“Buenos días”, es la frase con la que me despierta mi madre cada jornada mediante una llamada telefónica en los albores de la mañana. También, es la primera que “intento” intercambiar al salir bien temprano de casa.
Y digo intento, pues en la mayoría de las ocasiones solo recibo por respuesta un silencio mudo, o en el mejor de los casos, el asentimiento de una cabeza, una leve mirada, o un “jum”.
Por supuesto, lo anterior no es para nada una generalidad. ¡Qué sería de nosotros si así lo fuera! Pero lo que es cierto es que nuestra sociedad ha ido olvidando los buenos gestos, las buenas formas, los buenos modales que nos legaron nuestros abuelos y abuelas.
Si miramos un tanto atrás –díganse años– con cierta criticidad, quizás pudiéramos comenzar a percatarnos y a comprender este problema en ciernes que sí anuncia con ser mucho peor.
Haga usted mismo un experimento social y, a conciencia, estudie las respuestas o el intercambio de palabras tras decir buenos días en una cola concurrida, o una simple gracias en un entorno hostil. Seguramente podrá observar la diferencia entre ambos conceptos y, por ende, las reacciones.
Poco a poco hemos olvidado buenos tratos, buenas prácticas y demás civismos que siempre fueron valores intrínsecos de cada cubano. El “venga, siéntese usted”, a un señor mayor o a una embarazada mientras viajan de pie; el “por favor”, a modo de solicitud; el “la ayudo y la acompaño” a una señora sola y enferma que carga su compra del mercado; o el “te ayudo” a quien intente cruzar una calle… están casi extintos.
Y hay quién diría que con lo convulso de los tiempos y la alterada dinámica social con la que se vive, tales prácticas se subvaloran o se pasan por alto de forma inconsciente.
Sin embargo, ni el ajetreo cotidiano, la mar de problemas de trabajo u hogareños que carguemos, ni siquiera el peor de los días, son motivos o excusas para obviar las buenas prácticas.
El resquebrajamiento de los valores sociales en la Cuba actual –a criterio propio del escriba– es un asunto urgente que debe ser tratado, combatido y curado, tanto por la escuela como por el hogar, amén de todo lo que pueda hacerse desde la administración nacional.
“¡Exageras!”, pudieran decir algunos a los que la cotidianidad ha engullido, tanto y de tal forma, que no se percatan del faltante.
Piense, amigo lector, piense en su entorno, en su círculo de amistades, en su hogar, y se dará cuenta que estamos rodeados de un fenómeno que escala, también, a otros ámbitos y aristas.
Para no tener que ir tan lejos, pensemos en la tan criticada música que se escucha a diario en calles, locales privados y emisoras radiales… toda una oda a la vulgaridad, la desfachatez, el descalabro y el libertinaje.
Por otra parte, si nos trasladamos al sector de la moda, creo que el panorama se torna más triste. Ya las prendas dejan cada vez menos a la imaginación, y ahora menos tela es sinónimo de mayor atractivo social.
Así, vemos a nuestras niñas y jóvenes con chores a punta de glúteos o con breves corpiños. Y entiéndase que no estoy en contra de la femineidad o el feminismo, como se prefiera, pero según me enseñaron, el pudor, ciertamente, es necesario.
Lo importante es recordar que los valores son uno de los pilares fundamentales, indivisibles y no negociables de las sociedades, y que de su estabilidad social también depende el desarrollo.
En cambio, el secuestro u olvido pueden ser capaces de socavar mucho de lo positivo que todavía atesora y encumbra al ser humano.
Aunque no lo crea, todo lo anterior está interconectado de cierta forma. Y exageraciones, a criterio de terceros o no, todo comienza o se derrumba con un simple y sencillo “Buenos días”. Dolorosamente, la falta de un simple gesto al prójimo, poco a poco nos corroe y nos desangra el alma.