido.
Foto: @GobiernoMx
Lo que le permitió al Padre de la Patria enfrentar la muerte con aplomo y tranquilidad fue la paz con su conciencia, la certeza de que, con fidelidad a sus principios y valores, había hecho lo correcto y lo que era necesario para el bien del pueblo al que se debía.
Cuando lo iban a fusilar, a cuatro metros de distancia, los soldados temblaban, le dieron varios tiros sin matarlo y el sargento del pelotón tuvo que ordenar a dos de ellos que le pusieran las bocas de los fusiles directamente en el corazón. Después de matarlo le cortaron la cabeza y junto con las de Allende, Aldama y Jiménez, las colocaron en cada esquina del edificio de la Alhóndiga de Granaditas.
Nosotros, los mexicanos, nos sentimos orgullosos por este héroe y de muchos más, porque aquí, como en ninguna otra parte, el movimiento independentista no se inició por simples reacomodos en las cúpulas del poder ni se gestó únicamente por un sentimiento nacionalista, sino que fue fruto de un anhelo de justicia y de libertad.
Por ello, el grito de libertad y justicia va antes que el de la independencia política.
No obstante, este ideal profundo representó todo un desafío para los potentados, quienes lograron contenerlo y postergar su realización durante cien años, porque es hasta un siglo después de consumada la Independencia, que otro grito, el de la Revolución Mexicana de 1910, empezara a convertir en realidad los sueños y los ideales de los curas Miguel Hidalgo y José María Morelos, de Josefa Ortiz de Domínguez, de Leona Vicario, de Juan Aldama, de Ignacio Allende, de José Mariano Jiménez y de muchos otros dirigentes, mujeres y hombres, que comenzaron la lucha por la emancipación auténtica del pueblo de México.
El día de hoy recordamos esa gran gesta histórica y la celebramos con la participación del presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel, quien representa a un pueblo que ha sabido, como pocos en el mundo, defender con dignidad su derecho a vivir libres e independientes, sin permitir la injerencia en sus asuntos internos de ninguna potencia extranjera. Ya he dicho y repito: podemos estar de acuerdo o no con la Revolución Cubana y con su gobierno, pero el haber resistido 62 años sin sometimiento, es una indiscutible hazaña histórica.
En consecuencia, creo que, por su lucha en defensa de la soberanía de su país, el pueblo de Cuba, merece el premio de la dignidad y esa isla debe ser considerada como la nueva Numancia por su ejemplo de resistencia, y pienso que por esa misma razón debiera ser declarada patrimonio de la humanidad.
Ahora solo agrego que el gobierno que represento llama respetuosamente al gobierno de Estados Unidos a levantar el bloqueo contra Cuba, porque ningún Estado tiene derecho a someter a otro pueblo, a otro país. Es preciso recordar lo que decía George Washington: “las naciones no deben aprovecharse del infortunio de otros pueblos”.
Dicho con toda franqueza, se ve mal que el gobierno de Estados Unidos utilice el bloqueo para impedir el bienestar del pueblo de Cuba con el propósito de que éste, obligado por la necesidad, tenga que enfrentar a su propio gobierno. Si esta perversa estrategia lograse tener éxito –algo que no parece probable por la dignidad a que nos hemos referido–, repito, si tuviera éxito, se convertiría en un triunfo pírrico, vil y canallesco. En una mancha de esas que no se borran ni con toda el agua de los océanos.
Es mejor el entendimiento, el respeto mutuo y la libertad sin condiciones ni prepotencia. Todavía vive el presidente Jimmy Carter, quien supo entenderse con el general Omar Torrijos para devolverle a Panamá el Canal y su soberanía.
Ojalá el presidente Biden, quien posee mucha sensibilidad política, actúe con esa grandeza y ponga fin, para siempre, a la política de agravios hacia Cuba.
En la búsqueda de la reconciliación también debe ayudar la comunidad cubano estadounidense, haciendo a un lado los intereses electorales o partidistas. Hay que dejar atrás resentimientos, entender las nuevas circunstancias y buscar la reconciliación. Es tiempo de la hermandad y no de la confrontación. Como lo señalaba José Martí, el choque puede evitarse, “con el exquisito tacto político que viene de la majestad del desinterés y de la soberanía del amor”.