El poblado campesino de Recreo, en Matanzas, abrigó la niñez de Doralina de la Caridad Alonso y Pérez-Corcho, más conocida como Dora Alonso: referente imprescindible de la literatura infantil en nuestro país, considerada la autora cubana para niños más traducida y publicada en el extranjero.
Según se describe a sí misma en su Carta autobiográfica al patito feo, solía ser una niña tímida y acomplejada, de figura poco agraciada, cuerpo flacucho, nariz pecosa y pelo alicaído.
Trepaba los árboles con una destreza imposible para una damita de su época y cabalgaba como toda una amazona, ya que provenía de una familia ganadera donde se sobraban los buenos jinetes.
Sentía fascinación por los animales, estudiaba su comportamiento y construía historias graciosas donde ellos eran los protagonistas.
“Desde niña pensé que podía, que quería, que iba a ser escritora. Era muy precoz y sumamente receptiva. Inventaba mil imaginerías, soñaba por horas y horas, refugiada bajo la sombra de un árbol, envuelta en una naturaleza casi virginal, cuyos ruidos conforman mi gusto y mi pensamiento. Por eso, fui escritora antes de saber escribir”
declaró en una ocasión.
Su padre, emigrante español que hizo fortuna con la cría y venta de ganado, le proporcionó una vida acomodada; sin embargo, Dora supo percibir los grandes contrastes del campo cubano y no fue indiferente ante la situación miserable de algunos productores y sus familias, cuestiones que reflejó con sinceridad en su obra.
Hacia 1934 ingresó a la organización antiimperialista Joven Cuba, cuyas luchas abrazó con todo el fervor de su juventud. Fue entonces cuando conoció a Constantino Barredo Guerra, tabacalero de palabra audaz que conquistó los afectos y la admiración de la muchacha.
Mariposas y pájaros de colores revoloteaban en el estómago de Dora cada vez que escuchaba las ideas de aquel dirigente sindical, que no la pudo amar lo suficiente, porque decidió enrolarse en las brigadas internacionales para combatir el fascismo en España, tierra donde cayó en combate en abril de 1938.
Dora se refugió en el periodismo. Fue corresponsal de publicaciones como el periódico Prensa Libre, de Cárdenas, y de la revista Bohemia.
A su pluma se deben crónicas desgarradoras como las referidas a la invasión mercenaria a Playa Girón, donde describe los cadáveres de campesinos tendidos sobre la carretera, la angustia de los combatientes cubanos quemados por el napalm y la incertidumbre de aquellos días de 1961.
Otro medio que exploró con acierto fue la radio, para la que concibió decenas de novelas entre las que destacan Sol de batey y Medialuna, adaptadas más adelante para la televisión. Llegó a convertirse en una de las escritoras más exitosas de este sector. Paralelamente se dedicó a cultivar la vertiente que la consagró en el mundo de las letras y por la que sería más reconocida: la literatura infantil.
Calidad y sencillez se conjugan en títulos como Ponolani, Aventuras de Guille, Once caballos, El cochero azul, La flauta de chocolate, Juan Ligero y el gallo encantado, El libro de Camilín y El valle de la pájara pinta, este último, merecedor en 1980 del Premio Casa de las Américas, que se inspira en un singular paisaje de la geografía pinareña: el Valle de Viñales.
Cuentan que la autora recurrió a este sitio cuando atravesaba una dura crisis emocional y que la belleza del lomerío fue un bálsamo para su alma triste.
“Que me vele el paisaje de Viñales, / su vega más lozana,/ la entrañable presencia de su valle”. Así pidió en su poema Testamento. Fiel a sus deseos, sus seres queridos esparcieron sus cenizas en este lugar al que tanto amó.
Aquella pequeña enclenque que trepaba los tamarindos y leía con voracidad, miró con asombro y gratitud las cosas bellas de la vida y se convirtió en una mujer venerable y generosa.
En una “creche asqueante” de La Habana se encontró un día a un niño huérfano, oriundo de Herradura, en Pinar del Río, y lo convirtió en un hombre de bien. Dejó además un universo de personajes como el travieso Pelusín del Monte, títere nacional cubano, y supo motivar la risa y la bondad de varias generaciones de cubanos, que crecieron y soñaron con sus mágicos textos.