¡No los mate, no los mate! Fue la petición de Carmen Areces Fernández, una sanjuanera que presenció el asesinato de Luis y Sergio Saíz Montes de Oca, la testigo que declaró en un primer juicio en contra de aquel fulano llamado Margarito, un hombre al que no le temblaron las manos para dispararle a dos muchachos que apenas sobrepasaban los 20 años de edad.
Carmela, como también se le conocía, murió pocos años después, pero contaba a todo el mundo de la crueldad de aquellas muertes y hasta el último aliento de su vida, siguió sorprendida por la frialdad extrema del hombre al que no le tembló la mano para disparar doble tiro en un lugar repleto de gente.
“Sin más, guardó su pistola y salió caminando tranquilo, como el que cumplió con su deber, mira qué cosa más horrible, pero así de frío, así de cruel, de todo lo malo que pueda existir, fue el asesinato de los hermanos Saíz”, cuenta hoy, a 65 años, la nieta de aquella señora, quien guarda como herencia sagrada los testimonios de su abuela sobre aquella noche del 13 de agosto de 1957.
RETROSPECTIVA
“Los hermanos Saíz fueron unos muchachos muy buenos -lo dice reiteradamente-, eran nobles, se llevaban bien con todo el mundo, no parecían muchachos que vivían de otra manera, porque ellos tenían una forma de vida por encima de sus amigos, pero ellos eran diferentes, lo que hicieron después fue coherente con lo que hicieron antes”, refiere María del Carmen Ruisánchez, la nieta de Carmen, quien al momento del hecho contaba apenas con cinco años.
Relata sobre lo mucho que sufrió Esther para tener a sus hijos, para lo cual tuvo largos periodos de reposo absoluto, quizás asociado a algún tipo de predisposición, pues su padre y una de sus hermanas murieron de tuberculosis.
Cuenta María del Carmen, mientras se le desborda el orgullo sanjuanero, que Emilia Delgado, su profesora también, fue quizás la verdadera responsable, según ella, del pensamiento político de los hijos pródigos que pasaron a la historia de Cuba por su valentía. Emilia fue una de las maestras del bachillerato, encargada en aquel entonces de preparar a los jóvenes de San Juan para su ingreso a escuelas de segunda enseñanza y que, en la actualidad, pocos conocen sobre su influencia en los hermanos insignes.
“Me acuerdo que en la biblioteca del pre urbano de Pinar del Río, ella guardaba sus libros preferidos, los que leyeron sus obras saben que siempre estaba hablando de ellos. Emilia era hermana de Rosita Delgado, la autora del himno de San Juan y del de Pinar; las dos eran sanjuaneras”, refiere María del Carmen con una mezcla de nostalgia y vanidad a la vez.
“Emilia estaba casada con un alemán, con quien tuvo tres hijos, vivían en la Cuban Land, compañía de tabaco de los Estados Unidos en la provincia, sus hijas estudiaban en ese país al triunfar la Revolución y no regresaron a Cuba; el varón, todo lo contrario, se hizo militar y vivía en La Habana.
“Ella fue también una de las personas que, en Pinar, reconoció el valor de Dulce María Loynaz. Las tertulias en su casa abrieron el camino, junto a Aldo Martínez Malo, para reconocer la figura de la escritora que años después ganara el premio Cervantes y que sentimos como prácticamente pinareña. Y Emilia, estoy convencida, fue una de las principales influencias en Sergio y Luis, no solo en la política, sino también en el gusto estético y en el amor a la poesía”.
DE VUELTA A LOS HECHOS
“Mi abuela -continúa nuestra entrevistada- tenía la costumbre de sentarse en el portal de la casa todas las noches junto a mis padres, para mirar a la gente que pasaba para el cine, nos traía la comida, para que a mi mamá se le facilitara la vida, pues vivía muy cerca, conversaba y después se iba.
“Esa noche, 13 de agosto del ‘57, ella estaba sentada en el portal como de costumbre, pero esta vez, sola, porque mis padres habían ido a Río Seco a casa de unos amigos, y a mí, cosa rara, ¡la vida… ay la vida!, no me habían dejado con mi abuela; todavía hoy yo no sé por qué, pues era lo más natural, pero en esta ocasión me dejaron con unas tías de mi mamá y mi bisabuela (yo le llamo encadenamiento de circunstancias).
“Y recuerdo los tiros y a mi bisabuela, que estaba ciega, abrazándome entre las piernas como si con ello me quisiera proteger; ¡a mis tías cerrar las puertas…! ¡Yo vi la gente correr! Fue algo impactante, porque tenía cinco años y la imagen de la gente desesperada y de los tiros aún la recuerdo como si fuera ayer mismo, figúrate que nunca más he oído tiros en mi vida.
“Mi abuela estaba sola allá. El cine en aquella época tenía mucho movimiento, lo califico como la rampa de San Juan. Contaba mi abuela que ella los vio pasar, que también le llamó la atención aquel hombre que ella no conocía; después se supo estaba hospedado en el hotel hacía dos o tres días antes, nadie sabía quién era.
“Esa noche ella lo vio, a Margarito, así recuerda que se llamaba el asesino; lo vio conversar con uno de los muchachos en un pasillito pequeño que había entre el cine y mi casa, allí estaba, parece que la conversación subió de tono y el tipo sacó una fusta y le dio a uno de ellos; Luis y Sergio se dan cuenta que era un agente de la policía y uno corre hacia la acera del frente, otro por la acera de mi casa.
“Cuando mi abuela vio el dialogo subido de tono, entre el asesino y los muchachos, se pone de pie, al ver que saca la pistola es cuando le grita que no los mate… qué le hubiera costado a aquel hombre matar a esa vieja loca que gritaba por los muchachos… y los mató, no le hizo caso a mi abuela y siguió su camino.
“El hombre no se inmutó, sacó su pistola y dio dos tiros nada más, se oyó cuando, al dispararle al primero, el otro se vira y le dice: ‘¡Cabrón, maricón no mates a mi hermano!’, y entonces el otro tiro, sencillamente, sin más, le da un tiro a cada uno.
“Ese hombre, cuando abren las cárceles en el ’59, logra irse porque sabía que se la iban a arrancar, tiempo después, los padres de una amiga me contaron que él se paseaba en las calles de Miami como si fuera un mariscal, pues tenía un aval que lo reconocía por la contrarrevolución de origen cubano en los Estados Unidos”.
Lo que nos comparte María del Carmen sobre este hecho terrible que aún sigue doliendo, su abuela se lo contó en disímiles ocasiones durante los 10 primeros años de su vida, hasta que murió entrados los años ’60; después su mamá, acogida a la tradición, siguió contándolo de la misma forma. Aquellos tiros que hicieron que los muchachos cayeran muertos quedó guardado para siempre en la memoria de los sanjuaneros que fueron al cine aquel 13 de agosto y que miraban asombrados, mientras esperaban a los forenses que llevarían los cuerpos hasta la Casa de Socorros.
TESTIGO DEL PEOR DE LOS CRÍMENES
Todo sucedió en ese pedazo del pueblo, por eso el monumento está allí; fue un asesinato público, todo el mundo le vio la cara a ese hombre, asegura María del Carmen Ruisánchez, filóloga jubilada, educadora por muchos años en Vueltabajo, radicada hoy en La Habana, pero quien lleva muy adentro las raíces de su querido San Juan.
Detalló también que, “los asesinos intelectuales no iban a pagar por eso, pero Margarito sí, sabe Dios cuánto le pagaron, qué tiempo le echaron, no sé, pero hubo un juicio, del que no se habla, el juicio realizado durante la dictadura y al que fue mi abuela como testigo presencial y lo acusó: ‘Usted los mató’, le dijo en su cara, aquella misma vieja que gritó por la vida de unos jóvenes estudiantes y que el asesino ignoró; ella, con la misma fuerza fue al juicio y dijo todo.
“Hay un detalle que no puede pasarse por alto, ‘aquella vieja’, era madre de un casquito, así se les llamaba a los policías de la dictadura. Mi tío Orlando trabajaba en Candelaria, pero lo que hacía era avisarles a los revolucionarios cuando los iban a coger preso y mi abuela pudo perjudicarlo al acusar a aquel hombre, pues era obvio que era enviado del gobierno para matar a los hermanos Saíz, sin embargo, Carmela no titubeó.
“Esa decisión era obvia en una mujer de su estirpe, todo el mundo le dijo: ‘tú decide lo que quieras hacer’, y ella fue, lo acusó y digo siempre orgullosa que ese hombre estaba preso porque Carmen Areces Fernández tuvo la valentía de no dejar impune un crimen de esta magnitud.
“Esa herencia de mi abuela, es mi patrimonio, si a ella le faltaba algo para ser un personaje, para mí tenía eso, aparte de que era maravillosa. Me gustaría ser la tercera parte de lo que fue ella como abuela; fue mi maestra verdaderamente, se me fue cuando tenía 10 años, pero las huellas son tan fuertes que su presencia es mi escolta permanente.
“Quisiera que no fueran verdades las muertes sobre las que estoy relatando. Luisito, el menor de los dos hermanos, era del Directorio Estudiantil, de la gente de José Antonio Echevarría, de aquí de la universidad, pues estudiaba Derecho; en marzo matan a José Antonio y en agosto a ellos.
“Sergito estaba en el pre, era más guapo todavía, formaba parte de los grupos de acción y sabotaje del pueblo, Luisito también, pero tenía más formación aquí en La Habana con la gente del Directorio”.
Los muchachos eran valiosísimos, -me recalca Ruisánchez todo el tiempo- de los más preciados que murieron cuando la dictadura de Batista; sabían por qué morían, sabían por lo que luchaban; no fueron embullados por nadie, tenían convicciones y defendieron sus ideas como grandes martianos.
Una historia como la que nos ha revivido María del Carmen, es más que suficiente para entender que el tributo a ellos es muy justo, -dice- merecen eso y más, al igual que todos los que ofrendaron sus vidas por convicción y que dejaron un legado de juventud y entrega a las generaciones de cubanos que confían “en la utilidad de la virtud y el mejoramiento humano”.